Por Diego Zúñiga Julio 14, 2017

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Podríamos detenernos en unos versos de Thomas Harris —de un poema de Cipango (1992), por ejemplo, uno de sus libros más importantes—  y quedarnos detenidos por un buen tiempo en ellos, tratar de vaciarlos, de comprender cómo en un puñado de palabras puede estar encerrada una poética, una mirada, un mundo. Escribe Harris: “Ya se apagaban los últimos neones como emblemas/ de un falso mundo luminoso,/ ya se iban los 80”.

Cipango fue el primer libro que Harris (1956) publicó después de la dictadura —periodo en el que mostró sus primeros poemas, algunas plaquettes hoy imposibles de encontrar, publicados en una fantasmal Concepción de los 80— y podríamos decir que esos versos funcionan como si fueran unas olvidadas luces de neón que iluminan aquellos detalles en los que Harris, a lo largo de más de 30 años, ha escudriñado detenidamente. O al menos esa es la sensación que nos queda después de leer En el mismo río, su antología personal que acaba de publicar Ediciones UDP: un falso mundo luminoso que aparece una y otra vez en su poesía, como un recuerdo, a veces, pero también como un futuro imposible, una pesadilla de la que sólo a través de las palabras se puede despertar.

Fuentes de soda, hoteles olvidados, prostitutas, Concepción, el cine y la noche. También los sueños y aquella materia inefable —que exige una sintaxis especial— de las que están hechos. Más allá el alcohol, la resaca, los miedos. Todo aparece y desaparece en estos poemas, que muestran a un poeta que ha recorrido un camino tan personal que a ratos parece intransferible: “Yo no sé nada de poesía,/ sólo me sé a tu lado/ en esta intemperie,/ en los márgenes de Cipango,/ bañados por una luna cruel”.

Lo narrativo le permite a Harris poder acumular una serie de imágenes que perturban y fascinan: son los escombros de una noche eterna los que se narran en estos versos, que quizá en una primera lectura puedan resultar algo ajenos, un fuera de foco constante, pero que en un momento, sin que lo esperemos, se nos revelan de manera asombrosa: es, indudablemente, una película de terror; una película sobre nosotros y sobre aquellos secretos en los que no queremos detenernos.  Y, entonces, recorremos esta antología con la sensación de que debemos ir a los libros, buscar Cipango, Los 7 náufragos, Crónicas maravillosas e Ítaca. Que estos poemas elegidos por Harris sólo son el inicio de una historia monstruosa que nos convoca: “Yo creo que la poesía debe ser/ como esas Viejas películas de terror, de la Hammer Films con Christopher Lee y Peter Cushing (…)/ pero al revés, una Catarsis satánica,/ sumándole al horror y a la conmiseración una carcajada brutal”.

Nos queda la risa y el espanto, y la posibilidad de descubrir un poeta que parece haber sobrevivido a una guerra secreta y silenciosa.

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