Se termina la primavera en Madrid. El termómetro alcanza los 30 grados y, aunque sea mitad de semana, las terrazas de los bohemios barrios de La Latina y de Malasaña están como siempre, llenas de españoles que hablan fuerte, ríen a carcajadas y disfrutan las primeras sangrías y tintos de verano de la temporada. Muchos visten de amarillo y rojo, los colores patrios, alentando a su selección para que demuestren su calidad de campeones del mundo y avancen a la final de la Eurocopa. Si no fuera porque la noticia está en las portadas de todos los diarios y en los programas radiales y de televisión, sería difícil adivinar a simple vista que el país atraviesa una profunda recesión, que la prima de riesgo alcanzó esta semana su máximo histórico, burlando todas las medidas económicas del gobierno, que la Unión Europea debió aprobar un rescate millonario para salvar a la banca hispana y que el desempleo nacional es del 24%. Es decir, 5.600.000 personas no tienen trabajo.
“Prohibido hablar de la crisis”. Dice con humor un letrero en un bar de tapas del centro, pero Antonio desobedece y golpea la mesa con tal fuerza que por poco derrama su segunda o tercera ronda de cañas: “ ¡La culpa es de Zapatero!” , alza la voz, responsabilizando al ex presidente socialista que negó los problemas económicos hasta que le estallaron en la cara e hizo vista gorda al gasto de las comunidades autónomas que, mientras se creían en bonanza, derrocharon en aeropuertos, autopistas, líneas férreas y estadios, hoy en desuso. Así, condujo a la mayor derrota electoral del PSOE y entregó el país con un déficit de 8,9% del PIB (95.531 millones de euros o, como dicen en España, lo equivalente a comprar mil Cristianos Ronaldos).
El discurso de Antonio sólo es interrumpido por Ramón, su compañero de copas, quien señala que no se puede seguir culpando al gobierno anterior y que con Mariano Rajoy las cosas están igual o peor. En los seis meses que lleva al mando, el líder del PP ha cumplido con rigor todas las directrices de austeridad sugeridas por Bruselas y la canciller de Alemania, Angela Merkel, recortando el gasto público en más de 30 mil millones de euros, incluso en áreas tan sensibles como salud y educación. Resultado, la economía está paralizada, los inversionistas huyen y la famosa prima de riesgo (la diferencia del tipo de interés de la deuda pública española con la alemana), que antes escandalizaba por superar los 400 puntos, hoy amenaza a diario con cruzar la barrera de los 600.
Si de repartir culpas se trata, las lanzas del ciudadano de a pie no tardan en apuntar a la banca y su sistema financiero que durante años ofreció créditos fáciles con avisos publicitarios que prometían dinero instantáneo. Los españoles vivían por sobre sus posibilidades, renovaban el auto, viajaban por el mundo, se vestían a la moda, pero principalmente invertían en viviendas caras.
Si de repartir culpas se trata, las lanzas del ciudadano de a pie no tardan en apuntar a la banca y su sistema financiero, que durante años ofreció créditos fáciles con avisos publicitarios que prometían dinero instantáneo en cinco minutos y con sólo levantar el teléfono. Los españoles vivían por sobre sus posibilidades, renovaban el auto, viajaban por el mundo, se vestían a la última moda, pero principalmente invertían en viviendas caras. Un modelo que permitió la burbuja inmobiliaria, que al explotar el 2008 botó a la calle a los miles de parados del área de la construcción y dio inicio a la caída libre de España.
Son muchos los toros a embestir, pero hay uno en particular que ni el más bravo de los machos ibéricos se atreve siquiera a mencionar. Se trata del confortable estilo de vida español. Aquel que les permite ser uno de los países del mundo con más vacaciones y festivos por año, que los comercios cierren a media tarde para que los empleados puedan dormir la siesta y que defiende un sistema de bienestar que les otorga un subsidio hasta por dos años en caso de cesantía. Pese a estar en plena crisis, el buen clima y el carácter mediterráneo los mantiene -según las cifras de la oficina europea de estadística, Eurostat- como el país de esa región con más gasto en restaurantes, bares y hoteles. 17 por ciento del total del consumo va destinado a ese ítem, el doble que la media europea, y el triple de lo que gasta Alemania. Así, madrileños como Antonio y Ramón pueden estar a plena tarde y a mitad de semana solucionando la situación económica del país con un par de cervezas.
Crisis a la española
De profesión cesante
Ildefonso entra preocupado a la oficina de empleo de Legazpi, un barrio modesto de la zona centro-sur de Madrid. Hace poco más de un año que está en el paro y en su cuenta bancaria dejó de recibir los 600 euros ($ 378.000 chilenos) que le depositaba mensualmente el Estado como subsidio de desempleo. Periodista de la Universidad del País Vasco, había trabajado en un periódico de Burgos y una radio de San Sebastián, hasta que se trasladó a la capital para desempeñarse como gestor de contratos de compraventa. Sin embargo, a comienzos de 2011 lo despidieron junto a 10 compañeros debido a la crisis. En la oficina de empleo lo tranquilizan y le explican que si bien ya agotó su seguro de cesantía, aún podía ser beneficiario del Plan Prepara, un ingreso de 400 euros mensuales ( cerca de $ 252.000), a cambio de que asista a charlas con un tutor que monitoreará su búsqueda de trabajo. Si bien las cifras son bajas para los estándares europeos, a Ildefonso, que no tiene hijos y alquila una pieza en un piso compartido, le alcanza para vivir al justo. “La gente mientras cobre el paro va tirando, puede sobrevivir, pero cuando se acabe hay que ver qué pasa. Ahora hay tensión, pero a partir del año que viene si la cosa no mejora, esto va a explotar”, advierte.
El sistema de prestaciones de cesantía en España es, a lo menos, generoso. Quienes han trabajado durante seis años cotizando en la seguridad social pueden seguir recibiendo hasta el 70% de su sueldo durante los primeros 6 meses, y el 60% los siguientes 18 meses. Pero basta con haber trabajado un año para recibir subsidio durante cuatro meses. Esto permitió, en los tiempos que la economía marchaba, que muchos españoles, sobre todo jóvenes, optaran por permanecer en sus trabajos sólo un año para luego tomarse largas vacaciones. En el caso que se cumplan los plazos y se agote la prestación de cesantía, no importa: el gobierno ha renovado varias veces subsidios de asistencia extraordinarios para personas con cargas familiares o mayores de 45 años, además de pagar cursos de especialización e idiomas y repartir becas de máster a universitarios en paro. Estas ayudas significan un coste de 30 mil millones de euros anuales para el Estado y no estimulan mayormente la búsqueda de trabajo -los parados se limitan a enviar un currículum virtual a la oficina de empleo y ésta los pone en contacto con distintas empresas-. Además, el año pasado el Ministerio del Trabajo detectó que una de cada cuatro personas incurría en fraude al sistema, como casos de desempleados que para seguir cobrando la prestación rechazaban hasta tres ofertas de trabajo consecutivas, o que no aceptaban puestos con menor remuneración al que habían tenido, porque éstos se encontraban lejos de sus hogares. Pese a todo, el subsidio es un beneficio que el PP no pone en duda y que el PSOE apuesta por incrementar a través de proyectos de ley.
Inmigrantes en fuga
En el popular y agitado barrio madrileño de Lavapiés abundan los inmigrantes de Latinoamérica y de África, las tiendas de antigüedades, los restaurantes étnicos y no es difícil encontrar a algún senegalés ofreciendo hachís. Allí debió mudarse María Teresa Rivas, venezolana y madre soltera de dos hijos adolescentes. La crisis hizo quebrar su florería y hace un año y medio la despidieron de la ONG donde trabajaba como auxiliar. Los 428 euros que recibe por el paro, su único ingreso, la obligaron a medir sus gastos. “Me tuve que cambiar de vivienda porque ya no podía pagar la que tenía, he tenido que hacer muchísimas reducciones. Ahora se come más arroz, los granos son más económicos. De viajar nada, de salir nada, el cine nada. Mi hija fue de campamento el año pasado, este año no va a ninguna parte”. En seis meses se le acaba su prestación de cesantía y deberá plantearse si vuelve o no a Sudamérica.
El 2011 por primera vez se redujo la llegada de inmigrantes, cayendo un 0,7%. Más de 40 mil personas decidieron volver a casa, principalmente ecuatorianos y colombianos. El resto de Europa observó con inquietud como cientos de africanos que eran parte del paisaje cotidiano en España, pidiendo limosna o vendiendo en las calles perfumes y cartera falsificadas, comenzaban a mudarse en estampida a los países vecinos. Algunos miembros de la Unión Europea han planteado, a raíz de esto, suprimir el tratado de Schengen que permite la libre circulación por el continente sin que existan controles fronterizos. En el marco de sus recortes presupuestarios, el gobierno ha aumentado la presión sobre los indocumentados, negándoles la atención en los servicios públicos de salud.
Los que más sacan de quicio a los españoles son los inmigrantes chinos. En cualquier conversación comienzan a hablar negativamente de ellos -con sus bazares, locales de abarrotes y comidas-, afirmando que son un riesgo para el pequeño comercio y que no cumplen con las leyes laborales.
Augusto, de 45 años, y quien acaba de perder su trabajo como profesor en una escuela de conductores, sostiene que tarde o temprano los españoles, como él, comenzarán a hacer los trabajos rechazados que hoy hacen los inmigrantes: barrenderos, basureros, repartidores de comida. La tensión ha quedado reflejada en escenas de televisión donde españoles e inmigrantes se enfrentan a gritos en la cola del paro. Los primeros reclamando que les han arrebatado los puestos de trabajo, los segundos alegan que el español sólo “curra” en cómodas oficinas.
Pero los extranjeros que más sacan de quicio a los españoles son los inmigrantes chinos. En cualquier conversación comienzan a hablar negativamente de esta masiva colonia -que ha llenado la ciudad con bazares, locales de abarrotes y comidas-, afirmando que es un riesgo para el pequeño comercio y que no cumplen con las leyes laborales. Y es que los esforzados orientales no respetan los horarios de España, sus negocios atendidos por grupos familiares están abiertos al público de lunes a domingo y hasta altas horas de la noche, si no las 24 horas, lo que les ha permitido sortear con relativo éxito la crisis. En cambio,el comercio español abre tarde, cierra temprano y no atiende durante el almuerzo, que se prolonga entre las 14 y las 16.30 ó 17 horas en la amplia mayoría de los locales, que además permanecen cerrados el fin de semana.
El horario de trabajo en España es de un máximo de 40 horas a la semana (en Chile son 45), y a media mañana tienen una larga pausa para el café y es habitual que las reuniones de oficina se realicen en cafeterías cercanas. Para vacaciones cuentan con 30 días continuos al año (en Chile son 15 días hábiles) y los feriados baten récord europeo. En total tienen una veintena en las distintas comunidades, en Madrid son 14 anuales. Si un festivo cae domingo se traslada al lunes, y si se producen un martes o jueves es tradicional aprovechar el “puente” (día sándwich) para viajar fuera de la ciudad.
El debate más demoledor sobre la cultura española y la crisis se dio a comienzos de año, cuando una encuesta arrojó que el 77% de los jóvenes aspiran a ser funcionarios cuando sean mayores, debido a que prefieren la estabilidad y los buenos horarios. (Otros estudios, sin embargo situaron la cifra en un 50%). El arzobispo de Granada, Javier Martínez, conocido por sus dichos polémicos, fue quien levantó la voz para decir que la sociedad española tenía mentalidad de “pueblo subsidiado que siempre busca que otros solucionen el problema” y que mientras en otros países la juventud anhela ser emprendedora e independiente, “el 80% de los chicos buscan ser funcionarios, es una enfermedad social”. El PSOE le respondió con ironía que si no quería que la gente tuviera sueldos seguros, que dé el ejemplo y renuncie al salario que le entrega la Iglesia.
Lo cierto es que la juventud española ha sido la más dañada por la crisis. La cifra de paro en ese sector alcanza el 50%. Pese a la amplia cobertura en educación superior, 1 millón de egresados universitarios se encuentran sin trabajo y sin expectativas de encontrarlo. Al igual que los inmigrantes, muchos están tomando la decisión de irse al extranjero: desde el 2008, más de 300 mil jóvenes han debido abandonar su país.