Painted Ruins, de Gryzzly Bear.
Una de las mejores cosas que tiene Grizzly Bear para ofrecer es su destreza con los instrumentos. Su nuevo disco, Painted Ruins —el primero en cinco años—, amerita varias escuchas para darle la atención que merece a la ejecución de cada uno de sus integrantes: los arreglos de la batería, el brillo del sintetizador y los riffs de la guitarra merecen nuestro cuidado. La batería en “Four Cypresses”, la guitarra de “Sky Took Hold”, la batería en “Losing All Sense”. Lo siguiente son sus búsquedas: por los otros grupos con los que se les asocia (Beirut, Band of Horses, Dirty Projectors), por el año en el que aparecieron (2002) y otras curiosidades de su carrera (hacer la banda sonora de Blue Valentine, por ejemplo), Grizzly Bear podría parecer una banda indie más, con canciones estrictamente post rock o de folk psicodélico, pero ellos se han atrevido a explorar terrenos que, se podría pensar, una banda así no exploraría, como el progresivo.
Las letras del disco dicen poca cosa, son vagas y elípticas, todo lo contrario a la instrumentación. Algunas de ellas son muy concretas y descriptivas (“Aquí vamos de nuevo: / Tomé un lápiz / Y escribí tu nombre”), otras metafóricas y crípticas (“Cometí un error / Nunca debí intentarlo / Tomé la torta / Comí cada rebanada”), y ninguna de ellas cierra una historia, pero ni hace falta. La música tiene suficientes capas como para prescindir de las palabras. Painted Ruins no logra la grandeza de su disco más celebrado, Veckatimest (2009), pero nadie podría decir que esto es un retroceso.