Liceo de niñas, de Nona Fernández. Hasta el 14 de abril.
“Los pastores en los campos, en las zonas donde la contaminación aún no ha llegado por completo, conducen sus rebaños dejándose guiar por las estrellas. Marcan sus rutas mirando esas luces lejanas que no son más que destellos de cuerpos astrales que ocurrieron hace millones de años. La luz de ese pasado es parte de nuestro presente, ilumina como un faro nuestro futuro. Esas estrellas hablan sobre nuestras cabezas. A ratos tienen las caras de los niños que fuimos y que ya no están, los que cayeron en un combate estúpido a los quince años”. Con esas palabras, la escritora y actriz Nona Fernández agradecía hace unos meses el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en la FIL de Guadalajara. Y acaso ese fragmento condensa las obsesiones temáticas que la autora ha venido explorando desde sus primeros libros: el pasado como una turbulenta dimensión del presente. El pasado dictatorial chileno, más concretamente, el presente de una transición democrática que tiende a oficializar una memoria que se resiste, sin embargo, a ser moldeada. Es lo que aborda también en la obra Liceo de niñas, dirigida por Marcelo Leonart, que acaba de ser repuesta en un ciclo especial del Teatro Nacional.
Estamos en 2015. En la calle hay una marcha estudiantil y el profesor de física de un liceo de niñas sufre un ataque de pánico. Sin pensarlo mucho, se esconde en el laboratorio de ciencias. Justo en ese momento, un grupo de alumnas que se ha refugiado en los subterráneos del colegio tras una toma en 1985 emerge a la superficie, sin saber que han pasado treinta años. Las muchachas quieren saber qué ocurrió con el resto de los compañeros, dónde están, si pudieron escapar. En la sala se encuentran con el profesor, que pasa de escuchar con incredulidad la deschavetada versión de las niñas-adultas a explorar con ellas, en estrecha complicidad, nociones como la relatividad del tiempo o el brillo muerto de las estrellas. Aparece entonces un quinto personaje, una suerte de fantasma del dirigente estudiantil que no sobrevivió a los embates de la dictadura y sus derivas a la democracia.
Liceo de niñas recrea en clave ficcional y a ratos con un hilarante tono de comedia negra acontecimientos como la emblemática toma del Liceo A-12 en julio de 1985 o la muerte del ex dirigente estudiantil Marco Ariel Antonioletti, preso en 1989 y acribillado tras un intento de rescate en el Hospital Sótero del Río, en 1990. Es el registro de una parte de la historia real del movimiento estudiantil que ha sido opacada por los relatos oficiales. Así, con una marcada resonancia generacional, Fernández vuelve a hablar de “los niños que fuimos y que ya no están, los que cayeron en un combate estúpido a los quince años”. Pero también de cuerpos astrales y de un pasado colectivo que ilumina nuestro porvenir al modo de un poderoso faro. Nona Fernández como la pastora que conduce a sus lectores y espectadores, y que se deja guiar por las estrellas en su cautivante dimensión creativa.