Por Gonzalo Pavón, desde Londres Octubre 22, 2013

Llegó por primera vez a la Cámara de los Comunes en mayo de 2005, un par de meses antes de cumplir 40 años. En 2010, junto con la victoria de David Cameron, ratificó su asiento en el Parlamento con un 60,8%. Esa votación significó un crecimiento de un 11,4% respecto de la elección anterior, y lo hizo llegar casi 40 puntos más arriba del segundo en carrera. Y es que, para Adam Afriyie, las cuentas que afirman su respaldo electoral son proporcionales a otras cifras que resplandecen en su biografía.

Afriyie milita desde fines de los años 80 en el Partido Conservador. Cuando consiguió su escaño en el Palacio de Westminster fue un logro fuera de lo común: era el primer parlamentario negro en la historia del partido. Pero esa novedad no era exclusivamente lo que lo convertía en un personaje raro en el universo tory. Su cuna está muy lejos del nido arquetípico que encarna su partido. “Crecí en la pobreza, en viviendas sociales en Peckham -barrio que por aquellos años estaba habitado mayoritariamente por obreros blancos-, rodeado por algunas de las urbanizaciones más violentas de Londres. Mi madre es blanca, inglesa, y mi padre ghanés, pero nunca conocí a mi padre hasta que era bastante mayor y mi madre, Gwen, nos crió sola”, recordó. “A veces, se acababa la comida. Sabía lo que era tener hambre”. Además de hablar de su origen, en esa entrevista en el Evening Standard Afriyie expuso un rasgo que según él lo define hasta hoy: “Era un outsider”, dijo. “Cuando me uní a los tories en 1989, era una movida profundamente impopular para alguien de color”. Hoy estos antecedentes son un elocuente complemento de su pública declaración de principios políticos, en donde además de su compromiso con el ideario del partido, habla específicamente de “crear una sociedad meritocrática”.

Antes de entrar de cuerpo entero a la política, el actual representante del electorado de Windsor desarrolló una próspera carrera como empresario. Luego de estudiar en el Imperial College, en 1993 fundó una compañía de IT. Entonces, comenzó a amasar su fortuna, cuyo contorno es más blanco de conjeturas que de claridad. En todo caso, para reducir el margen de la sospecha, él mismo se ha encargado de enmarcar su magnitud. A comienzos de este año, una revista publicó que su patrimonio ascendía a 13 millones de libras esterlinas (poco más de 21 millones de dólares). Estos datos eran falsos, y quien se encargó de enmendar el error fue precisamente Afriyie. El parlamentario tory contactó a la revista en cuestión para aclarar que la suma que habían entregado no era sino una “significativa subestimación”, y que la correcta estaba entre los “50 y 100 millones de libras”.

Ahora bien, no son solamente su historia y su singularidad las que lo han convertido en un personaje destacado en la fauna política británica. La prensa viene afirmando desde hace tiempo, y él consecuentemente negando, que se está preparando para suceder a Cameron. Incluso más. Lo han acusado de toda clase de confabulaciones para sacarlo del camino y quedarse con la preeminencia del Partido Conservador.

EL ÚLTIMO NÚMERO

Alguien que es exitoso en los negocios es por esencia un coleccionador de riesgos, y esa parece ser una cornisa sobre la que Adam Afriyie camina con soltura. Porque si de aventuras se trata, la temeraria y última de sus movidas políticas podría entrar en el campo de la osadía o más derechamente encumbrarse hacia el escarpado camino de la insensatez. El pasado seis de octubre publicó una columna en el Daily Mail cuyas esquirlas no han dejado de crepitar. Sin gritar “fuera abajo”, propuso adelantar el anunciado referendo europeo para octubre del próximo año. “Creo que debiera haber un referéndum sobre la Unión Europea antes de la próxima elección General. Está en nuestro interés nacional resolver este asunto lo antes posible”, escribió. “¿Por qué 2014? -preguntó- el primer ministro dijo que vamos a tener un referéndum en 2017. ¿Por qué esperar hasta entonces? El hecho es que el pueblo británico no está convencido de que habrá finalmente un referéndum si es que esperamos hasta después de la próxima elección”.

La afrenta quedó dispuesta. Como en toda buena polémica, las respuestas llegaron presurosas. De los 147 representantes conservadores elegidos por primera vez en 2010, 140 firmaron una petición para que Afriyie detenga esta peligrosa propuesta. La prensa tampoco quedó impávida. “Perdón, pero ¿en el interés de quién está pensando?”, publicó The Economist en una de sus columnas de opinión. “Al reabrir el debate Adam Afriyie consiguió lo imposible, unir al partido”, fue el sarcástico juicio del conservador The Telegraph.

La salida de este escenario tiene dos puertas. Al otro lado del dintel de una de ellas está el fin de su carrera política, lo que siempre es un evento posible, pero que todavía parece improbable. Tras la otra, hay un guión que lo insta a retroceder los pasos necesarios para reconstituir la confianza. Claro que esta alternativa parece no estar en su papel: el viernes de la semana pasada Afriyie les envió una carta a los 140 en la que explica por qué se mantiene inquebrantable en su posición.

La actual movida de Afriyie pone de relieve uno de los principales cuestionamientos que vienen desde el propio Partido Conservador. La duda emerge de sus hábitos, más cercanos a la City que a Westminster. Cuánto puede importar de su éxito como hombre de negocios a la política, es una transacción cuyo resultado tarde o temprano será conocido. De momento, es sencillo advertir que la impulsividad y el oportunismo no pagan lo mismo en la Bolsa y en las urnas.

Adam Afriyie seguramente anhela ser el sucesor de Cameron. Su atípica biografía para un político conservador podría convertirse en un excelente contenido de campaña, que lo desmarca de la imagen congénita del tory representante de los ricos y la tradición, pero que al mismo tiempo defiende los valores del partido (lo que electoramente es un riesgo, pero de paso sería también un excelente indicador del votante conservador del Reino Unido). Si Afriyie sueña con el número en la puerta de Downing Street, competir para que ese número también sea suyo depende básicamente de él, y muy concretamente, de que aprenda a contar hasta 10.

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