Por Alberto Fuguet. Mayo 19, 2015

© Warner

La cuarta saga de esta película-de-acción australiana no cuenta con Mel Gibson como Max (ahora es el notable Tom Hardy, que vuelve a estar en un rol inferior a su talento), pero, aunque hayan pasado más de treinta años desde la última entrega, el director es el mismo: George Miller. Esto hace que esta intensa y colorida franquicia de testosterona y polvo, desiertos e insólitos autos, se vuelva algo así como una “saga autoral”, aunque a Miller le interesan muchas cosas (demasiadas, quizás), menos explorar el paso del tiempo (hubiera sido interesante haber seguido con Mel Gibson). Mad Max: Furia en el Camino abrió Cannes y ha sido exaltada como una suerte de obra maestra tanto por fanboys que no alcanzan a citar todas las supuestas citas (ahí está la mano de Moebius, pero ¿acaso no es un western de John Ford?) como por feministas (OK, Charlize Theron rapada a lo Juana de Arco es más dura que todos los hombres, pero  si esto es lo que se considera un filme que apoya la causa feminista, uf, estamos en problemas). Que no exista “romance” entre la pareja protagónica parece una idea jugada, pero algo de química debe haber (ojo con los westerns).

Entré al cine esperando que mi vida cambiara. De verdad. Esto es claramente una obra de alguien talentoso, pero no pude enganchar. Me quedo con la última Rápidos y furiosos, que no se toma en serio y tiene claro que es basura desechable. Mad Max posee una demencia adolescente que es divertida, pero luego comienza a tornarse solemne (y estamos hablando de una película que es una larga persecución) y tropieza en darle significado a lo que nació como una cinta de explotación.

A veces el filme sorprende visualmente,  como en los silencios nocturnos en el desierto, pero las partes no arman la suma. Miller demuestra que a los 70 años se puede filmar acción, pero su cinta no es una película muda de Dreyer (no hablan quizás, porque no tienen mucho que decir) ni tiene el misterio crepuscular de los westerns de Ford. Sí posee elementos de éstos y decenas de obras más. Es un remix por momentos fascinante y se agradece el realismo (pocos efectos especiales, stunts a la antigua), pero a la larga Mad Max es más interesante (la palabra maldita) que entrañable. Posee momentos de gran cine (el agua cayendo desde las cavernas a los valles repletos de mendigos), pero las ideas que la sostienen son básicas y no estaban en The Road Warrior, la mejor de la saga (Miller creía en el género por el género, no para enviar mensajes ecológicos y sociales).

Furia en el Camino te golpea tanto que te deja insensible y desinteresado. Los guerreros kamikaze pintados de blanco (ah, Iraq; ah, Al Qaeda) pasan drogados para seguir luchando; la cinta parece drogada y su meta es drogarte para -quizás- hacerte sentir que el viaje es mejor de lo que crees. El resultado es una resaca. Es tan reiterativa como fascinante, sorpresiva como atosigante, creativa como predecible. Así, todos sus pros (que los tiene y quizás lo que sucede es que tiene demasiados) se anulan entre sí, entre otras cosas, porque los rieles por donde viaja esta locomotora surrealista están gastados y el mismo título juega en su contra: cuando una película se apropia de la palabra camino más vale que vaya a alguna parte. Aún no sé dónde terminé o si volví al comienzo. Sí tengo claro que no quiero viajar con esta gente de nuevo.

“Mad Max: Furia en el Camino”, de George Miller.

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