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Un televisor encendido, una historia que se cuenta a pedazos, los vínculos sanguíneos que se tuercen mientras descubrimos que la materia que conforma a las familias son básicamente los secretos y las mentiras y también los silencios, esos que abundan en los relatos de Seres queridos (Anagrama): Vera Giaconi (1974) confía en la transparencia de sus imágenes, en aquella claridad que esconde, finalmente, algo ominoso, los restos de un mundo familiar. El libro abre con un epígrafe de Clarice Lispector, y ya que Giaconi la ha convocado, es bueno recordar esa frase tan hermosa de la escritora brasileña que dice: “Pero, ya que hay que escribir, que al menos no aplastemos con palabras las entrelíneas”. Los diez cuentos que conforman Seres queridos están escritos con delicadeza, pero también con la seguridad de quien sabe que en aquellas entrelíneas se esconde el secreto del mundo. Hermanas vengativas, hermanas enfermas, mujeres tristes, hombres inútiles, excéntricos, inertes, que participan en realities, que ven televisión, que se pierden en aquellas pantallas que aparecen en estos cuentos como un ruido de fondo, como una caja que esconde siempre una historia u otra cosa. Relatos tensos que abordan ese país inexplicable que son los lazos de familia.
Giaconi se detiene en aquellos personajes y en sus pasiones más bien tristes; nos entrega la posibilidad de comprender esos sentimientos oscuros que nos acechan y de los cuales, muchas veces, preferimos no hablar. Con una madurez innegable, Giaconi —uruguaya de nacimiento, pero radicada desde hace años en Buenos Aires— deja que indaguemos en aquellas imágenes que construye, con la confianza absoluta de que los lectores podremos desentrañarlas o simplemente quedarnos detenidos frente a ellas: leer y releer un párrafo, esperar que algo ocurra, que algo se desborde, aunque sepamos, en el fondo, que aquello ya ocurrió hace mucho en la historia, sólo que a Giaconi no le interesa contar esa explosión.
Sin embargo, hay momentos en que su voz parece desbordarse y uno lo agradece, sin duda, como en “Reunión”, el notable cuento final de Seres queridos: la historia de una mujer y una pareja de amigos que, lentamente, va volviéndose desquiciada hasta transformarse en un relato de terror. De esa forma, el libro termina de manera intensa, muy arriba, anunciando una escritura que explotará en cualquier momento.