Por Alberto Fuguet* Diciembre 19, 2012

Raro: la bicicleta, a pesar de estar de moda, y de ser el más cinematográfico de los vehículos, ha estado muy pocas veces al centro de una historia fílmica. Lo cierto es que hay muy pocas cintas de bicicletas. Que quede claro: Ladrón de bicicletas no es una cinta cicletera; la setentera Los muchachos del verano sí lo es. Esto es raro porque la noble máquina en sí incluso se parece a las antiguas proyectoras de 35 mm. Tal como el caballo, se mueve, avanza y se fusiona con la persona que está arriba; se hacen uno y dialogan con su entorno. Una cinta de bicicletas, por lo tanto, perfectamente podría ser un western, con buenos, malos, velocidad, persecución y paisaje.

La veloz y tersa, desechable pero más-inteligente-de-lo-esperado La entrega inmediata es el western urbano sin pistolas que esperábamos. No es perfecta pero destila vida, presente y adrenalina. Es análoga (pocos efectos digitales), es urbana, es hip, es multicultural y no pretende nada más que hacerte andar rápido. A veces no ser pretencioso es casi pretencioso. La cinta es tan estilizada como una bicicleta sin frenos o cambios. Está lo justo, ni más ni menos. Opta por internarse en los vericuetos del tráfico de Manhattan más que en los pliegues del inconsciente o del pasado de su héroe. Esto no es poco. Hace tiempo que no veía una cinta donde no pasa demasiado (¿llegará el chico de un punto de la ciudad a otro?) y que no fuera, digamos, contemplativa; esto no es cine-arte; esto es el arte del cine usado para hacer lo que puede hacer: narrar, divertir, hacerte transpirar, dejarte agotado y totalmente satisfecho.

Este eficaz filme (eso es: eficaz, ágil, sincero, veloz) es como un blockbuster de verano sin presupuesto; es algo así como una película de la saga Rápido y furioso sin autos. Curiosa, cinética y sudada, este thriller de bicicletas urbanas, mensajeros kamikazes y la ciudad menos bike-friendly del mundo (Manhattan en verano), deleita y cumple. Para no tener guión, es impresionante la cantidad de vericuetos por los que se interna. Quizás demasiados. El director David Koepp tiene un par de películas menores en su pasado y una decena de alambicados guiones de megacintas como Misión imposible y Spiderman. Acá capta que menos es más. Pero hay hábitos difíciles de quebrar: quizás tropieza con querer ser cool y le agrega exabruptos tecnológicos tech cuando no hacen falta (mucho Google Maps como extensión de la mente del protagonista). Pero aún así, sale adelante. Tanto Michael Shannon como el gran Joseph Gordon-Levitt rellenan con matices personajes que en el papel no existen. Sin ellos, es cierto, la cinta no existiría. Ellos la hacen.

Gordon-Levitt es un graduado de Leyes que no desea triunfar, que rechaza las seducciones burguesas y cuyo mayor temor es trabajar en una oficina. Lo que articula, con muy poco, es un nuevo tipo de forajido urbano: el que no desea pertenecer, aquel que es imposible apresar. Me gusta andar. Piñón fijo. Sin frenos. No puedo parar. No quiero parar, dice zumbando por Broadway abajo y uno le cree. Y lo envidia.

“La entrega inmediata”, de David Koepp.

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