Por Evelyn Erlij Diciembre 29, 2017

 

 

 

 

 

Bélgica musicalizó los años 90 con el eurodance de Technotronic, uno de esos grupos de ritmo anfetaminado que, además de ser un infaltable de las clases de aeróbica, es el culpable de las patas de licra y la ropa fosforescente que muchos llevamos en esas fotos viejas que hoy nos hacen morir de vergüenza. Desde entonces, el país de Salvatore Adamo y Jacques Brel desapareció de los rankings, más allá de uno que otro hit de Lara Fabian, algo así como la Céline Dion europea. Recién en la última década, los belgas empezaron a exportar con fuerza música para el mundo, desde el pop de Stromae —ídolo nivel Daddy Yankee— y el soul de Selah Sue, la Amy Winehouse de Bélgica; hasta los sonidos indies de BRNS o Girls in Hawaii, dos grupos que entendieron que, para sonar fuera de sus fronteras, lo mejor era cantar en inglés.

A comienzos de los años 2000, Girls in Hawaii fue uno de esos conjuntos que emergieron de la explosión de melancolía detonada por Radiohead, una de esas bandas de revoluciones bajas que funcionan como soundtrack para arranques depresivos, penas de amor o, simplemente, momentos de calma. A pesar de ello, su música era luminosa y hasta bailable. A ratos recordaba a Animal Collective y a otros grupos indies del estilo, pero en 2010 una tragedia transformó su sonido en un lamento: el baterista Denis Wielemans, uno de los fundadores y hermano de Antoine, el cantante y guitarrista del sexteto, murió en un accidente a los 27 años, la —vaya uno a saber por qué— edad maldita de los músicos. De esa pena nació el bello y triste Everest (2012), un disco de canciones hechas para sacar lágrimas.

Cinco años después, los belgas regresan con Nocturne, un cuarto álbum, más energético, pero no por eso menos melancólico. En vez de singles fuertes, Girls in Hawaii busca crear, a través de guitarras y sintetizadores, una atmósfera apacible y envolvente; un pop sensible que transporta a un estado de ánimo extraño y contemplativo. A ratos, la experiencia de Nocturne tiene algo de lisérgica, por ejemplo, en “This Light”, canción con una larga introducción instrumental que recuerda en algo al inglés Badly Drawn Boy, y en la que la voz de Antoine Wielemans suena bastante parecida a la de Thom Yorke.

La influencia, justamente de Radiohead, es notoria —la meta de los belgas era, según decían en sus comienzos, hacer álbumes tan bien hechos como los de los ingleses—, pero al pop melancólico de siempre se suman pistas para bailar cargadas de sonidos electrónicos y sintéticos, como “Blue Shape” y “Overrated”. Tampoco hay que exagerar: nada suena tan exótico ni desatado como lo sugiere el nombre de la banda, que hace pensar en un grupo de machitos de fiesta en la playa de Waikiki. Girls in Hawaii es lo contrario: es música hecha por hombres melancólicos y delicados, algo así como el soundtrack de una nueva masculinidad.

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