Taylor Sheridan es uno de los mejores escritores norteamericanos del último tiempo, algo que no es tan evidente porque sus historias no se encuentran en libros sino que en los guiones de películas como Sicario, Hell or High Water y, la más reciente, Viento salvaje. Sheridan es el cronista de un Estados Unidos marginal, un mundo de perdedores que sobrevive al borde de la cultura oficial. Son los hombres que enfrentan al narcotráfico en la frontera mexicana-norteamericana en Sicario o esos hermanos de Hell or High Water que esperan un golpe de suerte para cambiar su destino en un Texas decadente y al borde de la asfixia.
Esta vez Sheridan quiso ir un paso más allá y, además de escribir el guión, en Viento salvaje asumió la dirección de una película que se siente tan personal como sólida. Basada, tristemente, en hechos reales, la historia transcurre en la reserva indígena Wind River, en Wyoming, en un paisaje que resulta tan deslumbrante como hostil. Un lugar cerca de las montañas, donde aun en primavera el frío es implacable y donde el aislamiento puede desatar a los peores demonios.
La muerte y violación de Natalie, una adolescente indígena, será el punto de partida para un thriller que tiene una morosidad desacostumbrada para el género. Sheridan no va con prisa, sus historias se detienen en los diálogos y, sobre todo, en sus personajes, hombres de carne y hueso, alejados de cualquier falso heroísmo. Es el caso de Cory Lambert (Jeremy Renner), un hombre parco que carga un doloroso pasado y que se define como un cazador, ya que se dedica a rastrear depredadores. La llegada de una agente del FBI (Elizabeth Olsen) para investigar el asesinato, tan idealista como Emily Blunt en Sicario, será el complemento para esta última cacería de Cory. En el camino, descubrirá que sus dolores están intactos. Y Sheridan nos dará una lección de cine al filmar ese dolor.
Viento salvaje, de Taylor Sheridan.