Cuando el periodista australiano Richard McGregor buscaba, hace poco más de dos años, una imagen para reflejar el poder que tiene el Partido Comunista chino, llegó hasta un profesor de la Universidad de Beijing. El académico, pidiendo anonimato por temor a las represalias, le dijo al entonces corresponsal del Financial Times una frase que resumía la relevancia y el rol de la organización en la vida de los chinos: “El partido es como Dios. Está en todas partes, pero tú no lo puedes ver”.
La cita abre el primer capítulo del libro El Partido: Los secretos de los líderes chinos, publicado en 2010 por McGregor. Desde entonces, varias cosas han cambiado. Él mismo cambió: ya no trabaja en China, sino que es el jefe de la oficina de Washington DC del Financial Times. Y la semana pasada cambió el liderazgo chino, en un proceso sin sorpresas, que terminó con el cambio de secretario general del PC chino de Hu Jintao por Xi Jinping, hijo de un líder que participó en la revolución de Mao Zedong y que, de no mediar sobresaltos, será la cara política más relevante del país por los próximos diez años.
El periodista es uno de los pocos occidentales que han logrado poner una mirada en una organización enigmática, que dictamina todos los pasos a seguir en el país con más habitantes del planeta. Y como uno de los principales expertos en el tema, su análisis apunta a que Xi será el rostro de un partido que hoy funciona como una aceitada máquina y con estándares de trabajo similares a los de las grandes empresas. Así lo resume: “En términos de política, es difícil distinguir a Hu de Xi Jinping. Pero en muchos aspectos, son el primero entre iguales. El partido es más grande que los individuos”.
El nuevo rostro
La mejor muestra de lo que señala McGregor es que el nombre de Xi era el favorito desde 2007, cuando fue electo con el puesto de más alto rango al interior del Partido Comunista chino en su congreso, algo que prácticamente le aseguraba el puesto. “Él fue realmente electo hace cinco años”, apunta.
Los motivos de su elección, explica, tienen que ver con el escenario de disputas de poder al interior del PC: “Hubo una lucha de dos facciones, donde una no quería a Li Keqiang, que era el candidato de Hu Jintao. Y en esa línea, Xi fue un candidato de consenso: como las facciones no lograron ponerse de acuerdo, buscaron a alguien distinto”, plantea. Además, su trayectoria lo avala: “Es una autoridad exitosa, ha estado a cargo de varias provincias, no ha estado vinculado a grandes escándalos y su padre fue parte de la Revolución”.
Sin embargo, hay otro énfasis: el “nuevo rostro” que Xi Jinping ofrecerá. Aun cuando ha cultivado un bajo perfil -hasta hace unos años, su esposa, una cantante, era la más famosa de la familia-, en sus apariciones públicas es capaz de flexibilizar su protocolo. Por ejemplo, dando un puntapié inicial de un partido de fútbol en Irlanda o visitando a una familia estadounidense que lo acogió en un intercambio estudiantil hace décadas.
Para el periodista, este punto será una de las mayores diferencias con Hu. “Él era la apoteosis del burócrata: sin habilidad ni deseo de hablarles a las masas, frío y con escaso carisma. Xi Jinping es un mucho mejor representante de China: tiene más personalidad, más habilidad para enganchar, más confianza en sí mismo”.
Con todo, el estilo no implicaría una transformación de la forma de hacer política en China. Hu y Xi, a diferencia de líderes como Mao o Deng Xiaoping, se deben completamente al partido; es decir, siguen sus líneas, en vez de ser caudillos que arrastran al grupo hacia sus liderazgos. “Puede ser que Xi se transforme en una persona muy poderosa”, dice McGregor. “Pero será el primero entre iguales. Él no podrá solamente ‘chasquear los dedos’: tendrá que convencer a las personas de lo que él piensa. Deberá persuadir a los líderes de las provincias, al Ejército, a los burócratas económicos”, afirma. “Tenemos que esperar y ver. No sobrestimaría el poder de nadie”.
El poder en las sombras
El mayor poder del Partido Comunista chino, según McGregor, recae en su invisibilidad. Una organización inmensa, cuyos afiliados a 2010 llegaban a más de 80 millones, uno de cada doce chinos, pero cuyos debates internos no salen a la luz. Una colectividad con células al interior de cada una de las instituciones del país, ya sean gubernamentales o semiestatales. “Un ejemplo es que el Ejército es el Ejército del partido. En las firmas tiene derecho a contratar y a despedir gente. Y además controlan los medios”, relata.
Uno de los capítulos más interesantes de su libro sobre el partido es el que habla de su “departamento de organización”, una rama del PC que viaja por el país sondeando a potenciales candidatos para promociones a cargos de responsabilidad. En el texto, señala que “el Politburó de Beijing decide las designaciones más elevadas, pero el departamento de organización es el punto que todos los candidatos deben atravesar para llegar a un puesto”. Incluyendo a empresas, periódicos y canales de TV.
El proceso es supervisado detalle por detalle por las autoridades del partido. Cada elección es revisada con un archivo personal que, entre otros puntos, contiene posibles conductas como escándalos sexuales y acusaciones de corrupción. El departamento es una herencia de Mao, que, a su vez, lo copió del Orgburó, una de las primeras instituciones creadas por Lenin en la Unión Soviética.
Pese a eso, sus técnicas son absolutamente modernas. McGregor reporteó, en la última elección estadounidense, las nuevas y sofisticadas técnicas de microtargeting de la campaña de Barack Obama, que permitían predecir el comportamiento de las personas. Y dice que el sistema de información del PC chino sobre sus ciudadanos es algo comparable a ello. “La inversión que el Estado chino ha hecho en seguridad interna no sólo es en gasto militar, sino también en tecnología. Pueden saber todo de ti. Si quieren bloquear una página, también pueden hacerlo de inmediato. Es un área distinta de comparación: alta tecnología en una forma defensiva. Y probablemente no la usan en elecciones”, comenta entre risas.
No sólo eso. Tal vez lo más impresionante es la manera en que el partido, según McGregor, ha adoptado formas de comportamiento parecidas a las de las empresas y grandes corporaciones. Una especie de “sociedad anónima política”, con incentivos y metas al interior de sus equipos. “Hay que darle crédito al PC chino por su máquina política. Ellos han tratado de inculcar una ‘cultura del desempeño’: que las autoridades retengan sus puestos si hacen un buen trabajo, y no por favores o amiguismos. No es tan lejano a un sistema de trabajo que recomendaría una consultora para empresas: tienes objetivos y metas en cada área, principalmente de acuerdo a la velocidad de crecimiento de la economía”.
Es la economía, compañero
Con su conocimiento del escenario en China, McGregor asegura que el principal tema para la próxima década seguirá siendo el actual: la economía. “El desempeño de la economía china cimenta la legitimidad del partido. Además, China siempre ha confiado en cuán estable es el ambiente de su país para el desarrollo económico y han apostado por involucrarse en esa área en otras zonas del mundo, como en América Latina”, explica.
Pero eso no significa que no haya cambios en el horizonte. El periodista señala que justamente la preocupación por la economía es la que ha llevado a uno de los puntos que deberá abordar Xi Jinping con seguridad: la demanda por mayor transparencia. “Si la economía está creciendo cerca del 10% al año, habrá más corrupción, aun cuando habrá más dinero disponible. Pero si comienza a contraerse, los niveles de corrupción del país se volverán un tema más importante”, explica.
Y en cuanto al tema político, su mirada es que la nueva administración podría dar algunos pasos en cambiar el sistema. “Hoy hay una mayor necesidad de que el PC chino responda ante la opinión pública”, explica. Una posibilidad es que se adopte el modelo de Vietnam, que permite que dos personas puedan competir por el mismo puesto en algunos cargos, a diferencia del actual escenario con listas cerradas. “Hay gente que está promoviendo elecciones abiertas al interior del partido para algunos puestos, incluso para los más altos”, plantea.
Sin embargo, el elemento central no está en discusión. Más allá de las autoridades y los nombres, según el periodista, el poder hoy radica en el partido, y las modificaciones sólo apuntarían a descomprimir posibles problemas en la colectividad. Así lo resume McGregor: “Las reformas políticas en China no apuntarían a ser una democracia occidental. Los cambios son sólo reformas al interior del partido”.
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Comunismo chino S.A.
“Puede ser que Xi se transforme en una persona muy poderosa”, dice McGregor. “Pero no podrá solamente ‘chasquear los dedos’: tendrá que convencer a las personas de lo que él piensa. Deberá persuadir a los líderes de las provincias, al Ejército, a los burócratas económicos”.