En cines.
El destino de un hombre puede tomar caminos insospechados. El de Percy Fawcett fue un destino húmedo, inabarcable y desconocido. A inicios del siglo XX, este militar inglés fue enviado por la Royal Geographical Society a una expedición al Amazonas para fijar los límites entre Bolivia y Brasil, durante la Guerra del Caucho. En ese viaje los indígenas le hablaron de una ciudad perdida, que Fawcett bautizó como Z y que se obsesionó por encontrar durante toda su vida.
Esta fascinante historia es la inspiración para Z: La ciudad perdida, película de James Gray (Los dueños de la noche, Los amantes) que es una proeza en estos tiempos de superhéroes, al apostar por un relato de un cuidado clasicismo, tanto en la puesta en escena, bellísima y envolvente, como en la construcción de los personajes, apoyado en sólidos secundarios. Es el caso del cada vez más irreconocible Robert Pattinson (Crepúsculo), que interpreta al leal compañero de aventuras de Fawcett en sus expediciones a la selva.
Como los conquistadores españoles que llegaron a América, Fawcett (Charlie Hunnam) acepta esta misión al Amazonas para limpiar el nombre de su familia, caída en desgracia por un padre alcohólico. Lo que encuentra allí lo cambiará para siempre: la promesa de encontrar una civilización perdida y ganar gloria para la posteridad. Pero, más relevante aún, Fawcett encuentra su lugar en el mundo en este paraíso perdido.
Es otro hombre obsesionado con el Amazonas quien mejor puede describir lo que vivió Fawcett. En Conquista de lo inútil, su diario rodaje de Fitzcarraldo, el director alemán Werner Herzog escribe: “En este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse”.
Gray no intenta ser Herzog filmando la locura y megalomanía en medio de un paisaje salvaje en Aguirre, la ira de Dios o Fitzcarraldo. Lo suyo es un relato más convencional, pero también más íntimo. Gray sigue la conversión de Fawcett, desde el militar obediente que debe abandonar el sueño amazónico para ir al frente en la Primera Guerra Mundial, hasta el padre de familia que renuncia a una vejez plácida y decide perseguir su sueño junto a su hijo mayor (Tom Holland, el nuevo Hombre Araña), en su última expedición a la selva, en 1925. Es un final portentoso, casi fuera del tiempo, y un cierre magnífico para la historia de un hombre que de la manera más impensada encuentra su destino.