Por siempre amigos, de Ira Sachs.
Lo primero: Por siempre amigos es mucho mejor de lo que el título empalagoso con que fue traducida en Latinoamérica sugiere. En su título original, Little Men, la película esconde toda la ambigüedad de una historia, en apariencia, sencilla.
Jake (Theo Taplitz) es un chico tímido y sensible al que le gusta dibujar, pero sus compañeros en el colegio lo molestan constantemente. Su vida cambia cuando, tras la muerte de su abuelo, su familia se muda de Manhattan a Brooklyn. Allí, conoce a Tony (Michael Barbieri), hijo de Leonor, una modista latina (Paulina García) que le arrendaba un local a su abuelo. Tony es todo lo contrario de Jake: es un chico extrovertido y apasionado, que sueña con ser actor. A Tony le encantan los dibujos de Jake, lo alienta a seguir adelante y se convierten en amigos inseparables. Todo marcha bien hasta que el padre de Jake, un actor fracasado (Greg Kinnear) que lleva mucho tiempo cesante, decide subirle el arriendo a Leonor.
Como en Love is Strange, la anterior película de Ira Sachs, en Por siempre amigos todo ocurre en una Nueva York cada vez más gentrificada. La ciudad es testigo del devenir de estos pequeños hombres: de los padres y de los hijos. No hay grandes tragedias, porque lo que les pasa es ni más ni menos que la vida. Esa es la grandeza de Sachs, que muestra un cariño y una empatía conmovedora con sus personajes, donde no hay villanos ni héroes, tan sólo unos adultos intentando ser buenos padres y sobrevivir en un mundo, a ratos, hostil. Es el caso de Leonor, el primer papel en inglés de Paulina García, que confirma lo que ya sabíamos: es una actriz tremenda, no importa el formato —teatro, cine, televisión— ni el idioma en que la veamos.
Pero lo más hermoso de la película es cómo Ira Sachs filma esa amistad intensa entre Jake y Tony. Son dos chicos que están dejando de ser niños, que de las maratones de videojuegos pasan a ir a su primera fiesta juntos. Aquí no hay cálculos, sólo una entrega incondicional, el futuro aún es un sueño y lo que queda —y lo que importa— son esos días estirados de un verano que no acaba nunca.