Por Paulo Ramírez Junio 26, 2013

"En todos los indicadores de desigualdad social, los maoríes tienen una mayor representación", explica la ministra. "El origen está, en parte, en el hecho de que han sido sacados de su propia cultura".

Las primeras líneas que escribe la historia permanecen para siempre, y de ellas depende todo lo que sigue. Ésa es la lección que, tal vez sin saberlo, trajo consigo a Chile Hekia Parata, ministra de Educación de Nueva Zelanda, maorí, exponente de las oportunidades que ofrece una nación que se define como bicultural desde el inicio.

Esas primeras líneas de la historia de su país fueron firmadas a partir del 6 de febrero de 1840 por los colonizadores británicos y por los jefes de las tribus maoríes: es el Tratado de Waitangi, el documento fundacional de Nueva Zelanda, un texto de cuatro párrafos que en su esencia definió que todos los habitantes de esa tierra son iguales en derechos. Absolutamente todos. Es una historia que es imposible mirar de otra manera que pensando en nuestra propia realidad y hacer las comparaciones.

Hekia Parata y sus siete hermanos crecieron en Ruatoria, el pueblo de su madre, una comunidad de apenas unas mil personas. Allí asistió al jardín infantil, a la escuela básica y a los primeros años de la secundaria. Terminó el colegio en Gisborne y se graduó en la Universidad de Waikato. Toda su educación fue en inglés. La lengua original de su madre y de todo el pueblo era el maorí, pero su padre creció hablando inglés, y eligió ese idioma para la educación de sus hijos. “En esos tiempos había un fuerte imperativo para adoptar todo lo que fuera europeo; mi generación no fue criada para hablar maorí”, recuerda. Aun así, lo aprendió como segunda lengua en la escuela: “La gente de la generación de mis padres nos hablaba en inglés, pero entre ellos hablaban en maorí”.

Eran los años 70 y Nueva Zelanda vivía un período de revolución que la obligaría a revisitar el Tratado de Waitangi y asegurar su cumplimiento pleno: los gritos en la calle exigían conquistas sociales y económicas, pero también simbólicas. Los estudiantes maoríes querían el reconocimiento oficial de su lengua y la devolución de tierras y recursos naturales que habían sido confiscados; querían que el maorí se hablara en la televisión estatal, que hubiera noticiarios en maorí y acerca de los maoríes, que tribunales especiales dirimieran las disputas originadas en el tratado. Y tuvieron éxito en prácticamente todo. “Desde entonces”, relata la ministra, “Nueva Zelanda es vista alrededor del mundo como un ejemplo en los procesos de reconciliación”.

“El Estado fue obligado a restaurar la lengua que gobiernos previos se habían preocupado de borrar”, detalla. “Se estableció un canal de televisión maorí, estaciones de radio en cada tribu, educación en maorí, la utilización del maorí en todas las publicaciones oficiales y en los nombres de los edificios, un Ministerio de Asuntos Maoríes”.

Parata es hija de la generación del baby boom neozelandés, que se benefició de un rápido crecimiento de las oportunidades en la sociedad. “Me sentía diferente, pero diferente y especial, no diferente e inferior. Me sentía especial porque era bilingüe y bicultural, porque venía de una comunidad que celebraba el hecho de ser maorí e indígena”, cuenta. “Crecí en un ambiente extraordinario y siempre sentí que ser maorí es muy especial”.

Sin embargo, cuando dejó su comunidad descubrió que no todos pensaban así. Y que no todos habían tenido las mismas oportunidades que ella.

UNOS MÁS IGUALES QUE OTROS

La ministra cree que uno de los grandes éxitos de Nueva Zelanda “es haberse establecido como una nación bicultural y haber logrado una integración tan fuerte”.

Sin embargo, Nueva Zelanda es también un país desigual, y la peor parte se la llevan los maoríes. “Un niño maorí tiene las mismas oportunidades que un niño de origen europeo, pero las habilidades para aprovechar esas oportunidades no son tan altas entre los maoríes”, reconoce. Por ejemplo, explica, “los mejores estudiantes del país están entre los mejores del mundo. Nuestro sistema educacional está en el séptimo lugar entre los 65 de la OCDE muy arriba; pero si desagregas el ranking por origen étnico, los neozelandeses de origen europeo están en el segundo lugar, los de origen maorí están en el lugar 34 y los de las islas del Pacífico están en el 44”.

Además, los maoríes figuran más en las estadísticas de pobreza, desempleo, criminalidad, alcoholismo y abuso de drogas: “En todos los indicadores de desigualdad social, los maoríes tienen una mayor representación. El origen está, en parte, en el hecho de que han sido sacados de su propia cultura. También en que nos hemos demorado mucho en abordar la situación de las tierras y los recursos naturales que les fueron quitados”.

Nuevamente, Waitangi es la base para abordar estos desafíos, y el instrumento elegido es la educación, sobre todo la educación temprana: Nueva Zelanda invierte en cada niño casi tres veces lo que invierte Chile durante la etapa preescolar. 

En Nueva Zelanda la educación es estatal y gratuita hasta el término de la secundaria. Las universidades son pagadas, pero existen sistemas de becas y créditos que en teoría les permiten a todos los jóvenes alcanzar y terminar la educación superior. “Pero tenemos muchos maoríes que desertan muy pronto, a los 15 años. Si pudiéramos asegurar que permanecieran más tiempo, tendríamos más éxito, así que estamos poniendo un gran esfuerzo en eso. En promedio, tres de cada cuatro jóvenes neozelandeses alcanzan el puntaje mínimo para entrar a la educación superior, pero entre los maoríes es sólo uno de cada dos”.

La ministra sabe también que la educación es sólo el primer paso. Le deben seguir la integración política y, sobre todo, cultural. En el Parlamento, los maoríes tienen 7 cupos asegurados dentro de una Cámara de 120 asientos, y pueden postular para los cupos generales: hoy un 25% de los parlamentarios son de origen maorí. “Tenemos una voz política muy fuerte”, dice Parata. Y agrega que aunque no estuvieran tan representados en el Parlamento, “tenemos voces políticas fuertes porque tenemos periodistas maoríes, canales de televisión, escritores, poetas maoríes, deportistas maoríes, jugadores de rugby muy exitosos. Somos una parte muy visible de la sociedad neozelandesa, y nuestro idioma, nuestra música, nuestros símbolos, nuestro arte, son una parte muy visible de la sociedad. Nuestra aerolínea nacional lleva la insignia maorí, la mayoría de las compañías neozelandesas tienen insignias, logos y marcas maoríes. Los maoríes están comenzando a recuperar muchos de sus tatuajes tradicionales, y las mujeres jóvenes se están haciendo esos tatuajes de manera permanente. Son signos muy visibles de ser políticamente conscientes y culturalmente activos. Nuestro equipo de rugby ejecuta el haka, y todos los neozelandeses lo adoptaron, sobre todo fuera del país, como una indicación acerca de donde somos”.

173 años después de Waitangi, Hekia Parata dice que es el capital cultural de los habitantes de Nueva Zelanda lo que los compromete “con la construcción de un país que reconoce lo que podemos ofrecernos unos a otros”.

Ella repite lo que le solía decir su padre: “Recuerden: ustedes provienen de pueblos que nunca fueron conquistados”. Y agrega: “Los escoceses y los maoríes nunca fueron conquistados; nosotros firmamos tratados. Ahí hay una lección”.

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