France Gall.
Los tiempos en que era cool cantarle a una lolita acabaron hace poco, cuando pedirle a una menor de edad que “meciera la cuna del amor” (a lo Billy Idol) o que “frotara su cuerpo tibio” contra el de un adulto (a lo Pozze Latina) empezó a sonar muy mal. La música popular ha sido refugio para más de un viejo verde sin escrúpulos, y la muerte de la cantante France Gall, el 7 de enero, fue un recordatorio de ello. La estrella que interpretó éxitos franceses memorables de la década de 1960 fue una de las tantas víctimas a quienes la industria musical les robó la infancia: con su carita de muñeca rubicunda y su voz de prepúber, a Gall la lanzaron con 16 años a las garras de Serge Gainsbourg, un genio que si bien compuso para ella joyas de la música yeyé como “Laisse tomber les filles” (1966), también la hizo cantar letras tan moralmente dudosas como la famosa novela de Nabokov.
Poco después de escribir para la tierna France una canción de pop orquestado llamada “Poupée de cire, poupée de son” (1965), con la que ambos ganaron el festival Eurovisión, Gainsbourg tuvo que seguir trabajando para otros en vista de las malas ventas de sus discos. Él era un cantante en descenso, y ella en ascenso, por lo que no le quedó más que tragarse el orgullo y componerle melodías yeyé, una corriente entre el twist y el rock and roll que despreciaba, pero que era la moda de entonces. Así nacieron canciones como “Dents de lait, dents de loup” (Dientes de leche, dientes de lobo), pero si eso suena mal, lo peor vino con “Les sucettes” (1966), sobre una niña que ama “chupar paletas” hasta que el “anís cae por su garganta”.
Gall, dulce como un lolipop, no captó el doble sentido de la letra, y aunque el músico no fue el único en aprovecharse de su candidez (hubo otras canciones, como “J’ai retrouvé mon chien” (1966), en cuyo video acarrea a viejos jadeantes con un collar de perro, o “Bébé requin” (1968), sobre un tiburón bebé que lleva a hombres hacia “aguas calientes”), sí fue el que la hizo perder la inocencia: cuando la cantante entendió todo, demoró meses en recuperarse de la humillación. Con ese golpe creció y se convirtió en adulta. Como anécdota, la canción “Comme d’habitude” (1967), de Claude François, versionada por Frank Sinatra como “My way”, fue escrita para ella.
Aunque en Chile no fue tan famosa, su voz se escuchó en las radios locales gracias a “Ella, elle l’a” (1988), uno de los pocos éxitos franceses que sonaron por estos lados y cuya melodía pegajosa y letra en homenaje a Ella Fitzgerald le dieron fama mundial. Cumplió su promesa de no ser nunca una “cantante vieja” y se retiró a los cuarenta y tantos, y aunque murió tres décadas después, a los 70 años, en el imaginario colectivo siempre será —citando una de las canciones que le compuso Gainsbourg— la “Baby pop” de la música de Francia.