Por Paula Namur // Fotos: Víctor Ruiz Agosto 11, 2017

“Cuando la gente pasa por fuera, viene y se integra a nuestras actividades, grupos de jóvenes y matrimonios que quieren conocer las distintas culturas”, dice Silvia González, fundadora de la asociación indígena Choyituyiñ Warria Meu, sentada al interior de la ruca ubicada en Marathon con Quilín, en la comuna de Macul. En su interior, la ruca está decorada con arte mapuche y algunos instrumentos musicales.

Es sábado, está a punto de atardecer, y de lejos se escucha la zampoña que toca Eduardo Lecaros, descendiente de aimaras, quien lleva más de 30 años tocando música andina. Como cada fin de semana, Eduardo está haciendo clases a un grupo de personas interesadas en tocar este instrumento. Está a unos pocos metros, en un sector dedicado a la cultura aimara, pero su música empapa todo el ambiente. Los miembros de la comunidad rapanui no están todavía en el lugar, pero llegarán en unas horas más. Como todos los años, están preparando una gran festividad para el próximo martes 15 de agosto, en que celebran la misa rapanui ahí, en el centro ceremonial María Rapa Nui.

Las sopaipillas mapuches se elaboran con masa a base de linaza.

Todo esto ocurre en la aldea de los pueblos originarios. Un lugar que desde hace cuatro años reúne a tres culturas: mapuches, aimaras y rapanuis, que en 2013 consiguieron los permisos para formar este centro, donde realizan distintas actividades para preservar sus tradiciones.

La ruca, de 135 metros cuadrados, se construyó gracias a un proyecto Fondart. Este les permitió financiar el techo, las paredes y las puertas, que se hicieron con totora, colihue y coirón, los mismos materiales con los cuales se han construido las rucas tradicionalmente. Fuera de la ruca está el rehue, tótem sagrado utilizado para muchas ceremonias.

La construcción no fue de un día para otro. Para los mapuches los sueños son muy importantes y los lugares siempre tienen dueño. Por eso, cuando Bernardino Ralliman —miembro de la comunidad— soñó que esa tierra tenía una dueña, tuvieron que pedirle permiso a través de rogativas. Para ello, hicieron ofrendas de monedas antiguas en lo que ahora son los postes de la ruca. El constructor fue el rukafe Osvaldo Cheuquepan.

No es la única ruca en Santiago. En toda la ciudad hay alrededor de una veintena. Sin embargo, esta es la única que convive con dos moais, construidos por los descendientes de esa comunidad, y con un espacio dedicado a los aimaras.

Entre las actividades que se realizan en esta aldea, dos de las principales son la celebración del we tripantu (año nuevo mapuche, en junio), y el matetún, un encuentro quincenal que les permite compartir con otros miembros de su comunidad.

Pero el recinto también es abierto a quien quiera visitarlo. Por ejemplo, reciben a grupos tanto de estudiantes como de turistas, para hacerles un recorrido por la ruca, mientras les van narrando las tradiciones y prueban parte de la gastronomía mapuche, como las empanadas de cochayuyo, mudai (bebida típica) o sopaipillas a base de linaza.

También realizan una feria el primer fin de semana de cada mes, donde ofrecen productos típicos de joyería y medicina mapuches, además de muestras de música y danza, y algunos talleres. El espacio lo aprovechan para seminarios y congresos, e incluso se han hecho capítulos de teleseries y escenas de películas. Y_no han sido pocos los programas de televisión que se han grabado también en este lugar.

“Es lindo compartir entre culturas”, dice Oriana Garrido, del grupo musical andino Machac-mara. “Un tiempo atrás, la gente mapuche sólo bailaba su danza, pero acá no, porque hay integración. Se entusiasman y la música los lleva”.

 

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