Pornocracy. En Netflix.
Ver un documental de pornografía en Netflix se asemeja un poco a ver porno puro y duro. No es que las imágenes sean explícitas (no lo son, para eso está todo el porno gratis al alcance de un teclado, que es la base de este docu y, según la cinta, la causa de todos los males), sino por el soporte. Netflix se disfruta donde se consume el porno: laptops, celulares, tablets, televisores inteligentes. Ambos nacieron con el streaming, la banda ancha y el wifi. Sin embargo, la gran diferencia entre Netflix y, digamos, Porn Hub, es que Netflix se paga mientras que los tubes porno son gratuitos. Así es: son gratis. ¿Cómo un negocio tan lucrativo puede serlo si no cobra? ¿Quién gana los millones y quién es estafado? ¿Son realmente gratis? ¿Hay algo gratis?
Los tubes, esas páginas llenas de publicidad de mal gusto y que están entre los portales más visitados del mundo, son el blanco que explora Pornocracy: Las nuevas multinacionales del sexo, esta curiosa cinta que salta de las capitales porno del mundo: Budapest, Luxemburgo, Montreal. ¿Cuál es el negocio del nuevo porno? Pornocracy, por un lado denuncia y se escandaliza y, por otro, echa de menos los días de gloria del porno setentero. Por ahí va la mirada y la obsesión de Ovidie, la directora, narradora, productora y extraña y fría mujer detrás del documental. Ovidie (sí, así se llama) es una ex actriz porno, ahora artista y activista, que parece estar, por un lado, adicta a los tranquilizantes y, a su vez, recuperándose de una mala cirugía plástica. Ella tiene una misión: saber quién está detrás de estas multinacionales que han destrozado los miniestudios y que han obligado a los estudios que quedan a darles su material gratis. Ovidie logra que nos sintamos un poco culpables cada vez que vemos porno. No por el tema moral; ella mal que mal trabajó en la industria. Su denuncia y su causa es otra: la deshumanización, el monopolio on-line, los cambios de reglas, la debacle de las estrellas, el anonimato de la carne y el alza de los fetiches, y escenas hardcore que eran impensadas incluso hace una década. Hoy un actor de porno gana menos que antes, mientras aquellos que están en las sombras se enriquecen con millones cada día. MindGeek, la empresa detrás de Porn Hub, que a su vez posee decenas y decenas de sitios más pequeños, es la Monsanto del porno. Un porno modificado, desechable, indigno. No como antes, sostiene la directora. El porno se ha democratizado y se ha vuelto no sólo gratuito sino omnipresente.
En Pornocracy se denuncia, pero también se revelan los insólitos y poco atractivos momentos del backstage, que no se pueden describir en una revista como esta, para lograr actos bárbaros que incluso atentan contra el bienestar de los modelos. El documental queda corto porque el tema es demasiado amplio y tan parte de la vida cotidiana, que las cifras son contundentes: en los últimos seis años, la humanidad ha visto más de 1.2 millones de años de videos porno. Pornocracy se queda corto, pero es un buen intento para ingresar a un mundo frío y descarnado donde la meta es ganar dinero y generar adicción más que erotizar o paliar la soledad.