Por D. Z. Agosto 11, 2017

¿Por qué nos gustará tanto leer biografías? ¿Qué buscamos en el registro de esas vidas pasadas? No dudo de que somos varios los que nos acercamos a la lectura así, hurgando en viejas enciclopedias la vida de aquellos personajes que nos parecieron notables: personajes que ganaron guerras, que descubrieron la cura de una enfermedad o que escribieron libros, y que de pronto despertaron nuestra curiosidad y quisimos saber más, quisimos entender cómo alguien se transforma en un genio. Quizá leemos biografías por eso: buscando en el mundo cotidiano el registro de aquella genialidad. Quién sabe. Pero lo cierto es que el género goza de saludables lectores y es por eso que una colección como Vidas Ajenas, de Ediciones UDP, ha crecido tanto, también, con traducciones y biografías hechas por autores actuales, y con rescates inesperados, como esos Papeles personales, de Fernando Pessoa, que han pasado algo injustamente inadvertidos, pero que resultan valiosísimos para descubrir a un autor que evitó, de tantas maneras, hablar de sí mismo —al menos de forma directa—, aunque acá está así, despojado de heterónimos y máscaras, en un trabajo minucioso de Adán Méndez, que seleccionó cartas, entrevistas y algunos textos autobiográficos que escribió el portugués: “Cada vez estoy más solo, más abandonado. Poco a poco se cortan todos los lazos. Pronto me quedaré solo”, anota Pessoa en un arranque de honestidad brutal. Hay algo de esa misma honestidad en el registro que deja James Boswell —el biógrafo de la monumental Vida de Samuel Johnson— en Una visita a Voltaire y Rousseau, una parte de su diario en el que registra las conversaciones que tuvo con estos dos filósofos en 1764, conversaciones triviales que permiten descubrir su cotidianidad y sus opiniones: “Shakespeare tiene a menudo dos versos buenos, nunca seis”, le dice Voltaire a Boswell, quien le responde: “Le diré por qué admiramos a Shakespeare”, y antes de seguir, Voltaire remata: “Porque no tienen ustedes gusto”. Esa cercanía también se encuentra en Vidas de Spinoza, traducido por Alan Pauls, donde se recopilan tres textos biográficos sobre el filósofo que indagan con distintas simpatías en su vida y en sus ideas. Discuten, analizan, desentrañan. Eso también encontramos en los “bosquejos biográficos”, como le gustaba llamarlos, de Thomas de Quincey, recopilados en Biografías selectas, donde leemos la vida de personajes como Goethe, Shakespeare, Schiller, Carlomagno y Coleridge, con quien compartía la adicción por el opio, lo que ayuda a que escriba un texto tan íntimo como arbitrario, lleno de opiniones tajantes y que le permite a De Quincey comentar el mundo a medida que narra la vida del poeta inglés. En ese sentido, quizá, la escritura biográfica de De Quincey sea la más contemporánea. Tan zigzagueante como cercana: “Coleridge era entonces el más feliz y genial de todos los jóvenes que respiran a pleno pulmón las brisas matutinas de la vida” anota hacia el final de esa semblanza, donde hemos descubierto tanto de Coleridge como del mismo De Quincey. Un juego de espejos que no se termina nunca.

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