Es fácil y en verdad necesario entregarse al ambiente de Hotel Antumalal. Es el primer hotel boutique nacional (1950) y patrimonio arquitectónico del Chile Bauhaus. El  contraste se hace delicioso si la rectitud de su construcción se topa con un mediodía fresco y seminuboso, que a ratos deja pasar una luz cálida sobre el verdor perenne cercano a Pucón, haciendo juego con un lago Villarrica retozando tranquilo frente al comedor. Hay un pequeño triunfo ahí, un condimento esencial para la degustación de la carta primavera-verano de su restaurante.

María Ignacia Jara es la chef. Lleva años en esa cocina. Sin mucho ruido, y plato tras plato, sabe que el paisaje pega fuerte: entonces lo suyo es mostrar, por medio de una breve lista de platos, un equilibrio entre los afanes humanos y los de la naturaleza circundante. Producto local para opciones gourmet —con precios que van desde $ 6.000 a $ 17.000 en entradas y fondos—, que a su vez decanta en pura sobriedad de montajes, sazones y sabores. Lo hace, por ejemplo, en las Croquetas de trucha, ligeramente ahumadas, con pebre de rábano encima y una mezcla de pescado y vegetales dentro: la carne sabe sazonar vegetales tan crocantes como la cobertura del plato, sin estridencias ni picores. Algo similar ocurre en el pequeño corte de ciervo cocinado a punto, cubierto de trozos de jamón estilo italiano, mas dulzón y de crac delicado, acompañado de una salsa de frutos del bosque.

Puede parecer una excepción a la regla acompañar un filete de salmón con risotto mezclado con longanizas, pero allí prosigue la senda equilibrada de la cocinera, entregando pintas del embutido entre los granos al dente, jugando con suavidad ante una carne potente, pero por desgracia sobrecocida. No es primera vez, así que ojo. Para cerrar, un par de helados de la casa, con el de harina tostada como protagonista; sabrosos y en la línea de los matices sutiles de un restaurante que, a través de trazos sensatos, resalta en medio de la exuberancia del sur más turístico.