No he leído mucho acerca del backstage de la estupenda y ácida y jugada y sorprendente novela debut de Cristóbal Riego titulada Los pololos de mi mamá (Hueders), pero no me hace falta: suena a verdad. Un libro valiente, peligroso. Al no ser un autor conocido (tiene 25 años) ni su madre una figura pública, la novela no ha sido escrutada bajo la lupa del quién-es-quién. No va por ahí, en todo caso. Pero uno cierra el libro y piensa: la madre debe haber quedado herida. Y el hijo, por cierto, el que narra todo esto, también, pero ha valido la pena.
Riego no desea ajustar cuentas, desea contar y ajustarse él. Andrea, la madre del narrador, se parece a millones de mujeres separadas de Providencia o Ñuñoa o La Reina con hijos que pueden ser un cacho. Ella está en el lado incorrecto de los 40 y se siente gorda, se tiñe rubia, toma cursos de locución y biodanza, lee autoayuda y hace pilates y aún es considerada una MILF para los compañeros de curso del joven hijo-narrador. El libro es acerca de la madre (y el padre un tanto ausente y engrupido y adicto al fengshui) y los diversos pololos (Charly, el que quiso ser roquero/cantautor; Tolchinsky, el locutor en off de TVN; Marco, el informático de 37 que vive con sus padres) y casi pololos de ella, pero la gran diferencia es que el joven autor lanza ataques y dardos a todos, partiendo por sí mismo.
La novela parece verdad y se lee como verdad. Tiene el espesor de lo autobiográfico aunque no lo sea. Esto no es un ejercicio estilístico. Es una narración dura, cruel, empática, tierna, algo destartaladas quizás, pero llena de la verdad que importa: la literaria. Aquí lo relevante no es tanto la prosa (aunque el lenguaje adolescente que recrea-inventa-poetiza es seductor), sino el pudor. Riego traiciona y cuenta, da la impresión, más de la cuenta. No es de esos (es de esperar que no cambie) que escriben sobre temas contingentes o, peor aún, acerca de temas que no le interesan. No se esconde, se expone y expone, como un canalla a veces, a los que tuvieron la mala idea de rondarlo.
Riego puede tener imaginación, sin duda (es de esperar que mucha), pero lo que más tiene es oído, ojos, empatía, corazón y coraje (es de ese tipo de libros que no miden las consecuencias).
Esta novela urgente, contemporánea, al día, capta lo que las otras artes no se fijan y la prensa no ve. Los pololos se van, todos se van, poco resulta. “Pronto entendí que no había que agarrarles cariño”, confiesa. Riego noveliza más que narra, y no se le va detalle, utiliza formidablemente el deseo y la necesidad de todo adolescente (y de todo hijo) de caricaturizar a la competencia y a los enemigos. Los pololos de mi mamá es la historia de disputa de territorios y posee la maldad y la mala leche de un adolescente tan cruel como inteligente, pero no se queda en eso: todo el último capítulo y la epifánica escena final de la novela es de una creatividad, locura, ternura y belleza que llenan de luz la oscuridad que reinaba y redimen al narrador y lo transforman en acaso lo que temía: en un adulto y, sobre todo, en el hijo mayor.
A $ 11.000.