Por Yenny Cáceres Septiembre 22, 2017

¡Madre!, de Darren Aronofsky.

Un escritor vive una crisis creativa en una casa que parece tan soñada como irreal. Es una casa vieja en medio del campo, que en algunos rincones parece caerse a pedazos, pero que ha sido refaccionada, pacientemente, y con sus propias manos por su mujer (Jennifer Lawrence). Es una obra inconclusa, como ese nuevo libro con que el escritor (Javier Bardem) intenta revivir su carrera literaria. Ella es hermosa, mucho más joven que él, pero nunca sabemos su nombre, porque en ¡Madre! ella no es más que la mujer del escritor, aunque es feliz, pues está empeñada en hacer de esta casa, lejos de todo, un paraíso.

En la nueva película del director Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un sueño), esta aparente postal de felicidad se ve amenazada con la llegada de unos inesperados visitantes. Es una pareja mayor, conformada por un admirador (Ed Harris) del escritor y su esposa (Michelle Pfeiffer), una mujer sofisticada y deslenguada, madre de dos hijos, el polo opuesto de la casi virginal y sencilla dueña de casa, que aún no tiene hijos. Mientras el escritor recibe con los brazos abiertos a la pareja, su mujer se siente alterada con la presencia de estos invasores.

En Cisne negro, Aronofsky ya había demostrado su talento para crear atmósferas asfixiantes. Es lo que ocurre con esta casa, que el director concibe como un ente orgánico que oprime a sus personajes. Pero talento no siempre es sinónimo de genialidad, como lo prueba que ¡Madre! sea tan fallida como pretenciosa.

Como ocurría también en Cisne negro, de a poco la realidad se confunde con las alucinaciones de la protagonista, pero en ¡Madre! no hay espacio para las sutilezas, por lo que la impostura del cine de Aronofsky se vuelve más evidente. Porque Darren Aronofsky no es Polanski, pese a que algunos han querido comparar a ¡Madre! con El bebé de Rosemary. Lejos de la ambigüedad y la exquisita perversión de Polanski, en ¡Madre! los personajes apenas son arquetipos de una película que parte como un thriller psicológico y deviene en una cinta de terror, incluso gore, con un final tan rebuscado como antojadizo.

Lo más detestable es que todo parece una excusa para que Aronofsky despliegue un tratado sobre la maternidad y sus clichés: la mujer como un ser enfermo, por supuesto histérica, siempre al borde del colapso y sobrepasada por sus emociones. Aronofsky acosa y humilla a su protagonista hasta el hartazgo, como si se tratara de una venganza contra el género. Así, ¡Madre! no sólo es pretenciosa: está llamada a convertirse en la película más insoportable y misógina del año.

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