Por Marcelo Veneranda Octubre 30, 2013

Massa aspira a crear una telaraña de apoyos en los municipios de todo el país. Una “liga de intendentes” que contrarreste la ventaja que tendrá en 2015 quien resulte bendecido por la presidenta, que automáticamente sumará el apoyo del grueso de los gobernadores peronistas.

Lunes 28, 1.15 a.m. Lejos de los flashes, en la zona vip del búnker del Frente Renovador, el intendente de Tigre, Sergio Massa, celebra con su círculo íntimo de amigos, empresarios y famosos. Se afanan por decirle que siempre creyeron en lo que acaba de lograr: que, con una alianza de apenas 20 intendentes -cargo equivalente a los alcaldes chilenos-, armada 120 días antes de la elección, sería capaz de derrotar al partido de la presidenta Cristina Kirchner en Buenos Aires, la provincia más importante del país.

“Sigamos adelante, porque si lo logramos en la provincia lo podemos lograr en el país”, responde Massa cuando le pasan un micrófono. Incluso allí, ante sus íntimos, se cuida de no decir las palabras prohibidas: presidencia, 2015, candidatura. Ya las había esquivado tres horas antes, cuando le tocó festejar frente a los medios. Aun así, ya nadie ignora su secreto: desde el domingo, es el dirigente mejor posicionado para llegar a la presidencia en 2015 y desplazar al kirchnerismo del poder.

La paradoja que enfrenta Massa es que los 3,7 millones de votos que cosechó en las urnas, un millón más que el partido del gobierno, no sólo lo colocaron en el centro de la escena política: también lo convertirán en diputado, uno más entre las 257 bancas del Congreso nacional. A cambio, deberá abandonar la Intendencia de Tigre, un distrito turístico identificado con los paseos náuticos del delta del Paraná y los lujosos barrios cerrados, desde donde Massa construyó una imagen asociada a eficiencia en la gestión, a la obsesión por la seguridad y a cierta idea de realización personal: Tigre aparece en las encuestas como el mejor lugar para vivir de la Argentina. Incluso entre habitantes de otras provincias que nunca lo visitaron, pero que saben decir quién es su intendente.

EL PUERTA A PUERTA

Massa cree que su éxito tiene otro secreto: estar, moverse y mostrarse siempre “cerca de la gente”. Lo repite en cada entrevista. También lo dijo en la carpa vip en la madrugada del domingo, cuando no había periodistas a la vista. “Salgamos de acá. Vamos a festejar con la gente. Sean sinceros y agradecidos. Todos afuera”, les indicó a sus invitados. Nadie pensó que se tratara de una sugerencia. La carpa quedó vacía.

El tigrense usó la misma fórmula durante los 120 días que duró la campaña: recorrió tres, cuatro y hasta cinco ciudades por día. Un ritmo agotador, al punto que perdió 10 kilos en la aventura. En cada localidad caminaba al menos una hora entre los vecinos. Más de una vez, ese tiempo apenas alcanzaba para avanzar dos o tres calles, a causa de la cantidad de bonaerenses que se le acercaban para hacerle pedidos, desearle suerte o, lo más común, tomarse una foto con el teléfono celular. “¡Hola, diosa!”, “¡Qué hacés, capo!”, los recibía el tigrense, con abrazos y besos, convencido de que la campaña y la política son eso: contacto, fricción.

No fue un recorrido liviano: dividida en 135 partidos -equivalentes a las comunas chilenas-, que pueden contener a más de una ciudad, la provincia de Buenos Aires es la más extensa del país (tiene casi la mitad de la superficie de Chile) y la más poblada, con unos 15,6 millones de habitantes. Es también el distrito más rico, que concentra el 40% del PIB nacional, a la vez que el más desigual, con niveles de marginalidad y delincuencia alarmantes. Especialmente en la región conocida como el conurbano bonaerense: los 20 partidos, entre ellos Tigre, que rodean a la Capital Federal.

“Las caminatas fueron fundamentales, porque en cada una tuvimos contacto con mil, dos mil vecinos a los que de otra manera no íbamos a llegar”, explica Massa.

FÓRMULA M

Una vez que asuma su banca, tampoco podrá competir en gestión con quienes aspiran a rivalizar con él por la presidencia: el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, kirchnerista; y el jefe de gobierno de la Capital Federal, Mauricio Macri, opositor. Massa tampoco tendrá poder real o directo para cumplir con el fin de la inflación, la inseguridad o el desempleo, sus principales argumentos de campaña. Las expectativas de la gente, que inflamaron su candidatura, podrían también aplastarlo.

Pero Massa tiene un plan para mantenerse asociado a la gestión: lanzará una agencia no gubernamental, desde donde podrá mostrarse trabajando junto a los intendentes de su partido y con la que espera acercar nuevos socios. “La agencia nos va a servir para mostrar en chiquito lo que queremos hacer en grande sobre malnutrición infantil, seguridad y calidad educativa”, adelanta el tigrense.

Esa expansión territorial “en grande” es otro de sus desafíos. Lo dijo el domingo, cuando se proclamó su victoria sobre el kirchnerista Martín Insaurralde, otro joven intendente que la presidenta eligió a imagen y semejanza de Massa, para enfrentarlo. “Los millones de votos que conseguimos nos obligan a cruzar la frontera y a recorrer la Argentina”, prometió, antes que una lluvia de papelitos rojos y amarillos lo tapara todo.

Massa aspira a crear una telaraña de apoyos en los municipios de todo el país. Una “liga de intendentes” que contrarreste la ventaja que tendrá en 2015 quien resulte bendecido por la presidenta, que automáticamente sumará el apoyo del grueso de los gobernadores peronistas. El bonaerense Scioli aspira a ser ese heredero, y para ello viene soportando desde hace años el destrato de los Kirchner, que acuden a él en cada elección por su buena imagen entre los votantes, pero que vuelven a martirizarlo al día siguiente con el retaceo de recursos federales o las críticas de La Cámpora, la agrupación de jóvenes “nacionales y populares” que responde al hijo de la presidenta, Máximo Kirchner.

Massa y Scioli coinciden en un perfil ideológico de centroderecha y estuvieron a punto de aliarse para enfrentar al gobierno en estas elecciones. Scioli, que no puede darse el lujo de enfrentarse al gobierno sin que su administración entre en bancarrota, decidió esperar. Massa, no. Consiguió el apoyo de una veintena de municipios financieramente sólidos y rompió con el kirchnerismo. Hoy sabe que, en el camino a 2015, la dependencia económica hará que muchos de sus futuros aliados sólo se atrevan a romper con el gobierno en los meses previos a la elección. Hasta entonces, lo acompañarán en las sombras.

TIEMPO A FAVOR

Cuando no esté urdiendo alianzas territoriales o arrinconando al gobierno desde los medios, Massa apelará a giras internacionales para dar vuelo a su nombre. A fines de noviembre viajará a Uruguay, Brasil, España e Italia, donde probablemente aprovechará para visitar el Vaticano y al Papa Francisco. Pero se negará a darles la razón a quienes dicen que ya es candidato a presidente hasta último momento, convencido de que quien enfrenta a un gobierno sólo puede hacer “campañas relámpago, porque el otro siempre aguanta más y pega más duro”.

“Sí, la gente empieza a construir en su imaginario a los líderes del futuro, pero recién elige en el momento en que se anuncian las candidaturas y una semana antes de las elecciones”, insiste Massa, apenas sale de la carpa vip. “Mientras tanto voy a estar cerca de la gente, rindiendo examen todos los días”, responde con picardía en la sonrisa y algo de impunidad por la victoria reciente.

No importa si se le cree o no. Si no llega a tener razón, a Massa le sobra, en cambio, tiempo. No ha sido dicho hasta ahora: la figura central de la política argentina tiene sólo 41 años. Si su plan se cumple, será candidato en 2015, con 43. Si fracasa, con esa edad podría intentar ser el gobernador de la provincia más importante del país.

Son las 2 a.m. del lunes. Después de mezclarse con “la gente”, los invitados vip ya volvieron a refugiarse en su carpa o se retiraron. Massa sigue ahí, rodeado de gente que quiere besarlo, abrazarlo, sacarse una foto con él y, sobre todo, decirle que va a ser el próximo presidente. Les sonríe, los toca. Sabe que la política es eso, contacto, fricción. También desgaste. Y que le sobra el tiempo.

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