Masseduction, de St. Vincent.
El asunto lo puso en la mesa hace no mucho el periodista de música de El País, Diego A. Manríquez, pero el problema tiene que ver con los tiempos que corren: hoy es rarísimo encontrar en el medio musical críticos dispuestos a trasquilar artistas y apalear sus discos nuevos. No pasa en el cine, ni en la literatura, pero por algún motivo sí en la música. Será que los que escriben sobre el tema están leyendo demasiados libros sobre “pensamiento positivo” —”utiliza un lenguaje positivo y vivirás más y mejor”, se lee en sitios de autoayuda—, o quizás es sólo un síntoma más de esta sociedad del cansancio, como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, en que a nadie le quedan energías para escupir veneno o para articular una crítica bien argumentada. El último disco de la texana St. Vincent, Masseduction, viene rodeado de eso: cuatro estrellas de cinco en todos los medios, halagos y mucho fuego artificial.
“La PJ Harvey de esta generación”, “la Bowie femenina”, “una de las creadoras alternativas más geniales del momento”, “un monstruoso álbum”. La lista de elogios es interminable, y por lo mismo cuesta llegar virgen a Masseduction, porque la unanimidad en esta era huele a sospecha. Se habla mucho del contexto en el que fue hecho el disco: Annie Clark, verdadero nombre de St. Vincent, pasó de ser una estrella indie a víctima del showbizz por sus romances con Cara Delevingne y Kristen Stewart. Como letrista, la artista siempre ha sido esquiva con su intimidad, y aunque muchos han leído el disco como un ejercicio autobiográfico sobre sus desamores (que es de lo que tratan varias de las letras), es posible que todo sea una performance para engañar a los sedientos de farándula. O será, quizás, que los flashes de los paparazzi le quedaron gustando. Vaya uno a saber.
Como dice el título del disco, St. Vincent se disfraza de “seductora de masas” a punta de kitsch, neón y lycra, y trasviste su música con ropajes de pop bailable, accesible, pegajoso; de texturas tomadas del glam y del synth pop que armonizan con los colores expresivos de la estética del disco: naranja, rosado, celeste, rojo. Clark, multiinstrumentista y compositora virtuosa, se alió con el músico Jack Antonoff (Lorde, Taylor Swift) para coproducir un disco pensado para ampliar públicos, para salirse del nicho indie con hits hechos para las pistas de baile, como “Masseduction”, o con baladas tristes perfectas para sonar en las radios, como “New York”.
Sea una estrategia de marketing para atraer a nuevos escuchas o una performance irónica sobre esta era de la seducción, Masseduction juega bien con esa ambigüedad, y aunque confirma a Annie Clark como una artista talentosa y versátil, tampoco es para volverse loco: quizás a algunos críticos les sobra pensamiento positivo y les falta tiempo para escuchar los cuatro discos anteriores de St. Vincent, más originales y creativos que esta música pensada para las masas.