Por Nicolás Alonso // Fotos: Dedvi Missene Noviembre 17, 2017

Una muchacha de 15 años ve a su padre asustado, enterrando una caja con libros. Por algún motivo que no entiende del todo, esa extraña escena la hace sentir más segura. Un joven, que quiere ser músico, observa cómo su madre quema su colección de revistas La Bicicleta. Otra mujer, no muy lejos de allí, sorprende a su hijo escondiendo libros en una caja. Siente pavor, lo golpea, se pone a llorar. Afuera, los militares allanan casas en la población. Una niña de diez años escucha a un amigo repetir algo que él ha oído en su casa: que van a matar a quienes tengan libros. A la medianoche, mientras todos duermen, guarda los que encuentra en un saco de papas, los lleva al patio y les prende fuego. Otra niña observa cómo una cuadrilla da vuelta toda su casa sin encontrar nada, y al final se llevan los libros, que luego incineran en una calle de la población.

Un adolescente esconde sus libros en el entrepiso y muchos años después se da cuenta de que los han roído los ratones. Un hombre encuentra, oculto dentro del asiento de una micro vieja, el libro Interpretación marxista de la Historia de Chile. Se pone nervioso y, sin saber por qué, lo guarda entre sus ropas. Una mujer, que ha amado los libros, ve a sus hermanos cavar un pozo en el patio y luego guardar un cajón de madera que ha construido su padre. Muchos años después, los hermanos se reúnen a desenterrarlo. La familia, conmovida, vuelve a hojear sus libros.

Las historias son esas y también otras. Los libros, los que sobrevivieron en mesas, agujeros, paredes y también bajo la tierra, están aquí: sobre tres libreros grises, resguardados por vidrios que permiten ver sus manchas de humedad, sus hojas resquebrajadas, las marcas que ha dejado el tiempo.

La exhibición se llama Biblioteca recuperada y ocupará el salón central de la biblioteca de la Universidad de Playa Ancha hasta el 10 de diciembre. Allí puede verse lo que escapó del fuego: dos centenares de libros y vinilos entregados por los habitantes de la región a una quincena de estudiantes de Bibliotecología

—dirigidos por la coordinadora de la carrera, Marjorie Mardones—, que también se encargaron de recoger sus historias personales. Al fondo de la sala, junto a una exposición de fotos de soldados prendiendo fuego a libros y revistas —pertenecientes a la Universidad Diego Portales, que en 2013 hizo una exhibición similar y asesoró esta muestra—, están las carpetas con los relatos y las órdenes oficiales de incineración de los años 70 y 80; y también la lista de libros que en 1975 tuvo que quemar la propia Universidad de Chile en su sede de Valparaíso.

—Algunas personas donaron sus libros, y otras nos los prestaron con mucho temor, pidiendo que por favor los cuidáramos —dice Marjorie Mardones, directora de la muestra—. Cada uno es una pieza irremplazable, de valor personal, que tiene una historia propia. Algunos están subrayados o tienen marcas de cuando estuvieron ocultos. Eso los convierte en patrimonio bibliográfico.

Los estantes muestran, sobre todo, decenas de libros de la editorial Quimantú, creada en 1971 por la Unidad Popular y cerrada en 1973 por la junta militar, y de otras editoriales de la época que fueron desapareciendo. Hay vinilos de la Nueva Canción Chilena camuflados como discos románticos, y también algunas rarezas, como un libro clandestino que en la tapa anuncia una obra de Nicanor Parra, pero adentro oculta un tratado de Trotsky. Además, la muestra cuenta con audífonos para escuchar relatos de algunos dueños de los libros y propagandas radiales de libros de la época.

En el medio de la sala, sin embargo, un cuarto librero funciona como un recordatorio simbólico de todos los libros que desaparecieron durante el régimen, en manos de sus propios dueños o en los allanamientos militares. Ese librero, acaso el más importante, está vacío y así seguirá.

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