Por Daniel Matamala Diciembre 27, 2012

¿Hay chavismo después de Chávez? Para responder, muchos apuntan a Perón y a Fidel, líderes latinoamericanos que han generado un impacto similar al del venezolano. 

Se recuerda cómo, muerto su guía en 1974, el peronismo quedó convertido en una marca genérica, un paraguas capaz de cobijarlos a todos, desde los fascistas de López Rega hasta los marxistas de los Montoneros, desde el neoliberalismo rampante de Menem hasta la izquierda estatista de los Kirchner. Un proceso que había comenzado Perón, pero que su muerte completó: el peronismo como la antiideología. Se comenta también cómo Fidel logró hacer su transición en vida, frustrando de paso a quienes veían en su muerte el obvio derrumbe del régimen. 

Pero hay diferencias demasiado profundas como para aceptar ninguno de los dos modelos. Diferencias como que Chávez no tiene una esposa (como Perón) o un hermano poderoso (como Fidel) en posición de ser su sucesor por defecto. O que, al revés de la dictadura cubana y de la sucesión de golpes militares en Argentina, el chavismo se ha construido para y desde las elecciones, como una máquina movilizada y tensada gracias a los sucesivos desafíos electorales.

Cuando hablamos de “chavismo”, hablamos al mismo tiempo de un culto, de una ideología y de una estructura militar y económica de poder. Chávez ha sido capaz de personificar ese culto con su carisma, de unificar esa ideología en un partido -el PSUV-, de politizar en torno suyo a las Fuerzas Armadas, y de administrar los ingresos del Estado para crear una red clientelista que atrapa a la “boliburguesía” (los favoritos que reciben el lucrativo maná estatal), pero también a los sectores populares que por primera vez disfrutan los beneficios de los petrodólares. Nicolás Maduro, su sucesor designado, tiene una sólida ideología de izquierda, y fuertes redes en el PSUV y los sindicatos. También parece un administrador capaz de arbitrar en la sorda disputa por los favores económicos del poder. Como civil, su ascendencia sobre las poderosas Fuerzas Armadas es más discutible. Pero el aspecto en que Chávez es de verdad irreemplazable es el culto a su personalidad, que con su lucha contra el cáncer ha tomado ribetes cada vez más religiosos. Ésta es una revolución socialista que le reza a Dios, a la Virgen y al santoral completo por la salud de su comandante. 

¿Es posible, entonces, una religión sin su Mesías? El propio Chávez entiende que sí, y, enfrentado a la perspectiva de su muerte, ha decidido elegir por primera vez a uno de sus apóstoles. Su  decisión de escoger a Nicolás Maduro le da a éste la legitimidad de origen que todo culto necesita: la línea directa a la voluntad del Mesías. Si el presidente muere o renuncia durante 2013, el designado tendrá la legitimidad para ser la roca sobre la que se construya un chavismo sin Chávez. 

 

Relacionados