Por Rodrigo Barría Reyes Junio 12, 2013

En los cines, antes de que empiecen las películas, todos los espectadores deben ponerse de pie y observar un video de dos minutos en donde se muestran  fragmentos de la vida del monarca. En los estadios de fútbol, antes del partido, la gente guarda silencio mientras suena el himno monárquico.

La devoción nacional por el soberano se hace respetar a través de duras sanciones -de varios años de cárcel- a los que osen atacar al monarca. El Poder Judicial, al explicar estos fallos, ha planteado que el rey es merecedor de "una protección especial".

Para los extranjeros que llegan hasta Tailandia, hay tres cuestiones que concentran la atención preferente de la visita: compras infinitas, playas de las que nadie quisiera irse nunca y una apabullante oferta gastronómica que invita a probar a bajo precio sabores que nunca se creyeron posibles de combinar.

Para los 67 millones de tailandeses, en cambio, existe una cuestión muy distinta que sirve como elemento de identificación nacional: su monarquía. Tailandia es en realidad “El Reino de Tailandia”. Se trata de una monarquía constitucional -oficialmente definida así desde la promulgación de la Carta Magna del país, en 1932-, donde la institución del rey tiene más de 700 años de vida, pero cuya relevancia ha resultado especialmente potente y marcadora para los tailandeses durante las últimas décadas. Todo, debido al rey Bhumibol Adulyadej, quien con su estilo tan enigmático como cercano y multifacético ha terminado por construir alrededor de su persona una estela de devoción y omnipresencia que resulta difícil de comprender a los ojos de los “farang” (como suelen llamar acá a los extranjeros).

Lo singular es que el soberano es una persona que rara vez se deja ver. Más aún desde septiembre del 2009, cuando fue internado en el hospital Siriraj, ubicado a las orillas del río Chao Phraya, y que desde entonces se ha convertido en su residencia permanente con una suite especialmente habilitada para él en el piso 16. Por cierto, en el recinto los informes sobre la salud y dolencias del monarca se manejan como un secreto de Estado. En definitiva, nadie sabe bien qué males afectan al soberano ni su rutina diaria. Lo único que se conoce de su permanencia en el lugar es lo que se deja ver en el exterior del edificio: retratos de su persona, unas barcazas militares ancladas en el muelle y seguidores que arman improvisados escenarios donde tocan música y cantan en su honor .

Cada vez menos visto, el 26 de mayo del año pasado, y después de casi tres años sin salir de la capital, el hombre de los 67 años de reinado realizó una de sus últimas y poco comunes apariciones públicas, cuando visitó Ayutthaya, una localidad en las afueras de Bangkok. Fue una ocasión para dejar en claro, una vez más, la devoción que genera, cuando la multitud  se aglomeró para verlo pasar sentado en una especie de trono móvil dentro de una van.

AMOR AMARILLO

En Tailandia todo gira alrededor del rey. Bhumibol Adulyadej nació un cinco de diciembre, por lo que el día nacional del país, el más importante del calendario nacional, corresponde a esa fecha. Otro detalle: el rey llegó al mundo un día lunes y es usual que en Tailandia cada día de la semana esté asociado a un color. El lunes corresponde al amarillo, por lo que el color real es ése, tonalidad que se desparrama con generosidad en buena parte de la escenografía del país, partiendo por las casas -tanto de barriadas pobres o de exclusivos condominios-, las que suelen ornamentar sus frontis con banderas amarillas con el escudo real.

La ciudad está plagada de imágenes del rey. De hecho, todos los edificios importantes -gubernamentales o privados- tienen en sus frontis fotografías de Bhumibol Adulyadej. En los centros comerciales imágenes de Su Majestad suelen estar en ubicaciones privilegiadas, desde las que observa a los compradores. Lo mismo pasa en locales comerciales y restoranes, donde el soberano y la reina están siempre ubicados en los espacios más destacados del lugar.

Pero el asunto va más allá: el respeto se manifiesta en lugares insólitos. Por ejemplo, en los cines, antes de que empiecen las películas, todos los espectadores deben ponerse de pie y observar un video de dos minutos de duración en donde se muestran distintos fragmentos de la vida del monarca. Todo, acompañado por los sones del himno real. Más extraño aún es asistir a un partido de fútbol. Ahí, antes del inicio del encuentro, las bulliciosas tribunas se acallan y rinden silencioso respeto al himno monárquico que sale por los parlantes antes de que las barras vuelvan a sus gritos de apoyo.

En televisión, Bhumibol Adulyadej también ocupa parte de la programación. De hecho, existe un canal en el que sólo se repasan, las 24 horas, imágenes de distintos pasajes de la vida del rey. También se programan algunas producciones en donde la idea central es siempre la preocupación del monarca por sus súbditos.

En realidad, cualquier excusa es buena con tal de manifestar el apoyo al soberano. Como a mediados del 2000, cuando las pulseras amarillas creadas por el ciclista Lance Armstrong fueron un suceso comercial con su leyenda “Live strong”. En Tailandia la prenda también fue un éxito, aunque con un cambio sustantivo: el “Live strong” fue reemplazado por un “We love our king”.

COSMOPOLITA Y AMANTE DE LA MÚSICA

Bhumibol Adulyadej nació en 1927 en Estados Unidos. Hijo de Sangwan Mahidol y el príncipe Mahidol de Songkhla -medio hermano del rey Rama VII-, su familia vivía en un departamento más bien sencillo en el número 63 de la avenida Longwood, en Boston. Cosmopolita, el grupo familiar estaba integrado por una hermana mayor, Galyani Vadhana, que había nacido en Londres y un hermano también mayor, el príncipe Ananda, que fue dado a luz en Alemania. Mahidol de Songkhla había dejado el país germano para estudiar Medicina en la Universidad de Harvard. Tiempo después, la familia regresó a Tailandia y el padre del actual rey comenzó a trabajar como médico hasta que murió repentinamente cuando Bhumibol Adulyadej apenas tenía dos años. Entonces, la viuda decidió mudarse a Suiza, donde el actual soberano tuvo una infancia caracterizada por su afición a deportes desconocidos en su país (como el esquí), la música (especialmente el jazz), y una estética personal enjuta, dominada por un rostro ensimismado y unos lentes que comenzó a utilizar desde los diez años.

El rey Rama VII había abdicado y Ananda, hermano de Bhumibol Adulyadej, había sido nombrado sucesor al trono. Apenas tenía nueve años, por lo que la madre decidió que sus hijos siguieran con su educación en Suiza. Cuando, en 1946, Ananda regresó a Tailandia, ya como rey Rama VIII y con apenas 20 años, la tragedia se presentó de manera inesperada: fue encontrado muerto con un tiro en la cabeza en su habitación real. El incidente nunca fue aclarado del todo e hizo que su hermano, dos años menor, se ubicara en el trono como Rama IX y con el extenso título oficial de: “Phrabath Somdej Phra Paramindara Maha Bhumibol Adulyadej Mahitarathibej Ramathibodi Chakrinaruebej Sayammindhrathiraj Boromnartborpit”.

Sin embargo, Bhumibol Adulyadej aplazó la coronación -sólo volvió definitivamente a Tailandia en 1950- ya que decidió regresar a Suiza para completar sus estudios en Ciencias Políticas. Estaba en Europa cuando tuvo un grave accidente de tránsito. Tres meses permaneció hospitalizado y terminó perdiendo su ojo derecho. Internado, eso sí, recibió las repetidas visitas de su prima lejana Rajawong Sirikit Kitiyakara, hija del entonces embajador tailandés en París, la que tiempo después se convertiría en su esposa y con la que tuvo cuatro herederos: la princesa Ubol Ratana (62), el príncipe Maha Vajiralongkorn (60) y las princesas Maha Chakri Sirindhorn (58) y Chulabhorn (56).

Si hay una pasión que ha marcado los 85 años de vida de un monarca que reina, pero que no gobierna, además de sus labores oficiales, es la música. Bhumibol Adulyadej ha estado siempre rodeado de instrumentos y partituras. No sólo ha practicado en privado -especialmente clarinete y saxo-, sino que ha integrado orquestas (la más afamada se llamó Au Sau Wan Suk Band) y hasta ha escrito una serie de piezas musicales (como “Saeng Tien”, “Yam Yen”, “No Moon” y “Dream Island”), las que se mueven desde el jazz hasta música clásica. Quizás por esta pasión melómana es que una de las imágenes preferidas del monarca es la que se tomó junto a Elvis Presley en una visita a Estados Unidos, en 1960.

LA MASCOTA BEST SELLER

En general, las imágenes del rey  son multifacéticas: aparece recorriendo sembradíos, supervisando alguna obra de adelanto, revisando mapas, fotografiando y saludando a súbditos que lo observan con reverencia infinita. Todo, por cierto, en una época en la que el monarca era un hombre especialmente activo.

En sus años en el hospital Siriraj, el soberano ha estado todo este tiempo acompañado por su leal amigo “Tongdaeng”, un perro callejero que se convirtió en su mascota preferida en 1998. De hecho, es el can más afamado del país y que alcanzó insospechada popularidad cuando el monarca decidió publicar, el 2002, el libro llamado La Historia de Tongdaeng, texto que se transformó rápidamente en un best seller en Tailandia.

Quizás por estos detalles es que el soberano es percibido como cercano a su pueblo, sin perder su “divinidad”. El caso es que Bhumibol Adulyadej  ha estado y sufrido con los tailandeses en los peores momentos de la nación, como sucedió con el tsunami del 2006 que devastó las costas de Tailandia. De la tragedia no se salvó ni la realeza. Poom Jensen, nieto de 21 años del monarca (y que era autista) murió atrapado por las olas en una playa de Phang Nga. En el hotel estaba su desesperada madre, la princesa Ubol Ratana, la que no pudo hacer nada para salvar a su único hijo.

Como sea, la devoción nacional por su soberano se hace respetar a través de duras sanciones -de varios años de cárcel- a los que osen atacar al monarca. El Poder Judicial del país, al explicar estos fallos, ha planteado que el rey, como centro de la nación, es merecedor de “una protección especial”. A fin de cuentas, todo se fundamenta jurídicamente en la llamada “lèse-majesté”, una normativa que forma parte del código criminal tailandés y que ha sido criticada por organismos locales e internacionales como una disposición que limita seriamente la libertad de expresión en el país.

Otra cuestión controversial han sido algunos informes de la revista Forbes, publicación que ha ubicado a Bhumibol Adulyadej a la cabeza de las fortunas reales del mundo, con un patrimonio personal que estiman en unos 30 mil millones de dólares. Aunque no hay informes oficiales, la misma revista estima que cada año los gastos de la monarquía rondan los 500 millones de dólares, unas diez veces más que el presupuesto del Palacio de Buckingham. Por cierto, estas afirmaciones han sido rebatidas por autoridades locales, la que se han esmerado en hacer una serie de consideraciones jurídicas y legales que explicarían la abultada riqueza del soberano. De hecho, suelen poner como ejemplo de su desprendimiento el hecho de que buena parte de los jardines del palacio real de Chitralada estén ocupados por arrozales y plantaciones que sirven para distintas investigaciones en temas de agricultura.

Lo que tampoco se sabe bien son los niveles de adhesión del soberano. Acá la duda, el entredicho o el desapego hacia el rey no tienen cabida. ¿Y la existencia de grupos antimonárquicos? Inimaginable.

Por lo menos así quedó claro en la multitudinaria aclamación que Bhumibol Adulyadej recibió cuando salió del hospital Siriraj el año pasado. Ese día, además, sirvió para exponer el doble rostro de la Tailandia de hoy: uno tradicional que se vuelca en masa para aclamar a su rey junto a una generación vanguardista que colmó el estadio donde actuaba Lady Gaga. Eso sí, antes de que apareciera en escena la extravagante estrella pop, el público guardó silencio y escuchó con respeto los sones monárquicos del decano de los reyes del mundo.

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