Fueron varias las pantallas que coordinadamente se encendieron el 13 de junio pasado. Monitores en Santiago y varias ciudades australianas se unieron en una tensa videoconferencia que duró un poco más de una hora. Allí había representantes de varias universidades: de Canberra, Sydney, Brisbane y Melbourne, todos planteles del grupo de las 8, las mejores de Oceanía. Al otro lado del planeta figuraba Denise Saint-Jean, directora del Programa Formación Capital Humano Avanzado de Conicyt, quien entonces no ocultó su molestia: tenía la impresión que las universidades en Australia sacaban beneficios de las Becas Chile, las cuales comenzaron a regir en 2008, luego de que el gobierno chileno firmara un convenio para que jóvenes pudiesen estudiar en ese país.
Saint-Jean manifestó sus reparos. La discusión se fue acalorando.
El interés de los chilenos por esta isla se ha hecho cada día más palpable: en 2011 Australia se transformó -junto a Inglaterra- en el país con mayor número de seleccionados chilenos a magíster, un hecho inédito considerando que durante la última década las preferencias han estado orientadas a Estados Unidos y España.
El tema es que en el convenio con Australia, Chile negoció poco y nada: el Estado paga arancel completo en todos los planteles australianos -cosa que no sucede en países como Reino Unido-, pese a que nuestro país les asegura a las universidades australianas un flujo de dinero seguro y constante: algo así como US$ 10 millones de dólares cada año, lo que en opinión del profesor de la Universidad de Sydney Antonio Castillo, chileno, “muestra cómo Australia ha tomado ventaja sobre países pobres. Al final no está funcionando con justicia: países pobres financian al rico; y el rico pone las reglas del juego”.
El contagio
Cuando se firmó el convenio, Australia surgió como la “nueva tierra de las oportunidades”. Se puso en el mapa educacional un destino que para la mayoría de los chilenos era desconocido. Las postales con la reconocida Opera House, los cientos de parques y paradisíacas playas ahora se vinculaban a la posibilidad de estudiar en un país de habla inglesa y con planteles que figuran entre los 150 mejores del planeta, según los rankings de Times y Shanghái. Eso, según mi experiencia personal (realicé un máster en ese país) es una realidad indiscutible.
“La calidad se mezcla con el multiculturalismo, lo que es un aporte”, indica Catalina Bodelón, quien se encuentra cursando un máster en Diseño Sustentable en la Universidad de Sydney. Lo que más valora Sebastián Madrid, quien realiza un doctorado en Sociología en esa misma casa de estudios, es que “las universidades australianas tienen algunas de las mejores profesoras del mundo en áreas como estudios de género y masculinidades, clases sociales y educación. Y están conduciendo estudios en Chile y Latinoamérica como parte de la agenda global de investigación”.
El entusiasmo de los chilenos contagió a las universidades australianas. O viceversa. Desde hace unos tres años, el grupo de las 8 comenzó a realizar campañas cada vez más agresivas en Chile para “vender Australia” y mostrar las bondades de sus planteles: además de publicidad en el metro -con universidades y playas de fondo, algo distintivo en su estrategia de marketing-, aumentaron las ferias, algunas organizadas por ellos mismos, otras por Latino Australia, representante de las casas de estudio de ese país en Chile. Además, autoridades australianas comenzaron a aterrizar en el país cada vez con más frecuencia. Eso es lo que piensa Yamileth Otero, mánager general de Latino Australia: “La educación internacional es un business para Australia. Los estudiantes extranjeros representan un 25% del alumnado total. Con patrocinios del Estado, saben que pueden obtener interesados, por eso quieren que los chilenos se enteren de todo lo que ellos ofrecen”. De hecho, parte del lobby australiano desembarcó en el norte: la Universidad de Queensland tiene oficinas en Antofagasta.
Lo que fluía con total naturalidad tuvo su primer traspié este año. En 2011, Conicyt puso un nuevo parámetro en la evaluación que sumaba puntos: contar con una carta de aceptación de la universidad afuera. Esto para evitar que los chilenos pusieran como primera opción las mejores universidades del mundo, como Harvard o Stanford, para subir sus puntajes en el proceso de postulación y obtener la beca, pese a que sólo algunos terminaban cursando sus estudios en aquellos planteles.
Pero lo que pasó después comenzó a generar suspicacias en Conicyt. Los seleccionados para estudiar en la isla aumentaron de 10% en 2010 a 27% en 2011, aun cuando no todos firmaron el convenio que les otorgaba la beca. “Aunque el boca a boca ha funcionado para promover Australia entre quienes han estudiado allá, este mecanismo también comenzó a operar este año para mostrar que era un país que aceptaba a estudiantes con facilidad”, dice un postulante.
El conflicto se hizo patente cuando un grupo de 80 alumnos alegó que pese a haber ganado la beca y tener una “carta condicional” para estudiar en Australia, aún no eran aceptados. Eso demostraba lo que sospechaban tanto en el Mineduc como en Conicyt: las universidades australianas estaban entregando cartas de aceptación a diestra y siniestra. “Incluso a personas sin un nivel de inglés suficiente. Esas cartas venían firmadas por el Departamento de Relaciones Internacionales y no por el de Admisión u Oficina de Graduados, lo que demostraba que los postulantes eran aceptados sin revisar sus antecedentes académicos”, explica Denise Saint-Jean, quien asegura que en la teleconferencia las autoridades australianas reconocieron la excesiva entrega de cartas, pero explicitaron que ellos contemplaban que los alumnos serían enviados por Conicyt a aprender inglés a Australia.
Algo impensable si se considera que, por ejemplo, lo que paga en promedio el organismo chileno por un alumno de magíster o doctorado en la Universidad de Sydney es alrededor de US$ 55 mil anuales y que el presupuesto para becas en el extranjero llega a los US$ 200 millones.
La billetera estatal no daba para ampliar el financiamiento en tierras australianas.
Latinoamérica en la mira
La educación es la tercera área de exportación de la economía australiana, después de la minería y el turismo. Como los australianos no pagan mientras estudian -sólo lo hacen cuando ingresan al mercado laboral y alcanzan un cierto nivel en sus salarios-, son los extranjeros la base del sistema: cada año más de 600 mil alumnos internacionales estudian en Australia.
Algunos, como el profesor Castillo -quien habla desde un café en Sydney mientras de fondo canta Gardel-, tienen una mirada crítica de cómo se hacen las cosas en Oceanía. “Los estudiantes extranjeros son tratados aquí como cajeros automáticos, les sacan el máximo, sin mayores beneficios. Eso ha hecho que muchos opten por otros destinos como Hong Kong, que hace siete años se propuso atraer estudiantes extranjeros y hoy compite con Australia”, dice el académico que hoy reparte su tiempo enseñando también en la universidad de Hong Kong.
Aunque los asiáticos siguen siendo el principal grupo de extranjeros de las universidades australianas, muchos ven que ellos -especialmente los chinos- han empezado a optar por otros destinos para su educación superior. “Un factor es que Estados Unidos les está saliendo más barato y, el otro, que muchos se han sentido discriminados en Oceanía”, dice un alumno asiático.
Esta fuga explicaría por qué las casas de estudio de Australia estarían mirando Latinoamérica como su nuevo “frente”. Sobre todo si se considera que además de Chile, Ecuador y Brasil cuentan con programas de becas estatales, y Perú trabaja para inaugurar uno en 2013.
Tanto es el interés por reclutar latinos, que la Universidad de Macquarie -una de las preferidas por chilenos para cursar MBA- tiene una “embajadora” viviendo en São Paulo. “Estoy aquí por la importancia y el crecimiento del mercado latino hacia Australia”, dice Fernanda Soto, representante de MQ en Brasil.
Desde los planteles australianos, sin embargo, afirman que la idea de atraer latinos nada tiene que ver con “razones económicas”. Ésa es, al menos, la opinión de Glen McIntyre, mánager de la oficina de Admisiones de la Universidad de Melbourne. “El estudiante chileno es un activo porque aporta a la diversidad de las universidades lideradas por asiáticos. Eso les entrega a ellos la oportunidad de generar relaciones con esta parte del mundo, que es la que más crece”.
Esta misma visión es compartida por Juan José Ugarte, jefe de la División de Educación Superior del Mineduc. “Australia reúne grandes universidades, programas innovadores, es un país heterogéneo y con cercanía a Asia. Por eso, ellos han acuñado el término Australasia: el mundo del conocimiento que en el siglo XXI no se vincule a este ‘gran continente’ ha perdido el rumbo”, dice para mostrar las posibilidades a las que acceden los chileno que estudian en Oceanía.
La venta de Australia
Sandra Meiras, directora de Servicios Internacionales de la Universidad de Sydney tampoco ve “fines financieros” para explicar el interés de las universidades australianas en Latinoamérica. “Desde 2011 generamos nuestro plan estratégico, que es tener a los mejores y a los más brillantes para mejorar la calidad de los estudiantes. Las becas estatales nos aseguran que esas personas forman parte de ese grupo”. Agrega que “el interés genuino por el latino” queda demostrado en que el gobierno australiano también entrega becas para ellos: desde 2010 ofrece cerca de 80 beneficios, que cubren arancel y mantención para latinos.
Hay más: varias universidades cuentan con departamentos de estudios latinoamericanos, centros de estudios y sociedades sobre la subregión. Y ya hay grupos de académicos de este lado del mundo enseñando tanto en las universidades de Sydney como de Queensland.
El plus del chileno
El chileno tiene varias virtudes que el sistema australiano aprecia: similar idiosincrasia, estudiantes preparados que valoran los estudios en el extranjero, pero no tienen intención de radicarse en Australia, algo que “temen” de los demás latinos. Pero aunque bajo el convenio entre estados, el chileno no tiene los beneficios que los australianos poseen por ser estudiantes: no cuentan con “concession card” en los estados de New South Wales y Victoria, los preferidos de nuestros compatriotas, por eso deben pagar como adultos por el transporte público. “Becas Chile un gran programa, pero hay que hacerle arreglos: es injusto que en varios estados, los alumnos internacionales no tengamos derecho a la concession como los estudiantes australianos. Pagar el pasaje completo de buses y trenes nos sale muy caro”, dice Sebastián Madrid.
La representante del grupo de las G8, Kerrie Thornton, afirma que “son los gobiernos de los estados quienes tienen la facultad de cambiar esta situación. Las propias universidades han hecho lobby en el gobierno para que este cambio se concrete y todas las universidades en Oceanía puedan competir por igual”.
La sospecha era que los planteles australianas daban cartas de aceptación sin límites. “A personas sin un nivel de inglés suficiente. Las cartas venían firmadas por el Departamento de Relaciones Internacionales y no por el de Admisión: los postulantes eran aceptados sin revisar sus antecedentes académicos”, explica Denise Saint-Jean, de Conicyt.
Aunque el estudiante nacional puede trabajar 20 horas allá -y sus parejas full time- uno de los temas más complejos en Australia ocurre cuando los becarios tienen hijos y deben postular a jardines infantiles y colegios. Bien lo sabe Antonio Silva, máster en Investigación en Educación Artística de la Universidad de Sydney, quien si bien agradece a Becas Chile por haber puesto en sus bases “educación dentro de las áreas prioritarias”, razón por la cual tiene la posibilidad de estar perfeccionándose, afirma que la beca se le va casi entera con el pago del jardín infantil de su hijo: desembolsa lo que un chileno paga por tres colegios privados al mes.
Conversación acalorada
Fue en esa teleconferencia del 13 de junio la primera vez que las diferencias se pusieron sobre la mesa. Lo primero a lo que se comprometieron las universidades australianas fue a enviar cartas de aceptación condicional al dominio del inglés en castellano para despejar las dudas “y no generar falsas expectativas en Conicyt y los postulantes”, dice Kerrie Thornton. Denise Saint-Jean reconoce que el único email que recibió luego de esa “confrontacional conferencia” fue del vicerrector de la Universidad de Sydney, Michael Spence, quien le aseguró que desde ahora el proceso sería más riguroso y que se exigiría el manejo de inglés para que cualquier estudiante fuese aceptado.
Juan José Ugarte afirma que están “en la fase 2.0 de los convenios”. “Al comienzo teníamos incertidumbre de cómo iban a ser recibidos los estudiantes chilenos en el extranjero. Se han despejado las dudas y por eso hoy estamos en la vía de negociar convenios de mayor reciprocidad, como reducción de aranceles, porque nosotros les garantizamos recursos”, explica Ugarte. De hecho, ya hay acuerdos para que desde ahora las negociaciones se den por bloque. Esto quedó acordado con Brasil y México en un seminario iberoamericano de financiamiento para becas, hace dos semanas.