“Vienbenidos”, dice el cartel que recibe a los clientes en la tiendita del pueblo. Son los años cincuenta y es el sur de Estados Unidos, pero también puede ser hoy en cualquier esquina sureña del mundo. En un bazar de un pueblo chileno, por ejemplo, donde haya promociones de tres corbatas y un pote de mayonesa. O de un matamoscas más un yogur. Porque los integrantes del grupo Geografía Teatral, dirigidos por Tomás Espinosa, no apuestan al realismo estricto ni al puro remake en El lado sur, su noveno trabajo luego de obras como Natacha, Isabel Sandoval modas o Jaula obesa. Ésta es más bien una reescritura en clave farsesca de Orfeo desciende (1957) de Tennessee Williams, que el grupo condensa, exprime y aborda con su estética propia. O sea, humor de espesura crítica, diálogos frescos, consistencia del lenguaje escenográfico y, sobre todo, pulso antisolemne en el montaje.
El lado sur es una historia de pasiones frustradas: de la contradicción entre el desborde de los deseos y la inercia de una vida sin clímax. Un hombre que lo ha pasado mal, que parece haber perdido el norte de su existencia, llega a este pueblo en busca de una calma imposible. Es un tipo atractivo (hay que advertir, eso sí, que el intérprete de esta versión no es el Marlon Brando de The fugitive kind, la película de Sidney Lumet basada en la obra de Williams. Pero nadie es Marlon Brando, excepto Marlon Brando); un hombre que sacude el tedio y despierta fantasías sexuales en las mujeres que lo rodean y que va dejando en evidencia los prejuicios, la violencia latente, el arribismo, la inercia social y el descenso inevitable de cada uno de los personajes a sus propios infiernos. Incluido, por supuesto, el del protagonista.
“El lado sur”. En el Teatro del Puente, desde el 21 de marzo.