Precio: $14.000.
La reciente entrega de Mauricio Electorat confirma que una novela oscura no es lo mismo que una novela negra, y que la ausencia de luz de la primera es mucho más atractiva que aquellas historias construidas según los requisitos que impone el manual del género. Un relato sin el menor atisbo de luz puede ser capaz de brillar por encima de las categorías e incluso de las expectativas del lector domesticado. Una novela sin luz, en definitiva, es capaz de contornear de manera tenue el paisaje y las vidas de quienes lo habitan. La oscuridad no es un patrón, no es una receta. La oscuridad está allí donde la luz no alcanza.
Pequeños cementerios bajo la luna (Alfaguara) tiene algo de eso, no obstante se sitúa en dos escenarios muy marcados y que a ratos bien podrían parecer dos novelas: el primero es un contexto que el autor ya ha desarrollado: el París del destierro y el que le toca vivir a Emilio Ortiz, chileno que llega con la intención de iniciar sus estudios universitarios al tiempo que busca escapar del Chile de Pinochet. Para subsistir trabaja como recepcionista en un hotel bastante turbio donde el huésped menos extravagante se llama Ryszard Kapuscinski.
Electorat va a la contra del imaginario del latinoamericano afrancesado, pechugón y conectado con el mundo. El París que dibuja, más que un lugar de ensueño, se transforma en un sitio donde Emilio escapa de sus pesadillas y de su familia que celebró la caída de Allende. Pero no lo consigue: desde allá se entera de los vínculos de su padre con la represión política y, años más tarde, de su suicidio. El protagonista no está para cuentos, desconfía de lo que le intentan explicar y decide regresar: aquí es donde empieza la segunda novela. Pronto sabrá que su padre pasó de ser un simpatizante de los militares golpistas a cómplice colaborador, que facilitó su taller mecánico automotriz como centro clandestino de tortura y, lo esencial, que no estaba solo: su socio, Jorge Dutrey, tuvo mucho que ver con la decisión final que tomó de darse un balazo en la cabeza.
“¿Habrá usado una bala expansiva o una normal?”, se pregunta Emilio. “¿Habrá atravesado por su último segundo de conciencia algún rostro visto en su infancia, el de su madre, el de su padre, el suyo mirándose al espejo? Nunca pensé que podía hacer algo igual. Algo tan violento que el lenguaje usa formas eufemísticas para atenuarlo”.
Electorat ha escrito un relato sobre el ajuste de cuentas, sobre la justicia y el castigo innegociable. No es una novela más sobre la dictadura y sus consecuencias, sino sobre qué hacemos al respecto según lo que nos dicta nuestra moral. Una novela que va a la contra de la indiferencia del hombre bueno.