Por Diego Zúñiga Septiembre 25, 2013

“Cada vez que vemos un caso de corrupción, para nosotros es una herida profunda, pero no pensando en mí, sino en ese concejal que ha arriesgado la vida. Lo que tenemos que hacer ahora es limpiar la política y recuperar la nobleza y la honestidad”.

Era la vida diaria: salir de casa rodeado de esos hombres que lo iban a acompañar durante todo el día. No podía, de hecho, moverse sin ellos, sin los escoltas que estaban siempre a su lado, que estuvieron durante los 3 años que Francisco Javier López, Patxi López, fue lehendakari -presidente del gobierno vasco-, y que siguen estando hoy, cuando López es el secretario general del Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (PSE-EE) y parlamentario vasco. Escoltas que lo protegían del peligro de un atentado de ETA, que estaba en contra de su gobierno: Patxi López se convertía, en 2009, en el primer lehendakari no nacionalista, alguien que no abogaba por la independencia del País Vasco, pero sí por mejorar su autonomía. Por eso la protección.

“Aunque ahora son cada vez menos, porque en general las escoltas prácticamente han desaparecido del País Vasco”, dice Patxi López en el hall de un hotel del centro de Santiago. La Fundación Salvador Allende lo invitó a un seminario dedicado al ex presidente, que se realizó pocos días antes de que se conmemoraran los 40 años del golpe. Y López, uno de los rostros más importantes del socialismo español, no dudó en venir. Viajó, eso sí, sin escoltas pues, como dice él, el peligro parece haber quedado atrás en el País Vasco después de que el 20 de octubre de 2011 -cuando López aún lehendakari- ETA anunció el cese definitivo de la violencia. 

Ese día, recuerda, estaba en Nueva York. Iba a firmar un convenio con ONU Mujeres. Ese día llegó el anuncio de ETA y él debió volver, rápidamente, de regreso a España.

Había que celebrar el fin de la violencia.

 

LA PAZ, PARA VARIAR

Patxi López tiene 59 años, nació en Portugalete -que pertenece al País Vasco- y habla con un tono pausado. Hijo de un histórico dirigente del socialismo vasco, López ha estado vinculado toda su vida a la política. Una vida, además, marcada por la violencia: la violencia de la dictadura de Franco, la violencia de ETA. Pero él parece un hombre que se hubiera criado en un lugar completamente tranquilo, sin sobresaltos. Habla así, al menos. No exacerba los peligros que implicó el hecho de estar al mando del gobierno del País Vasco. No. Tampoco exalta -en sí mismo- la figura de un político que, de alguna manera, está exponiendo su vida para trabajar. No hay heroísmo, hay realidad, es el trabajo que decidió hacer. Y sabe que la figura de los políticos está completamente deteriorada, cuestionada. Sobre todo ahora que España atraviesa una de sus crisis más duras de los últimos años. Están todos puestos en tela de juicio. Sin embargo, Patxi López habla con entusiasmo sobre el deber de los políticos. Y ese tono tranquilo y pausado se vuelve más hacia adentro cuando habla de los concejales del País Vasco que han muerto en atentados de ETA.

“Cuando se nos acusa de ser gente que llega a la política para enriquecerse, para buscar privilegios, pues yo pienso en esos cientos de concejales de pueblos pequeños de Euskadi que arriesgaron la vida por defender sus ideas e intentar hacer mejor la vida de sus vecinos. Pienso en ellos, en que en el País Vasco llegamos a la política para arriesgar la vida para que otros pudieran hacer política, para que otros también pudieran defender sus ideas”, dice y agrega: “Por eso, cada vez que vemos un caso de corrupción, para nosotros es una herida profunda, pero no pensando en mí, sino en ese concejal que ha arriesgado la vida. Lo que tenemos que hacer ahora es limpiar la política y recuperar la nobleza y la honestidad”.

Patxi López tenía poco más de 15 años cuando ingresó a las Juventudes Sociales de Euskadi. Estudió Ingeniería Industrial, pero abandonó la carrera cuando fue elegido diputado en 1987, con 28 años. 

Ahí empieza, entonces, la carrera política de López, que llega a lo más alto en 2009, cuando decide postularse para competir por la presidencia del gobierno vasco. No era una decisión fácil: desde hace 29 años que gobernaba el Partido Nacionalista Vasco, desde la vuelta de la democracia. Y, además, López estaba consciente de que si asumía el gobierno, su postura contraria a la violencia de ETA podría hacerle correr peligro a él y a su mujer. De hecho, se cambiaron de casa desde el casco antiguo de Bilbao a un departamento en la periferia, más seguro.  Pero estaba convencido. Las encuestas, meses antes de la elección, planteaban un empate técnico, pero él confiaba en que el cambio que significaba su candidatura podía ayudarle. 

Y así fue.

El 5 de mayo de 2009, Patxi López fue investido lehendakari. Y planteó, desde un comienzo, que uno de sus objetivos centrales sería terminar con la violencia producida por ETA. 

Poco más de dos años después, ese 20 de octubre de 2011, llegó el comunicado de ETA. El cese de la violencia.

 

LA MELODÍA DE LA CALLE

La foto lo muestra sentado en el living de su departamento, tocando saxofón. Es la foto que ilustra una entrevista que dio a la revista Rolling Stone, poco antes de convertirse en Lehendakari. Es una entrevista que, de alguna forma, muestra también la otra cara de este político: uno que tiene una página web que actualiza todas las semanas, donde escribe de diversos temas; uno que es fanático de la música, de esos que van a festivales y que han visto tocar a Bruce Springsteen 8 ó 10 veces, que colecciona vinilos y que en su iPod tiene más de 15 mil canciones que lo acompañan en todos sus viajes. Uno que, en vez de citar a historiadores o cientistas políticos, puede lanzar una frase de Bob Dylan o Leonard Cohen para tratar de explicar sus ideas en mitad de un discurso. Uno que le tocó ir a varios conciertos junto a sus escoltas, que a veces llenaban las salas.

Desde esa modernidad se instaló en el gobierno vasco. Y si bien consiguió el objetivo de acabar con la violencia, en 2012, cuando fue a la reelección, no obtuvo los mismos resultados: el Partido Nacionalista Vasco volvió al poder. 

“Fue un momento difícil el de la reelección. Porque vivimos en un escenario de crisis, en el que el Partido Socialista en toda España estaba siendo castigado. Pero, de todas formas, abrimos un camino. Fuimos el primer gobierno no nacionalista en democracia y sabemos que no será el último”, dice convencido. Como también está convencido de que para volver a reencantar a la gente es necesario que los políticos escuchen lo que está ocurriendo en la calle. Tratar de entender por qué la gente se está movilizando. Lo dice, de hecho, porque el día que llegó a Chile le tocó una marcha de los estudiantes.

“Esto debe ser siempre un toque de atención. Porque la protesta, el salir a la calle, forma parte de la democracia y debe ser tomado en cuenta, sobre todo por la izquierda. No debemos hacer oídos sordos aunque a veces nos duela, aunque sea en contra nuestra. No me gustan las protestas que acaban con violencia, pero creo que la izquierda siempre ha formado parte de esas protestas”, dice,  y agrega: “Cuando hay una señal de alarma así y no se le presta atención deriva en otros movimientos o populismos que pueden ser peligrosos”.

Estuvo casi una semana en Chile. En el seminario sobre Salvador Allende destacó la figura del ex presidente como un referente para todos los socialistas y recalcó la necesidad de conectar con las personas.

“Lo que nos ha faltado en España es tener más complicidad con la gente. Debemos luchar por más estado de bienestar, porque nadie es libre si no tiene cubiertas sus necesidades básicas. El Estado tiene que ser capaz de distribuir la riqueza de un país para que no esté sólo en unas pocas manos. Hay que trabajar por eso”, dice. 

Le pregunto si conoce la música chilena de ahora, pero dice que no. Menciona a Víctor Jara, a Inti-Illimani, a Quilapayún. Pide recomendaciones. No pierde nunca esa curiosidad. Y cuando se entera de que Bruce Springsteen va a tocar en Chile un día después de que él se vaya, no lo puede creer.

-¿Pero qué hacemos? ¿Cómo nos quedamos hasta que toque? -le dice a su asesor y se ríe.

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