Metacanciones: cantar sobre el hecho de cantar. Su sentido y su razón; de lo cierto a lo falso. Levantan la columna de la música popular chilena, de “Manifiesto” a “No necesitamos banderas; de “Simplemente” a “Yo canto la diferencia”. Ana Tijoux había esbozado ya esa inquietud en “Sacar la voz”, pero en el asombroso Vengo los versos de su nuevo gran manifiesto autoral saltan entre diecisiete composiciones. Son opiniones poderosas e inteligentes, que afirman su mejor álbum hasta ahora sosteniendo, primero, la claridad expresiva de su autora. “Sólo sé que escribo / luego existo”, rapea en “Delta”, y en “Somos todos erroristas” advierte: “Crear es un acto que incomoda. / No voy a pedir permiso ni pedir la palabra”. A través de su voz se asoman otras (las de estudiantes, pobladores, combatientes), y aunque también hay pausas para celebrar lo íntimo (como en “Emilia”, a su hija), lo que domina es hacer del canto herramienta de alerta, de denuncia y de envalentonamiento colectivo. El rapeo consciente es marca frecuente en la expresión joven latinoamericana, pero la mirada aguda de Tijoux no está para consignas. Sus causas no son obvias ni en forma ni en fondo. “Antipatriarca” es un himno feminista inteligente, de una vehemencia escasa, y “Somos sur” delimita la lucha que va de Wallmapu a Palestina. Si la nueva música local parece por momentos desvariada en una fotografía social desenfocada, aquí llegan, al fin, versos políticos hondos y articulados con autoridad. Arreglos imaginativos, sin secuencias electrónicas ni sampleos, fortalecen la percusión y los vientos andinos, y consiguen integrar climas diversos, como en una marcha larga que va alterando el ritmo para que el espíritu no desfallezca. Vengo es un disco enorme que merece exposición continental.
“Vengo”, de Ana Tijoux.