Por Rafaela Lahore // Foto: Valentina Ricardi Octubre 13, 2017

País clandestino de Les five pays en el Teatro Municipal de Las Condes. Sábado 14 de octubre,  20 horas.

Si Lucía Miranda fuera un animal, sería un pájaro. Ella, que por naturaleza se dedica a sobrevolar fronteras, no es de un solo lugar: su verdadero territorio está en todas partes. Esta actriz y directora de teatro española participó en 2014 de una residencia en el Lincoln Center de Nueva York y allí conoció a Jorge Eiro (Argentina), Maëlle Poésy (Francia), Florencia Lindner (Uruguay) y Pedro Machado Granato (Brasil). Con ellos escribió País clandestino, una obra que gira en torno a la política, la historia y el arte de sus países y donde ellos son sus propios protagonistas. La obra, que en gran parte escribieron por Skype y WhatsApp, se estrenará mundialmente este sábado en el Teatro Municipal de Las Condes, en el marco del IV Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires.

Este es el último espectáculo de Lucía Miranda, fundadora de Cross Border Project, una compañía y una escuela que combina el teatro y la educación y que la ha llevado a volar por todo el mundo. Que le ha hecho ganar, además, reconocimientos importantes, como el Premio HOLA (Hispanic Organization for Latin Actors) a la producción más destacada en Nueva York por su drama De Fuente Ovejuna a Ciudad Juárez. Ahora, con País clandestino, presenta junto a otros dramaturgos una obra que califica como autodocumental: cinco artistas de entre 30 y 35 años que discuten, a fin de cuentas, cómo su historia determina su teatro.

—¿Qué lugar juega la identidad en País clandestino?

—Hemos hecho un trabajo muy bonito para descubrir de dónde venimos y eso nos permite entender mejor quiénes somos ahora y las mochilas que cargamos de cara al futuro. La obra trabaja la identidad desde lo más íntimo, mostrando los elementos históricos que nos atraviesan. Por ejemplo, cómo tener un familiar desaparecido durante la dictadura influye en lo que eres políticamente, en cómo te llamas, en cómo nombras las cosas. La obra confluye en una identidad transnacional porque, aunque uno haya nacido en la dictadura de Brasil y otro en la democracia de François Mitterrand, nos unen cosas muy comunes.

—Tus obras mezclan distintos países, idiomas y momentos históricos. ¿Qué encuentras en ese espacio entre fronteras?

—Lo que encuentro en esos cruces es la verdad. La verdad en la que yo vivo. Llevo muchísimos años fuera de mi casa, pegada a una maleta y cuando una vive así duda mucho de a qué nombrar “casa”, “país” o “patria”. Por eso necesito crear espacios que sean como los que yo habito. En el cruce de fronteras encuentro riqueza, mundos en los que me interesa investigar y vivir. Hay algo muy básico que nos une a los seres humanos más allá del lugar en el que hayamos crecido, que trasciende esa frontera territorial, y a través de eso puedo comunicarme con todo tipo de público: con una comunidad indígena de Bolivia, con un new yorker del Upper East Side, con jóvenes en Etiopía que viven en dictadura.

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