“Dinamarca es una cárcel”, dice en algún momento Hamlet. Y son esas rejillas de fierro, esa iluminación penumbrosa, esos tronos de metal, ese espacio deshabitado los que generan la sensación de encierro y el malestar del príncipe de Dinamarca con el mundo que lo rodea. En esta versión del clásico de Shakespeare, traducido espléndidamente por Raúl Zurita, el director Gustavo Meza incorpora un prólogo y un epílogo del poeta español León Felipe, que remarcan la idea del teatro representado en el teatro. Sin apartarse del original, este Hamlet suena más actual que nunca. Suena la música de Violeta Parra como un eco clavado en la historia; suenan un par de alusiones a la contingencia en el monólogo del ser o no ser; suenan guiños sutiles en el lenguaje (“tugar, tugar, salir a buscar”, dirá el príncipe en algún momento) y se deja ver su actualidad en el vestuario de corte militar del rey Claudio, el usurpador del trono, y en la frescura del protagonista, interpretado por Jorge Becker con sobrado talento. El elenco completo, en realidad, está a la altura del desafío. Elsa Poblete como la atormentada reina Gertrudis, por ejemplo. O el chispeante Óscar Hernández en su rol de Polonio, el padre de una ingenua Ofelia, dulce pero nunca hostigosa, que interpreta Catalina Silva. En esta obra -tal como pide Hamlet a los comediantes que montarán la escena del asesinato de su padre delante del culpable, su tío- no hay griterío ni alharaca. Gustavo Meza apuesta por la contención y la sugerencia expresiva. La tragedia es más trágica, parece decirnos Meza, cuando no viene con signos de exclamación y deja hablar también al silencio.
“Hamlet”, dirigida por Gustavo Meza. En el GAM, hasta el 16 de diciembre.