Por Daniel Mansuy Diciembre 27, 2012

El presidente galo enfrenta enormes desafíos para este año 2013. Aunque asumió hace más de seis meses, François Hollande todavía no logra dar con el registro adecuado, y da un poco la impresión de caminar a tientas en la oscuridad. En rigor, aún no logra convencer que lo suyo es algo más que una casualidad, y que su triunfo no se debe sólo a los desvaríos de Strauss-Kahn y a los errores de Sarkozy. La dificultad estriba en que Francia necesita hoy cualquier cosa menos un presidente administrador, pues enfrenta demasiadas encrucijadas, que no podrán ser resueltas sin un liderazgo definido. Por un lado, la situación económica presenta muchos índices preocupantes: el país sigue perdiendo capacidad industrial y el desempleo alcanza niveles récord. Además, Europa sigue estancada sin avanzar en la crisis estructural del euro.

Como se ve, las aguas son turbulentas. Para evitarlas, Hollande ha escogido poner el acento en la agenda cultural: ya presentó un proyecto para legalizar el matrimonio homosexual, y abrió el debate sobre la eutanasia. Pero incluso en estos temas ha sido errático e incapaz de mostrar convicciones profundas. Esto ocurre porque el mandatario prefiere la síntesis al choque, y está siempre buscando la manera de conciliar  los distintos puntos de vista. Sin embargo, estos proyectos generan divisiones profundas en la sociedad francesa, y en ese terreno Hollande no se siente cómodo.

Lo decisivo, de cualquier modo, no pasa por ahí. De hecho, el mandatario parece intuir que las dificultades que enfrenta Francia son de tal magnitud que, para intentar superarlas, es imprescindible construir grandes acuerdos, y por eso su reticencia al conflicto abierto. Eso requiere de muñeca, pero también de visión estratégica. Y Hollande, hasta ahora, ha mostrado poco en ambas dimensiones. En lo táctico, no ha logrado ampliar su base de apoyo ni hacia el centro ni hacia la izquierda. Y en lo estratégico, Hollande no ha dicho nada a la altura de los desafíos, porque ni siquiera parece tener un diagnóstico acabado de la situación. En ese sentido, puede decirse que Francia navega con poca brújula, y allí reside buena parte de la superioridad de los alemanes, quienes saben exactamente dónde quieren ir. Mientras no elabore un proyecto coherente, Hollande está condenado a seguir reaccionando a la coyuntura. Peligroso camino. 

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