En el Museo de Bellas Artes.
Borges mira hacia el cielo, como si estuviera perdido; Enrique Lihn lo mira fijo a él, a Luis Poirot (1940), como si estuviera molesto; Víctor Jara sonríe, mientras se apoya en el respaldo de una banca del Parque Forestal, frente al Museo de Bellas Artes, ese mismo lugar donde ahora se puede ver aquella fotografía, la única que Poirot ha titulado durante su más de 50 años de carrera: “Éramos tan felices”. La imagen es feroz: 1965, Víctor Jara junto al equipo creativo de la obra teatral La remolienda, sonríen todos, parecen inevitablemente felices, lejos del futuro, de lo que vendría.
No es la única foto de Víctor Jara que encontraremos en ¿Dónde está la fotografía? 1964-2017, la última exposición de Luis Poirot que recorre una buena parte de su trabajo, centrándose, sobre todo, en esos primeros años en que fotografió como nadie el mundo del teatro chileno: obras, actores y el tras bambalinas, concepto que además utiliza la curadora de la muestra —María de la Luz Hurtado— al momento de hacer el montaje: vemos una selección generosa de la obra de Poirot, desplegadas en una serie de armazones de maderas, y tras ellas descubrimos una parte de su archivo, el registro digitalizado para que el público descubra las distintas opciones que hubo antes de elegir cada imagen que finalmente se decidió exponer.
Ahí está Donoso —recostado en una habitación—, más allá, Neruda sentado en su escritorio en Isla Negra, aparece Zurita un par de veces, muy cerca Raúl Ruiz y los actores, claro, muchos actores en escena y siendo retratados por ese lente tan personal de Poirot: Ana González, Héctor Noguera, Bélgica Castro, Alejandro Sieveking, por ahí anda Carlos Leppe en medio de una performance y también Francisco Copello, La Moneda destruida después del 11 de septiembre, Santiago y el terremoto de 1985, una mujer que aparece y desaparece en la muestra —su pareja, a quien lleva fotografiando hace más de 15 años— y Víctor Jara, que es una presencia constante durante toda la exhibición. Difícil pensar en otro fotógrafo que lo haya retratado con tanto talento como lo hizo Poirot. “La fotografía para mí —anota en un texto que leemos en la muestra— es esencialmente una obsesión, yo insisto, insisto y busco, busco, busco, busco, insisto. Tengo una situación, está dado un lugar. Insisto, insisto”. La obsesión y la insistencia por encontrar la luz adecuada, por descubrir una escena perfecta, por discutir, en todo momento, con esa oscuridad que parece siempre estar acechando a sus imágenes. La luz de la memoria. Quizá en eso ha consistido el trabajo de Poirot: en capturar esa luz, esa memoria, esos recuerdos que parecieran estar destinados a desaparecer.