Por Patricio Jara Octubre 20, 2017

La balada de Rocky Rontal, de Daniel Alarcón.

Las crónicas del peruano Daniel Alarcón tienen la clara virtud de dibujar el paisaje donde transcurren las vidas de sus protagonistas con un mínimo de elementos. Mínimo de elementos y máximo de recursos, más bien. En especial cuando se trata de escenarios tan fáciles de transformar en caricatura como aquellos donde abunda la pobreza, la marginalidad y la violencia. Alarcón, tanto como periodista, es escritor, y si irrumpió con éxito hace más de una década con el libro de relatos Guerra a la luz de las velas, es justamente porque conoce los mecanismos que dotan a una historia breve de resonancia y luminosidad desde el primer párrafo.

La balada de Rocky Rontal (Estruendomudo) comienza con Francisco, un preso de una cárcel peruana con aptitudes literarias que dedica su encierro a contar sus andanzas en un manuscrito. Todo va bien hasta que la rotura de una cañería inunda su pabellón y debe arreglárselas para salvar del agua las páginas del legajo.

Compuesto por ocho textos fechados entre 2009 y 2016, el compilado va y viene a través de una América entendida como un único continente donde las fronteras se borran y sólo quedan las voces de aquellos para los que el bienestar, las promesas de una vida mejor y la ilusión del dinero parecen una mala broma. Acá se  cruzan la guerra entre pandillas latinas en California, las consecuencias que enfrentan los periodistas salvadoreños por publicar ciertas noticias (viven en un país donde puede haber más de seiscientos asesinatos en un mes) y la fatalidad que cae sobre una chica que participa en un concurso de TV en el que decir las verdades más brutales es la única forma de llevarse el gran premio.

Hasta allí, Alarcón gana puntos por estilo y técnica. Sin embargo, la crónica que da contundencia al volumen (y no porque sea la más larga ni tenga el mejor título) es “La vida entre piratas”. El autor investiga el negocio de la falsificación de libros en Perú y da forma a una pieza brillante, de esas que deben leerse en cualquier escuela de periodismo donde se enseñe que el reporteo es algo más que la acumulación de fuentes por kilo.

Alarcón descubre cosas asombrosas y aplicables, desde luego, a los problemas que nuestra propia industria tiene con las redes de piratería; sale a la calle, observa, pregunta, duda y entrega datos insólitos que dan cuenta de un asunto mucho más complejo, un tejido el doble de profundo que el delito mismo, ese que alcanza, con las prensas a toda máquina, a imprimir cuarenta mil ejemplares por semana. En Perú los libros pirata se venden el mismo día (o incluso antes) de que lleguen a las librerías. Aparecen en ferias y los ambulantes los ofrecen en las esquinas cuando el semáforo da rojo. La gente los compra, los lee, y luego va por otro, dejando claro que un país de buenos lectores no es lo mismo que un país con un mercado editorial saludable.

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