Por Paula Molina Junio 20, 2013

"Las protestas -en Chile o en Brasil- no necesariamente implican que todo anda mal, o que la democracia no funciona. Las democracias europeas (y también Estados Unidos) han experimentado olas de protestas".

Vale la pena ver a Chile en su contexto, en el cuadro más amplio de su referencia natural, América Latina. El cientista político estadounidense Steven Levitsky se dedica precisamente a eso: a contar y comparar la historia política latinoamericana, y lo hace en una de las cátedras más prestigiosas de la Universidad de Harvard sobre la región. Un curso masivo, donde antes de estudiar Chile los alumnos ven Machuca. “Es muy buena y muestra muy bien las divisiones sociales y políticas antes y después del golpe”, dice Levitsky sobre la película de Andrés Wood.

Levitsky también incorpora a sus presentaciones videos de YouTube con discursos de Perón, notas de TV y jingles políticos cumbiancheros que hacen más vívida la turbulenta historia política del continente. Quizá por eso, y por sus intensas exposiciones en clases -donde intercala frases en español a conveniencia y no trepida en enfatizar algunos puntos con un vibrante “¡carajo!”-, Levitsky es uno de los profesores más respetados entre los alumnos en una universidad donde se juzga con severidad a los maestros. Por eso fue reconocido hace algunas semanas como Harvard College Professor.

Máster en Stanford y doctor en Berkeley, los temas de Levitsky son los partidos, el autoritarismo y la democratización en Latinoamérica, entre otros, y ha sido él también impensado actor político. En las últimas presidenciales peruanas, cuando Mario Vargas Llosa hablaba de elegir “entre el cáncer y el sida”, Levitsky, que habla español fluido, está casado con una periodista peruana y es profesor visitante en la Universidad Católica del Perú, aseguró: “Se puede tener dudas de Humala, pero de Keiko tenemos pruebas”.  Humala usó la frase en la campaña que lo convirtió en presidente.

Cuando Levitsky aborda el caso de Chile, sus clases terminan con más preguntas que certezas. ¿Cómo se encaminará el descontento en Chile?, ¿cuáles son las reformas necesarias para la democracia? A Levitsky le interesa ver qué trae el futuro de Chile. Y aunque piensa que los cientistas políticos no sirven para las predicciones, en esta entrevista selecciona referencias que pueden ayudar a entender mejor el actual proceso. “Vienen cambios para Chile”, dice sin dramatismo, y explica por qué.

-¿Cómo describe el sistema político chileno en el contexto latinoamericano?

-Comparado con América Latina, Chile parece un país muy sano en términos institucionales y de la calidad y estabilidad de su democracia, eso no ha variado, pero hay ciertas nubes en el horizonte después del “invierno chileno”, las protestas de los últimos años y las encuestas, que muestran mucho descontento con los partidos políticos.

-¿Por qué dice que “parece” sano?

-Porque hay casos donde el sistema político se mantiene estable a pesar de que sus bases están podridas. Es el caso de Venezuela en los años 80 y 90: la democracia y el sistema de partidos se mantuvieron a pesar del creciente descontento y en 10,  15 años, colapsaron. No digo que Chile esté en situación similar, pero hay encuestas que preocupan.

-Si hay descontento y las personas no se sienten identificadas por los partidos, ¿qué otros factores se suman para gatillar las crisis institucionales?

-No se sabe. En el caso venezolano surgió Chávez, alguien que venía de fuera de la política con un discurso populista con mucho carisma y generó la crisis. Pero también sabemos que hay diferencias importantes entre Venezuela y Chile: la situación económica y social antes de Chávez era desastrosa, la corrupción era altísima. La economía dependía mucho del petróleo y cuando el precio del petróleo bajó, el país dejó de crecer. En Chile la economía crece y la corrupción no es tan alta y el Estado y las instituciones chilenas funcionan mejor que las venezolanas.

-¿La dependencia del cobre es un factor de riesgo?

-Chile depende demasiado del cobre, pero es una economía más diversificada y tiene una base institucional más sólida. Pero si baja el precio del cobre, baja el crecimiento. Y si hay descontento cuando la economía crece al 5 o al 6%, sin ninguna duda el descontento subirá, creciendo al 1 o al 2%.

-¿Cree que Chile está lejos de una crisis institucional?

-Creo que Chile está lejos de una crisis al estilo venezolano: lo que se puede generar es una crisis dentro de la democracia. Me parece clarísimo que es posible una crisis de los partidos y el surgimiento de un outsider.

-¿Le sorprenden los llamados a una reforma constitucional en Chile?

-Me habría sorprendido hace 3 ó 4 años, porque parecía existir un consenso muy fuerte alrededor de la Constitución pinochetista. Parecía que casi todo el mundo aceptaba las reglas del juego y que las reglas funcionaban: daban estabilidad política y económica. Pero después de las protestas y de ver los cambios en la opinión pública se nota que es necesario algún tipo de renovación. Chile tiene un estado de derecho muy fuerte, puede perfectamente hacer una reforma constitucional en un marco de estabilidad. Un cambio constitucional no tiene por qué ser siempre una medida radical.

-¿Qué ejemplos hay en América Latina?

-En los últimos 10 años, el cambio constitucional es visto como radical porque se asocia con la reforma chavista del 99 y las reformas en Ecuador y Bolivia. Pero hay modelos totalmente distintos. Brasil se podría parecer a Chile: convirtió su Congreso en una asamblea constituyente y escribió una Constitución democrática para reemplazar la heredada del régimen militar; fue un proyecto consensuado, democrático, institucional. Y ha sido una Constitución estable y políticamente exitosa.

-¿Y Colombia?

-Quizás Colombia sea un caso aun más parecido al de Chile. En Colombia tenías un régimen civil estable pero que estaba en crisis, y en un esfuerzo explícito por renovar y legitimar la política llamaron a una asamblea constituyente elegida democráticamente. Ha sido un éxito: la democracia colombiana es hoy mucho más sana que hace 30 años. La reforma colombiana y la brasileña profundizaron la democracia, mantuvieron un modelo liberal y representativo, pero además incluyeron ciertos derechos sociales que están apareciendo ahora en varias democracias.

-Ya que menciona Brasil, un país donde la democracia se ha profundizado y el crecimiento económico no sólo ha disminuido la pobreza sino que también ha logrado mejores avances en igualdad que en Chile, ¿qué  explica las masivas protestas de esta semana?

-Las protestas -en Chile o en Brasil- no necesariamente implican que todo anda mal, o que la democracia no funciona. Las democracias europeas (y también Estados Unidos) han experimentado olas de protestas. Hay protestas hoy en Brasil, y no en Paraguay o Guatemala, y eso no quiere decir que la democracia brasileña funcione peor que en esos países. La protesta es parte de la democracia. En ciertos contextos, como en Chile entre 1970 y 1973, las protestas han amenazado la democracia, pero en otros contextos, las preguntas ayudan a profundizar la democracia.

-¿Qué pasa si hay una élite política que cree que sabe mejor que la ciudadanía lo que hay que hacer, y asume  el descontento como un fenómeno temporal?

-Ése fue uno de los pecados de la clase política venezolana: que la élite no se fijó en lo que las personas querían, estaban desconectados de la opinión pública. Si la clase política es como cualquiera clase política normal, cortoplacista y resistente al cambio, ahí entra el papel de la sociedad civil, los movimientos sociales y la opinión pública, que tienen que presionar por las reformas.

-¿Cree, como planteó el ministro de Hacienda chileno, que estos debates alejan a los inversionistas?

-No sabemos cómo funciona la inversión extranjera. China recibe mucha inversión extranjera y es un régimen autoritario donde muchas leyes se violan o se cambian. Chile tiene una Constitución muy liberal que protege sobre todo la actividad y la propiedad privada. El temor es que una reforma no sólo genere incertidumbre sino que además introduzca reglas menos liberales, porque la Constitución de 1980 es un caso extremo. Como para los economistas ortodoxos lo mejor son las reglas liberales y estables, el cambio sólo puede poner en riesgo lo que se tiene. Es un argumento entendible, pero hay muchas constituciones que son menos liberales y son perfectamente compatibles con la inversión y el crecimiento. Es el caso de Brasil, México, de algunos países asiáticos. Y sobre la estabilidad, como dije, en el mediano, largo plazo, la reforma puede aportar la estabilidad al sistema, porque si las reglas del juego se mantienen a todo costo y generan resistencia, surgen las condiciones para el populismo y se pone en riesgo todo. Nada permanece igual siempre. Hay momentos en que conviene repensar y reformar las instituciones. La cuestión es saber cuándo.

-¿Y quiénes tienen que saber cuándo?

-Los chilenos. Una de las virtudes de la democracia chilena en los últimos 25 años ha sido la fortaleza de sus instituciones, pero hay un límite, y hay que saber reconocerlo. Hay muchos beneficios de instituciones estables, duraderas, pero puede llegar un momento en que las instituciones y las reglas pierdan legitimidad pública. Políticos y ciudadanos tienen que saber reconocer ese momento.

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