Por Francisco Aravena Agosto 22, 2013

“La guerra será sobre quién entiende más rápido. Por ejemplo: ahora podemos destruir lo que queramos. Lo que no tenemos es la habilidad para entender la situación y, por tanto, saber qué debe ser atacado y qué no”.


“No quería ir a trabajar para firmas de defensa o cosas así; quería hacer algo que me importara, y eso es el liderazgo. Así que todo lo que hago gira en torno a la idea de desarrollar líderes”.


“Los soldados están entrenados para pelear y tienen la tendencia de querer eso. Muchos escribían a su casa y decían ‘no tenemos permitido bombardear al enemigo’. Y eso es demasiado simple. No era cierto”.


La guerra solía ser distinta. Al menos aquella para la cual Stanley McChrystal se había preparado. Graduado de la academia militar de West Point en 1976, McChrystal pertenece a la generación post Vietnam, cuando el trauma del costoso fracaso contra el Vietcong llevó al ejército a guardar esas páginas de la historia en algún cajón, tachando del vocabulario frases como “guerrilla” e “insurgencia” . McChrystal y varias generaciones posteriores se prepararon  para una guerra que no llegó frente a la amenaza soviética, con la tecnología y la artillería pesada como grandes activos.

Luego dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York, otro contra el Pentágono, y el gobierno contestó derrocando al gobierno talibán en Afganistán y luego al de Saddam Hussein en Irak. Y militares como McChrystal se encontraron con un panorama más complejo. “Cuando sucedió lo del 11 de septiembre estábamos menos informados sobre el mundo que lo que necesitábamos”, reflexiona ahora, mirando la cordillera de los Andes desde un piso 16, un par de horas antes de dar una charla ante oficiales chilenos en la Escuela Militar. “No estábamos sensibilizados sobre las complejidades del mundo musulmán y el Medio Oriente en general”, dice. Ahora, McChrystal está convencido de que debe aprenderse la lección: los conflictos del futuro serán cada vez más complejos, y requerirán una aproximación más amplia que la militar. Y ahí es donde ve su rol, ahora como civil, como profesor de la Universidad de Yale y como conferencista, hablando sobre liderazgo y la comprensión multidisciplinaria imprescindible para enfrentar los problemas. Fue lo que lo trajo a Chile, en una visita organizada por Caja Los Andes, que incluyó además una charla a un grupo de ejecutivos. Habla de la vida, pero sus ejemplos parten de la experiencia. Y su experiencia es la guerra. 

“La guerra será sobre quién entiende más rápido. Por ejemplo: ahora podemos destruir lo que queramos. Cualquier cosa que designemos como un objetivo, podemos eliminarla”, comenta. “Lo que no tenemos es la habilidad para entender la situación y, por tanto, saber qué debe ser atacado y qué no debe ser atacado. Es entrar en una situación compleja y entender qué lado, o lados, son realmente, si quieres simplificarlo, los buenos y los malos”, explica.

“Lo más difícil de mi trabajo, por lejos, no fue la estrategia militar y tomar esas decisiones, sino coordinar a los actores políticos, las diferentes culturas. Y eso es lo que es tan diferente de las percepciones de la guerra en la historia. Puede haber sido más complejo que lo que admitimos en el pasado, pero tendemos a verlo, en el ejército, como: anda, pelea, gana la guerra. Pero la realidad es más compleja. En el caso de Afganistán, los talibanes no eran el problema; eran parte de él. El verdadero problema era la disfunción política, la destrucción económica, la falta de capacidad de burócratas entrenados. De manera que si iba y destruía a los talibanes, seguía teniendo el mismo problema, sólo ligeramente distinto”. 

-Esa aproximación involucra la “construcción de naciones” y eso le garantiza una guerra mucho más larga. ¿Qué le parece en ese sentido que haya una fecha de retiro de las tropas de EE.UU., fijada para fines de 2014?

-La idea de “construcción de naciones” es rechazada por muchos, porque implica un compromiso de largo plazo. La comunidad internacional no puede vivir con naciones destruidas, porque suceden muchas cosas negativas.  Alguien tiene que ayudar a Afganistán a reconstruirse. Y creo que el mundo tiene que darse cuenta de que está en nuestro interés hacerlo. Cuando yo tomé Afganistán, el país había estado en guerra por 30 años. El tejido social estaba despedazado, estábamos recién logrando que los niños volvieran a la escuela, para que en 20 años se notara ese beneficio; yo vi como algo importante que el mundo se comprometiera, que les dijéramos: vamos a quedarnos con ustedes en este proceso. En el centro de todo, el problema más importante de Afganistán es la falta de confianza, porque los afganos después de 30 años no confían en nada.  Así que debíamos darles confianza.

-¿Cómo se puede dar confianza al tiempo que las acciones militares están cobrando víctimas civiles?

-Es muy difícil. A los afganos no les gusta la idea de tener extranjeros en su país. Después de 2001 sí recibieron bien a las tropas, pero las aceptaron como un hecho necesario de la vida, pero no es cómodo para ellos... Nosotros no “liberamos” a la gente de Afganistán; nosotros derribamos su gobierno. Cuando se producen víctimas civiles, incluso aunque sea por error, ellos hacen el cálculo que cualquiera haría: si se supone que las tropas están ahí para protegerte y matan a tu familia, no vas a decir  gracias por venir, sé que fue un error. Lo que encontré fue que donde habíamos sido bienvenidos en 2001 y éramos omnipotentes, para 2009 aún querían nuestra ayuda, pero era más condicional. Y creo que aprendimos. Pero tomó tiempo internalizar aquello.

“Para efectos de descripción -agrega- los talibanes solían entrar a una casa donde vivía una familia y dispararnos desde ahí. ¿Es legal que nosotros, bajo las reglas del conflicto, bombardeemos esa casa si sabemos que el enemigo está ahí? Es justo. Pero si lo hacemos, incluso si logramos matar a los talibanes, después de eso, la gente de esa familia, si no ha muerto, tiene su casa destruida. Entonces, lo que trabajaba con mi gente era que entendieran que exterminar a los talibanes era mucho menos importante que proteger a los afganos.

-Eso a su vez provoca frustración en su tropa: están entrenados para combatir... 

-Los soldados están entrenados para pelear y tienen la tendencia de querer eso. Muchos escribían a su casa y decían no tenemos permitido bombardear al enemigo. Y eso es demasiado simple. De regreso al país sus familiares te decían: enviaste a mi hijo a pelear, pero no lo dejaste defenderse. No era cierto. Mi política era que si era necesario usar la fuerza para protegerte, tenías esa autoridad y, de hecho, esa responsabilidad. Pero si no la necesitas para protegerte y es sólo para matar al enemigo, entonces te pido que juzgues la situación, y la pregunta es ¿qué va a ayudar más a nuestra misión? El camino al éxito pasa por la mente de los afganos, por convencerlos de que estamos ahí para ayudar. 

-¿Y cómo cree que les ha ido en eso? 

-Desde afuera... Creo que muchas cosas han ido bien. Si miras las métricas que realmente marcan una diferencia, como el número de niños afganos yendo a la escuela, creo que ahora va por el orden de los 9 millones. Y eso no es sólo un número, porque estamos creando generaciones de jóvenes que no estarán dispuestos a retroceder, les da resiliencia. La seguridad ha mejorado mucho en muchos lugares. La policía y el ejército afganos ahora son suficientemente competentes; no son perfectos, pero son suficientes. Hay dos desafíos principales: uno, que la política interna sigue siendo difícil, no creo que la gente tenga confianza en que el gobierno y los partidos estén en un proceso maduro aún. Y, en segundo lugar, creo que siguen desconfiando de que la comunidad internacional se mantendrá ahí lo suficiente como para asistir sus necesidades de seguridad y ayuda económica. No quieren miles de soldados extranjeros, ese período está llegando a su fin, pero quieren que sus aliados estén atentos, para ayudar en caso de que haya grandes desafíos.   

 

EL COMBATE FINAL

Stanley McChrystal duró un año como máxima autoridad de las fuerzas militares en Afganistán. Y lo que lo derribó no fue un misil, sino un texto escrito por el periodista Michael Hastings en la revista Rolling Stone, publicado en junio de 2010. En el artículo, titulado “The Runaway General” (“el general fugitivo”), se describe el estilo de McChrystal como poco diplomático, con él y sus asesores criticando duramente a la Casa Blanca, y con dificultades para internalizar en su tropa los principios de la contrainsurgencia. Tras la publicación, el general fue citado a una reunión, al cabo de la cual Obama anunció que había aceptado su renuncia. 

McChrystal mantuvo entonces un perfil bajo, y una posterior investigación del Pentágono lo liberó de responsabilidades y disputó la veracidad del reportaje. Michael Hastings -quien posteriormente publicó el libro The Operators, sobre el mismo tema- murió el pasado 18 de junio en un accidente automovilístico en Los Ángeles.

McChrystal, quien incluyó el reportaje entre las lecturas requeridas en su cátedra de Yale, hoy hace una autocrítica tras su salida de Afganistán. “Un general debería ser capaz de comunicarse de manera suficientemente clara y contundente con sus líderes políticos”, reflexiona. “Creo que lo podría haber hecho mejor y lo lamento”. 

-¿Ésa es una descripción de su relación con el presidente Obama? 

-No. Mi relación con el presidente Obama fue de hecho muy buena, y aún lo es. Es más que personalidades, es el hecho de que una organización militar y el gobierno civil son diferentes culturas. Ése es uno de los desafíos entre los mandos civil y miltar en cualquier país.

 -¿Por qué les pide a sus estudiantes que lean el reportaje que le costó la salida de Afganistán y del ejército? 

-Es para hablar de dos cosas. La primera, los medios de comunicación. No son buenos, no son malos; son la realidad. Son parte del entorno donde vivimos, y son  algo con lo que cada líder debe convivir. La otra parte es muy humana: la situación en la que me encontré fue muy inesperada. En mi carrera podría haber predicho que moriría en combate, o que podría fracasar. Pero nunca habría previsto que sería acusado del tipo de cosas que se implicaban en ese artículo. Fue tan sorpresivo para mí… y fue tan desestabilizador,  de repente estar en esa posición. Los líderes se encuentran en algún momento en una situación en la que tienen que decidir quiénes son. Y no es en el éxito en que descubres quién eres, sino cuando las cosas son difíciles. Cuando estás en las noticias cada cinco minutos y la gente está diciendo cosas de ti que tú crees que son incorrectas, ¿cómo te conduces?  

-¿Le decepcionó que Obama le aceptara la renuncia? 

-Esperaba que la aceptara. Le ofrecí quedarme, le dije que feliz volvía a Afganistán, pero si él pensaba que era lo mejor, estaría satisfecho si él aceptaba mi renuncia. Lo más importante era la misión. No creo que el artículo haya sido justo ni preciso, pero no creí que contestándolo le haría un favor a la misión. Pensé que debía comportarme lo más profesionalmente posible. Había mucha gente mirándome, y sentí que cualquier cosa que hiciera  daría pie para que tomaran nota de una lección. 

En la historia, el nombre de McChrystal quedó asociado a otra polémica: el caso de Pat Tillman, un ídolo del fútbol americano que se enlistó en el ejército tras el 11 de septiembre y murió en 2004 en Afganistán. La versión oficial informó que había sido víctima de fuego enemigo y, con la venia de McChrystal, se le concedió póstumamente la Estrella de Plata. Pero luego se descubrió que Tillman había sido víctima de un incidente de fuego aliado, se acusó a la administración de haber encubierto la verdad con fines propagandísticos, y su familia reaccionó airadamente ante el engaño. En la investigación que siguió a la denuncia, McChrystal fue exculpado de toda responsabilidad. Él dice que está tranquilo con su rol en todo el episodio. “Lamento la pérdida de Pat Tillman; él era un buen soldado. Resiento, y uso esa palabra con cuidado, la controversia que se generó”, explica. “Entiendo el dolor de esa pérdida, y entiendo la preocupación de su familia. Puedo apreciar sus sospechas y sus sentimientos de que quizás ellos no recibieron la información correcta. Pero ésa no era mi responsabilidad, ni siquiera estaba autorizado a hacerlo”, dice. “Pero esto es lo que sé: todos a quienes vi, todas las acciones que presencié tenían la intención de hacer lo correcto”. 

-¿Cuánto ha debido reinventarse como civil, profesor y conferencista? 

-Ha sido mucho menos reinvención de lo que esperaba. No quería ir a trabajar para firmas de defensa o cosas así; quería hacer algo que me importara, y eso es el liderazgo. Así que todo lo que hago gira en torno a la idea de desarrollar líderes. 

-¿Me puede contar sobre Franklin Project? 

-Absolutamente. Fui a una conferencia del Instituto Aspen, el Aspen Ideas Festival, en el verano de 2012. Di una charla y me preguntaron si creía en el servicio militar obligatorio -que no tenemos en Estados Unidos- y dije que sí, creo. Sería bueno, porque tendríamos una mejor representación de la sociedad. Y extendí mi respuesta: dije que lo que realmente creía era que debíamos tener un servicio nacional  para los jóvenes, en que cada uno pudiera servir al menos un año al país. Entonces me pidieron ser el director del Franklin Project para abogar por ese servicio. Y este verano lo lanzamos con el apoyo de los  presidentes George W. Bush y Bill Clinton. Lo que buscamos es apoyo bipartidista al proyecto para hacer que el servicio esté disponible para cada joven en EE.UU., un año con un trabajo remunerado,  con un rango de alternativas que va desde lo militar al trabajo en salud, en conservación, en educación. Cuando has servido, te sientes parte. La idea es ayudar a cambiar las ideas sobre ciudadanía estadounidense al hacerlos parte, hacerlos responsables, a involucrarse por su sociedad, porque creo que hemos perdido algo de eso.

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