En Teatro del Puente, hasta el 27 de agosto.
Estamos acostumbrados al delirio, al humor negro y a la inclinación hacia el absurdo en las obras de la dramaturga Carla Zúñiga. Estamos acostumbrados también a experimentar la total sintonía entre sus textos y las puestas en escena de Javier Casanga, con su compañía La Niña Horrible. Por eso el montaje de Prefiero que me coman los perros, a cargo del director Jesús Urqueta y con un equipo diferente al de sus últimos trabajos, generaba curiosidad. El resultado, sin embargo, es positivo a todas luces.
La historia de una parvularia (Nona Fernández) que carga con un trauma por diez años y llega a la consulta de una psicóloga (Monserrat Estévez), con quien necesita compartir mucho más que una hora de terapia, es abordada en un registro que va y viene entre el realismo y la alucinación pesadillesca. Es probable que esta sea la mejor actuación teatral de Nona Fernández hasta la fecha. El personaje, que pasa vertiginosamente por distintos estados emocionales, nos da miedo, nos da risa, nos asombra. Fernández, a través de esta mujer medio desquiciada, transmite el sentido esperpéntico propio del universo de Zúñiga, y crece progresivamente hacia una dimensión onírica, potenciada por la propuesta de Urqueta. La protagonista dice tener un diálogo directo con un amigo imaginario. Un sujeto que es también su padre, su crítico más despiadado, su conexión con una realidad paralela y su peor enemigo. Pero ella no sólo habla con su amigo-padre-enemigo, sino que lo ve todo el tiempo. Y lo escucha cuando asegura que “al menos una de todas las personas que conocemos sólo existe en nuestra imaginación”. O cuando le dice que “nadie es verdaderamente feliz, y menos tú que eres estúpida y más encima mataste a un niño”.
La forma en que el director y la diseñadora Belén Abarza resuelven la existencia de este personaje imaginario es brillante. A través de una suerte de holograma proyectado sobre una lámina, acompañaremos a la mujer en su espejismo mental. Y viviremos con ella el vértigo de esta realidad paralela que se expande en su cabeza. Pero, dependiendo de la iluminación, la superficie que genera el efecto óptico de ver reproducida la figura del amigo en distintas escalas será también un dispositivo de neones encandilantes o un espejo en el que nos reflejaremos brumosamente como espectadores.
El diseño sonoro es otra pieza clave en este montaje, que va del mal sueño a la tragicomedia y nos mantiene siempre entre la risa y el espanto. Una obra que nos interpela, además, por los temas que aborda. La precariedad laboral, la frustración, la soledad extrema en un mundo atiborrado de estímulos: a fin de cuentas, nuestra fragilísima salud mental.