A $ 12.000 en librerías.
Le robamos el título de esta reseña a un cuento de la genial Hebe Uhart y lo convocamos para hacerlo dialogar con una antología de poemas del costarricense Luis Chaves (1969) que acaba de publicar Ediciones Overol: La historia de una hiedra. Detengámonos un momento en la edición, a cargo de Daniela Escobar y Andrés Florit, quienes llevan adelante el proyecto de Overol, uno de los más valiosos dentro del panorama de editoriales independientes que han aparecido en los últimos años en Chile.
Vale la pena destacar a Overol no sólo por el catálogo que vienen armando desde 2015 —en el que resaltan títulos de Enrique Lihn, Dorothea Lasky, Juan Santander y Marcelo Guajardo Thomas, quien acaba de ganar el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven—, sino también por su trabajo visual, con un diseño cuidadísimo y que se permite algunos lujos poco utilizados en el panorama nacional; por ejemplo, imprimir el interior del libro en colores: La historia de una hiedra, de hecho, tiene las letras impresas en verde y funciona perfectamente. Funcionan los colores, el trabajo visual de Daniela Escobar y la selección de poemas que hicieron de Chaves: poco más de treinta textos que nos permiten recorrer, de forma aleatoria, una trayectoria que comenzó en 1997 y que desde sus inicios se mostró tan consistente como entrañable. La capacidad de observación de Chaves nunca deja de asombrar: se detiene en imágenes que parecen inofensivas, pero que en sus palabras se convierten en un objeto frágil y nuevo, casi siempre doloroso. Porque hay un desgarro que se insinúa en sus poemas, como si la voz que nos habla fuera la de alguien que logró sobrevivir a una catástrofe de proporciones, una voz que nos interpela desde los escombros, desde las ruinas de un desastre familiar, íntimo: “Debajo de esto hay una canción,/ aunque no se escucha ni se ve. (…)/ Debajo de esto hay algo mejor”, anota Chaves, que logra encontrar un poco de luz en el camino. Su talento es indudable a la hora de tomar aire y aventurarse en el poema de largo aliento; lo narrativo está siempre ahí, rondando, y también la levedad, que lo ayuda a él —y a nosotros, lectores— a avanzar por estos poemas que si nos pillan volando bajo, nos pueden noquear, como los textos de Fabián Casas o los de Julián Herbert, dos nombres con los que podemos emparentar a Chaves: esa misma cercanía, esa misma familiaridad; la voz de unos amigos que creíamos perdidos y que aparecen cuando más los necesitábamos.
Pero convocamos primero a Hebe Uhart y a ese cuento hermoso titulado “Guiando a la hiedra”, un relato sobre una mujer que acomoda sus plantas y no mucho más. O quizá sí. Siempre hay algo más, tal como en ese poema hermoso de Chaves que empieza así (y con el que terminaremos esta reseña): “Arrancaron la hiedra./ De raíz. No les fue fácil, sin embargo./ Emplearon podadoras,/ palas y guantes para no lastimarse./ Esa hiedra que tardó años en cubrir/ la pared al fondo del patio./ Aferrada al concreto, parecía resistirse./ Era su territorio./ Si hubiera podido hablar/ no lo hubiera hecho,/ habría gritado…”.