El otro hermano, en Netflix.
En noviembre de 2008 se anunció el resultado del vigésimosexto Premio Herralde de Novela. Lo ganó, con justicia, el mexicano Daniel Sada
—uno de los escritores más brillantes de la generación de Bolaño— y, de una forma excepcional, Anagrama decidió publicar, además de a un finalista, a tres autores jóvenes cuyos manuscritos asombraron al jurado. Entre esos manuscritos estaba Bajo este sol tremendo, de un desconocido escritor argentino llamado Carlos Busqued (1970). Esa novela se publicó al año siguiente y, hasta el día de hoy es uno de los debuts narrativos más asombrosos de las últimas décadas. La historia de un asesinato feroz, de un hijo
—Cetarti— que debe ir a reconocer esos cadáveres —de su madre y de su hermano— a un pueblito trasandino, sin imaginar que ese viaje significará el ingreso a un pequeño infierno, donde nos encontraremos con Duarte, un antiguo militar, tan siniestro como impredecible, que ayudará a Cetarti a cobrar un seguro, aunque sólo será el comienzo de esta historia salvaje, en la que hay secuestros, torturas y, por supuesto, mucha crueldad.
En la contratapa del libro se puede leer que emparentan a Bajo este sol tremendo con algunas películas de los hermanos Coen, un vínculo completamente cierto y que ahora, cuando podemos ver la adaptación cinematográfica de la novela —pues acaba de estrenarse en Netflix—, se hace más real aun. Bajo la dirección del uruguayo Israel Adrián Caetano (Pizza, birra, faso), la película —que funciona como una adaptación libre y de hecho tiene un título distinto a la novela: El otro hermano— transita por la provincia y por la violencia, tal como lo hicieron los hermanos Coen en Fargo, por ejemplo, o en Sin lugar para los débiles: un pueblo que es un infierno y que esconde más secretos de los que se pueden guardar. En este caso, el protagonismo que adquiere Duarte, el ex militar, es uno de los mayores aciertos de El otro hermano, pues la interpretación que hace de él Leonardo Sbaraglia (Relatos salvajes) es descomunal: encarna la violencia de una época y también el cinismo y el horror, sobre todo cuando se contrasta con el personaje de Cetarti —Daniel Hendler— y de Danielito —Alian Devetac—, su ayudante, un muchacho que esconde dentro de él una frustración que deviene, cómo no, en una brutalidad incontrolable.
Y a todo esto, por supuesto, hay que sumarle el paisaje de la provincia argentina, que Caetano filma como un personaje más: la tierra, la miseria, el escenario perfecto para que un ex militar siga ejerciendo la misma violencia que, intuimos, ejercía hace unos años pero quizá en otro lugar, en otra época, en otra Argentina. Aunque eso
—tanto en la novela como en la película— es una historia que no se cuenta, pero que funciona como un ruido de fondo, los murmullos que nadie puede silenciar.