El espanto de descubrir, cuando estamos más viejos, que cada vez nos parecemos más a nuestros padres, es sólo comparable al horror que tuvimos al conocer a los suegros. Así como uno no escoge a su familia, tampoco tenemos elección ni escape alguno con esos parientes que llegan de yapa cuando uno se enamora. En
el género de las comedias románticas, el momento de conocer a los padres de la novia/novio siempre puede ser catastrófico, al punto que Ben Stiller inició una saga al respecto con La familia de mi novia, en que Robert De Niro era el suegro insoportable que torturaba todo el tiempo a Stiller. Hace poco, en la excelente Get Out, eso se convertía en una pesadilla y una película de terror cuando un fotógrafo negro visitaba a los padres, supuestamente progres, de su novia blanca. Una nueva variante de esto llega con Por eso lo llaman amor, comedia que viene a refrescar el género con una historia de amor multicultural.
Con la bendición y el sello de Judd Apattow (Virgen a los 40) como productor, Por eso lo llaman amor —simplona traducción para el título original, The Big Sick— está basada en la historia real de su protagonista, Kumail Nanjiani (Silicon Valley), comediante paquistaní-norteamericano que se enamora de Emily (Zoe Kazan), una universitaria que es encantadora y comprensiva, y parece la chica perfecta, salvo por un detalle: no es paquistaní. Kumail sabe que su tradicional familia, donde aún se usan los matrimonios concertados, jamás aceptará a esta novia blanca, así que decide romper con Emily.
Hasta aquí la película transita por los caminos más obvios de la comedia romántica. El giro ocurre después, cuando Emily sufre una extraña enfermedad que obliga a someterla a un coma inducido y Kumail tiene que contactar a los padres de Emily, a los que siempre había evitado conocer. De hecho, Emily prácticamente desaparece de la película, y lo que viene es la relación que Kumail establece con los padres de su ex, donde sobresale la extraordinaria Holly Hunter (The Piano), como una madre un poco odiosa, como todas las madres, imperfecta, pero finalmente entrañable. En tiempos de amores interculturales, es inevitable acordarse de Master of None, y aunque Kumail Nanjiani no es tan encantador ni chistoso como Aziz Ansari, la película funciona y nos recuerda que algún día todos podemos llegar a ser suegros.