Una novela puede ser una habitación cerrada o un mundo completo. Lumbre del argentino Hernán Ronsino (1975) es, si uno estira las analogías, un pueblo entero: Chivilcoy, donde nació el autor y que acá vuelve como una colección de relatos orales y viñetas de un paisaje contemplativo y feroz, cercano y profundamente extraño, onírico e insondable. Pero acá no hay nada de criollismo. Ronsino narra cómo un guionista de teleseries, Souza, vuelve al lugar tras la muerte de Pajarito Lernú, un viejo amigo que le ha dejado una vaca como herencia. Lumbre traza ese retorno al pueblo natal construyendo una novela de enigmas cuyo principal sentido es poner en escena las voces con las que se cruza Souza, todas ancladas en cementerios, carnicerías, bibliotecas y viejos caseríos.
Pero Ronsino no trabaja de modo documental sino que indaga en cómo los relatos de las vidas de los personajes atrapan los escombros de la identidad y el recuerdo.
La historia del pueblo funciona entonces a partir de ese entramado que Souza atraviesa como si fuesen las habitaciones de una casa o unas hojas secas caídas en un camino sinuoso. Ese camino -y sus múltiples líneas paralelas- es la novela. Ronsino, que en su novela anterior (Glaxo, 2009) había jugado con el fragmento y la brevedad, acá se detiene en las digresiones, convirtiendo al hecho de narrar en una tensión entre el tiempo y la memoria, como si la ficción fuese una constante lucha por atrapar ambas cosas, narrando como si todo (el presente y el pasado, la biografía privada y la de los otros) se acumulase en un solo lugar: una novela que es un viejo árbol donde hay una casa en la que habitar, una novela que es un catastro de los fragmentos de la lengua y la provincia, una novela como la vida.
“Lumbre”, de Hernán Ronsino. A $19.700.