Por Daniel Matamala Septiembre 5, 2012

 

Ha sido probablemente el mejor discurso de la campaña presidencial (al menos, hasta antes del que Barack Obama daba anoche frente a una multitud en el cierre de la Convención Demócrata). Hablando ante los dirigentes de la UAW, el sindicato de la industria automotriz, el presidente de los Estados Unidos volvió a emocionar, a convocar y a provocar exclamaciones en una audiencia fascinada.

Parecía la campaña de 2008. Pero, además de las canas en el pelo del orador, había otra gran diferencia entre ambos Obama: el de 2012 no estaba hablando a favor de un cambio. Hablaba en contra de él. No hablaba en positivo. Lo hacía en negativo.

“No volveremos a una economía debilitada por la externalización, las deudas y las falsas ganancias. No podemos retroceder. No ahora”, declamaba el presidente mientras embestía una y otra vez contra los recortes en el gasto social propuestos por el Partido Republicano. Hasta llegar a la frase que desató el paroxismo. “¿Qué tienen los hombres y mujeres de trabajo que ellos (los republicanos) encuentran tan ofensivo?”.

Es la campaña de Barack Obama 2012. Han pasado cuatro años. “Sí, tal vez yo no pude”, parece reconocer Obama. “Pero ojo: el otro tipo es peor”.

Es, claro, la única estrategia posible después de echar una mirada a las cifras. El desempleo no baja del 8,3%, la economía crece un pobre 1,7% y los ingresos personales continúan congelados, mientras la clase media aún está lejos de recuperar el nivel de vida del que gozaba antes de la crisis de 2008. “Ésta es una elección muy difícil”, dice a Qué Pasa Harold Ickes, ex vicejefe de gabinete del presidente Bill Clinton. “Han pasado cuatro años y ahora ésta es la economía de Obama, ya no es la de Bush. Obama ya no es la novedad. Tiene un récord que no es positivo, y muchos de sus adherentes están decepcionados”.

El triunfo de Obama en 2008 se basó en su talento para movilizar cifras récord de votantes. Los afroamericanos, los latinos y los jóvenes se volcaron en números inéditos a los recintos de votación, convencidos por la retórica del “cambio creíble” y del “sí podemos”. Sumados a las mujeres, los profesionales y los trabajadores sindicalizados, esos grupos marcaron la diferencia. Para asegurar su triunfo en 2012, Obama necesita una movilización similar. Y si bien su discurso de esperanza está desgastado, tiene otra herramienta tanto o más poderosa: el miedo a un triunfo de sus rivales.

 

El miedo es el mensaje

“La primaria republicana abrió grandes oportunidades a Obama”, advierte Ickes. “El discurso antiinmigrantes y anti derechos sexuales lanzó a los latinos y a las mujeres jóvenes a sus brazos. Ellos votarán por Obama porque temen que los republicanos deporten a sus parientes y prohíban el aborto”.

La misma estrategia funciona con otros grupos. La campaña demócrata está aprovechando la radicalización del Partido Republicano para movilizar a sus desencantados partidarios en un esfuerzo anti-Romney.

“Los demócratas tenemos ventaja sobre los republicanos en la organización de base para movilizar voluntarios y votantes”, dice a Qué Pasa Laura Quinn, la gerenta general de la compañía de marketing político Catalist. “Las estrategias de mercadeo nos permiten llegar a grupos específicos con mensajes personalizados”. A los afroamericanos se les hace ver la resistencia republicana contra las políticas de discriminación positiva. A los trabajadores agremiados, los planes para dificultar la sindicalización. A los jubilados se les recuerda que el candidato republicano a vicepresidente, Paul Ryan, propuso privatizar el sistema de pensiones, siguiendo el modelo chileno de AFPs. Y así con todos.

Las últimas encuestas muestran que el empuje de la Convención Republicana apenas alcanzó a Romney para empatar en intención de voto, y que Obama aún sigue arriba en el recuento del Colegio Electoral, que decide la elección.

“Necesitamos mostrar la verdadera cara del Partido Republicano”, escribió en su libro La audacia para ganar, el estratega estrella de Obama, David Plouffe. “Es muy importante que nuestros candidatos se aseguren de que los votantes entiendan al Partido Republicano, un partido con líderes de suprema intolerancia”.

Y la campaña Obama 2012 se ha disciplinado tras esa estrategia. En su última entrevista, con el diario USA Today, el presidente reconoció que “esta es una elección estrecha, porque la situación económica es difícil para muchos”, y luego ridiculizó las propuestas republicanas diciendo que “suenan tan antiguas, que su convención podría haberse visto en una TV en blanco y negro”.

El propio Partido Republicano parece a veces el mejor aliado de Obama, debido al gran poder que ha ganado su ala más extrema en temas valóricos, económicos y sociales. Cuando el candidato republicano al Senado Todd Akin trató de explicar su oposición al aborto en casos de abusos sexuales hablando de “violaciones legítimas” y asegurando que éstas no producen embarazos, los demócratas recibieron la mejor publicidad posible entre las mujeres, de las cuales un 61% tiene una impresión favorable de Obama.   

El toque personal

Pero también la personalidad del presidente sigue siendo un activo poderoso. En los últimos meses, Obama ha llenado los televisores de los norteamericanos en una campaña permanente, pareciendo siempre cómodo y cool: viendo un partido de básquetbol universitario junto al primer ministro de Gran Bretaña, pidiendo un combo en un local de comida rápida, compartiendo en público con su popular esposa Michelle, o chocando palmas con niños en un mitin de campaña. “La personalidad juega un gran rol. A la gente le agrada el presidente, y el concepto Obama aún es poderoso en la mente de los votantes”, explica Harold Ickes, quien sufrió en carne propia ese efecto: él fue uno de los estrategas de la campaña de Hillary Clinton, derrotada por Obama en las primarias demócratas de 2008.

En contraste, Mitt Romney no logra sacudirse la imagen de ejecutivo competente, pero rígido y robótico en su contacto con el ciudadano común. Todos aún recuerdan su desastrosa aparición en la carrera de Daytona, cuando se le vio incómodo junto a los fanáticos del automovilismo y sólo atinó a comentar que era un gran amigo “de los dueños de las escuderías”. “Si Romney tuviera la personalidad de un Bill Clinton, la elección ya estaría definida a su favor” advierte tajante Harold Ickes. Claro, en 1992 Clinton derrotó a un presidente en ejercicio con un mensaje centrado en el mal estado de la economía. En esa campaña, los periodistas se asombraban de la empatía de Clinton, un sureño nacido en la pobreza que parecía capaz de “sentir el dolor” de quienes sufrían por la recesión y el desempleo. Nadie diría algo así del muy frío y muy millonario Romney.

Por eso los demócratas han centrado su esfuerzo en avisos televisivos contra el candidato republicano. Lo acusan de haber destruido empleos al mando de su empresa Bain, de tener cuentas corrientes en paraísos fiscales, de ocultar sus declaraciones de impuestos, de querer destruir la seguridad social... y, claro, de liderar una campaña agresiva contra Barack Obama.

La historia de Romney entrega los insumos que los demócratas necesitan. Su vieja foto posando junto a otros sonrientes ejecutivos en medio de un mar de billetes, sus pasadas declaraciones pidiendo dejar que el mercado inmobiliario “toque fondo”, su apasionada frase diciendo que “las corporaciones son personas” y su ya célebre columna del New York Times sobre la crisis de la industria automotriz titulada “Dejen que Detroit quiebre”, son las balas más letales del arsenal oficialista.

¿Será suficiente? Las últimas encuestas muestran que el empuje de la convención republicana apenas alcanzó a Romney para empatar en intención de voto, y que Obama aún sigue arriba en el recuento del Colegio Electoral, que decide la elección. Y la recién concluida Convención Demócrata debería entregar algunos puntos de ventaja a la campaña del presidente.

Salvo un cambio radical en los últimos dos meses de campaña, el final será reñido y todo se decidirá en un puñado de estados: Florida, Ohio, Michigan, Virginia y Carolina del Norte, entre otros. Entonces sabremos si este Obama 2.0 tendrá éxito. Y si, tal como hace cuatro años encantó a sus compatriotas con su “sí, podemos”, ahora habrá podido convencerlos de su “no, ellos no podrán”.

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