Berny Silberwasser es parte de una nueva Colombia. En un país donde el rubro cervecero está bajo el monopolio del imperio Bavaria, se atrevió a formar su propia microcervecería, la Bogotá Beer Company, y a hacerle mella a un área controlada por la familia Santo Domingo. Hoy cuenta con doce locales en la capital y acaba de recibir el premio al Emprendedor Emergente de 2012. Como muchos ejecutivos colombianos, Berny tiene muchas razones para ver el futuro con optimismo y cree que el crecimiento del país se mantendrá al menos por cinco años más. “Nuestra industria, al tener que importar la materia prima para hacer cervezas de calidad, se está viendo beneficiada por el bajo precio del dólar y la firma del TLC con Estados Unidos”, explica Silberwasser. Sin embargo, todavía es imposible obviar los peros: “Uno de los factores que seguirán afectando el crecimiento económico es la falta de infraestructura vial y los tiempos de movilización en Bogotá”.
Porque el país ha crecido, pero no sus arterias. Los taxis se mueven lento, incluso en las horas de menos tráfico, y hay que calcular al menos treinta minutos entre un barrio y otro. Pero, a pesar de los bocinazos y los tacos, en esos taxis no se habla de infraestructura o crecimiento: se habla de la paz. De si le crees a Santos, de si las FARC realmente quieren un acuerdo o éste será otro volador de luces como el proceso del Caguán, del amor u odio que se siente por el todavía presente Uribe.
“El gran desafío que tiene Colombia el año que viene, desde lo político, es llevar a buen término los diálogos de paz con las FARC”, dice Javier Restrepo, director de Ipsos Public Affairs, la empresa líder de estudios de mercado en el país. Entre los muchos puntos que se estarán conversando en La Habana durante 2013, hay dos que serán los más sensibles: el de la propiedad de las tierras -Colombia es el único país del continente que nunca tuvo una reforma agraria y se habla de que las FARC estarían buscando esto- y la futura participación política de los actuales guerrilleros. “El tema será cómo convencer al país de que vale la pena hacer una serie de concesiones para lograr terminar con un conflicto de 50 años”, explica Restrepo.
El peor escenario posible sería un nuevo fracaso, como el vivido por el presidente Pastrana a principios de la década pasada. “El país se vería afectado por un fuerte pesimismo, la imagen del gobierno saldría nuevamente afectada y la reelección podría quedar archivada”, dice Restrepo. Justamente, en noviembre deberían conocerse los resultados de este nuevo proceso y esa misma es la fecha límite para que Juan Manuel Santos decida si va o no por otro periodo presidencial. Su popularidad, ya en baja luego del resultado del arbitraje en La Haya, podría disminuir al punto de sacarlo de la carrera.
Si los resultados son positivos, en cambio, se abren mil posibilidades, incluyendo la reelección de Santos. “El reto será lograr la aceptación y legitimidad de los puntos negociados y avanzar efectivamente en la reconciliación y la reintegración de los ex guerrilleros”, dice Restrepo. Más allá de lo social, la paz podría tener positivos efectos económicos, como la disminución del gasto en guerra. “Como porcentaje del PIB, se habla de un 1 ó 2% y eso iría en directo beneficio de un crecimiento económico”, explica José Palma, presidente de la Cámara de Comercio e Industria Colombo-Chilena. A esto se suma un efecto directo en las regiones afectadas por la violencia, como explica Palma: “Debería generarse un crecimiento económico en las zonas donde hoy no es posible desarrollar temas agrícolas, forestales o industriales por la existencia de la guerrilla”.
EL TRAUMA DEL CAFÉ
Por muchos años, Colombia vivió mirando a Brasil. Si la cosecha de café venía mal desde ese lado del continente, se podía sonreír. El precio subiría y la economía andaría bien. Por otra parte, si eso no era así o si el clima no favorecía a los cultivos locales, sería un año negro. La dependencia ha disminuido. Ha sido reemplazada por el auge del petróleo y del carbón, pero el miedo a las oscilaciones del mercado sigue presente como un fantasma. “Es bien probable que el año que viene continúe o incluso crezca nuestra capacidad de producción, pero el vaivén de los precios internacionales puede tener un impacto muy significativo en nuestra economía”, dice Javier Restrepo.
Pero el tema que aún es más mencionado por los inversionistas extranjeros es el de la infraestructura, que comentaba antes el cervecero Berny Silberwasser. Los empresarios y analistas repiten hasta el cansancio la misma frase: traer una carga desde Shanghái a Cartagena cuesta lo mismo que desde Cartagena a Bogotá. Las montañas y la selva, sumados a los malos caminos y al pasado de peajes y secuestros guerrilleros, han dificultado el desarrollo vial en un país que es muy poco centralizado y que cuenta con numerosos polos de desarrollo, como Medellín, Cali, Bogotá, Cartagena o Barranquilla.
“La infraestructura actual impide que haya costos logísticos accesibles”, dice José Palma. Eso dificulta que una diversidad de productos puedan competir con los de otros países. “Se requieren inversiones de once mil millones de dólares para poder mejorar la calidad del transporte entre las regiones del centro y las regiones de la costa”, explica Palma.
Por esto, gran parte de los esfuerzos del gobierno colombiano están en mejorar su capacidad de recaudación y su eficiencia, disminuir la informalidad y llevar a cabo una reforma tributaria. “Ésta será más simple y presentará más beneficios en la contratación de personal”, explica Silberwasser.
Mientras tanto, los emisarios del gobierno y de las FARC conversan en La Habana y los inversionistas chilenos siguen desembarcando en ese país. Para ellos también quedan tareas pendientes. Hasta el momento, la “invasión” venida del Sur ha sido vista con buenos ojos: algo hay de identificación con este país que quiere hacer las cosas bien y que además apuesta por Colombia. Pero eso no tiene por qué ser eterno. “Es clave evitar los errores que han cometido compañías de retail o de consumo masivo en Chile”, dice José Palma. “Hay que cuidar mucho al cliente, ser transparente y generar un buen manejo a problemas que se puedan dar a nivel de comunidad o de entidades públicas”, agrega. “Las empresas chilenas tienen muy buena fama acá y, por eso, hay que cuidarse”.