Mucho antes de que las playas del mundo se llenaran de turistas y basura, de que las hordas de visitantes chinos y japoneses empezaran a estropear —como un photobomb masivo— las fotos de viaje, y de que comenzara a hablarse de turismofobia —algo así como una aversión por los extranjeros ataviados de shorts, jockeys y cámaras—, el inglés Martin Parr (Epsom, 1952) descubrió a través de sus fotografías que el mejor período para observar la decadencia de estos tiempos son las vacaciones. El verano relaja y desprejuicia los cuerpos, libera panzas rollizas y pellejos sueltos, pero también desata todo el mal gusto que llevamos dentro: ese traje de baño amarillo neón con flecos, ese bikini ochentero demasiado chico, esa zunga groseramente apretada. Su obra más famosa —sus retratos de aristócratas excéntricos y de turistas desatados— exhibe el lado más kitsch de la sociedad de consumo, pero también articula, a través de la ironía y el humor, una crítica social.
Cuesta imaginar cómo serían sus fotos sin esos tonos chillones y saturados que tiñen sus postales veraniegas, pero Parr en blanco y negro sigue siendo Parr. Es lo que se descubre en Los inconformistas, la exposición que hasta el 10 de diciembre estará en la Corporación Cultural Las Condes y que trae a Chile la primera gran serie fotográfica que realizó el artista entre 1975 y 1980, época en que, con apenas veintitantos años, dejó Mánchester para vivir en Hebden Bridge, un pueblo perdido del norte de Inglaterra. Con una cámara Leica, Parr retrató a una comunidad de inconformistas, como se llama a los miembros de las iglesias metodistas y bautistas que se alejaron de la Iglesia de Inglaterra, grupos principalmente de ancianos que pasaban sus días rezando, cazando, haciendo vida social, tomando té con leche y llenando sus ratos de ocio con espectáculos de ratones o competencias de palomas.
Sus fotos exhiben la cotidianeidad de una sociedad rural en vías de extinción, revelan modos de vida que desaparecieron con el declive de la economía industrial. Hay escenas de fábricas, de oficios hoy inexistentes, de trabajadores melancólicos y de señoras vestidas como si el tiempo se hubiera detenido en los años 40. En esta serie se advierten rasgos que Parr convertirá en su sello —el humor, la obsesión por lo banal y lo doméstico, el interés por la decadencia social—, pero hay un tono más íntimo y cercano, más sensible y menos satírico. El blanco y negro, a la vez, obliga al fotógrafo a buscar otras formas de expresividad: en este Parr temprano hay más detalles, más sutilezas; más juegos con las composiciones, la luz y la sobreexposición. Para retratar a los viejos, a los feos y a los olvidados, el artista inglés no necesita ni sol ni color.
Los Inconformistas, de Martin Parr. Hasta el 10 de diciembre en la Corporación Cultural Las Condes.