Qué se puede encontrar en Portland: barbas, bandas, strip clubs, bicicletas, puentes, pollos, fanáticos del fútbol (sí, del nuestro) y muchas microcervecerías.
Hay algo de orgullo en los que viven en Portland. Algo de una actitud que dice: “Sí, podría vivir en Manhattan, Los Ángeles o San Francisco, pero no necesito todo eso”. Lo que sí necesita, diría este portlandés hipotético y adoptado (gran parte de la gente que vive aquí viene de otras ciudades), es una bicicleta, un buen café y libros. Y todas esas necesidades acá están cubiertas.
Especialmente la última. Algo que comparten los locales y los turistas por igual es el amor confeso por Powell’s Books (www.powells.com), una librería que necesita de un mapa para ser navegada. Sus 6.300 metros cuadrados de estanterías con libros nuevos y usados son un excelente punto de partida para conocer la ciudad. O conocer de lo que sea (ojo, que para quien busca libros científicos, hay que cruzar al otro lado de la calle, porque no cupieron en el edificio principal). Muchas personas llegan del aeropuerto directo a este local. Y, ya en Powell’s, vale la pena buscar un pequeño y barato libro llamado This is Portland. Por sólo US$ 5, Alexander Barrett (uno de esos portlandeses por adopción) explica, luego de vivir un año en la ciudad, lo que es para él este lugar, lo que se puede encontrar en la Ciudad de las Rosas, el Pueblo de los Puentes o el Pequeño Beirut, como alguna vez lo bautizaron asesores de George Bush padre, refiriéndose a lo mucho que despreciaban al ex presidente en esta liberal urbe.
Barrett habla de que, efectivamente, es la mejor ciudad del mundo. Hasta que llueve. Porque llueve, llueve y llueve. Para sobrevivir lo ideal sería tener una capa de agua o un impermeable, pero esto no es precisamente parte del ropero de los hipsters que abundan en la ciudad. “¿Cómo se mantiene cool la gente en la lluvia? Simplemente se mojan”, dice Barrett, quien luego continúa enumerando lo que se puede encontrar en Portland: barbas, bandas, strip clubs (es la ciudad con más locales de este tipo per cápita en Estados Unidos), bicicletas, puentes, pollos (la gente los cría en sus jardines), fanáticos del fútbol (sí, del nuestro, no del americano) y muchas microcervecerías.
En cada cuadra parece haber una sorpresa. Si pasas la pequeña Chinatown, te encuentras con un local de flippers, pero que es sólo para mayores de 18 años. Ground Kontrol Classic Arcade (groundkontrol.com) fue la idea de un grupo de amigos que decidieron poner un bar con los pinballs, Street Fighters y Pac-mans que habían coleccionado por años.
Al cruzar el puente Morrison y avanzar un par de cuadras, aparece la cerveceríaCascade (www.cascadebrewingbarrelhouse.com), especializada en sour beers, cervezas ácidas. O Lucky Labrador (luckylab.com), una cervecería donde, haciendo honor a su nombre, los perros están permitidos y la gente suele llegar con sus mascotas. De vuelta en Powell’s, si se camina en dirección al Oeste, está el Ace (www.acehotel.com), un hotel diseñado por y para hipsters, que incluye murallas pintadas por diseñadores, tocadiscos en las habitaciones y bicicletas para los huéspedes.
Pero hay algunas cosas que son difíciles de encontrar en esta ciudad. Por ejemplo, a alguien que no tenga un tatuaje en alguna parte de su cuerpo. O bolsas de plástico. Portland fue una de las primeras ciudades del mundo en prohibirlas por su efecto sobre el medioambiente, hace ya algo más de dos años. Tampoco es fácil encontrar gente tocando bocinas. Los automovilistas estresados parecen haberse quedado en las autopistas. Acá las bicicletas son las que mandan -son especialmente recomendables los tours en bicicleta, además de las tiendas con todo tipo de accesorios para las mismas- y se dice que para un automovilista portlandés un Ceda el Paso equivale al signo Pare del resto del mundo. Tampoco es fácil encontrar uno de esos cines con diez o doce salas. Lo que se estila acá son más bien pequeños teatros, con dos o tres películas, entradas a tres dólares, pizza y cervezas.
Pero hay otra cosa que es difícil de encontrar en Portland: comida rápida. O al menos comida rápida tradicional. Éste no es el reino de los McDonald’s ni de los KFC. Aquí mandan los carros. Hay manzanas enteras de ellos, que venden café, comida iraquí, popcorn gourmet, bagels o hamburguesas de autor. La historia de estos food carts, que se ha dado en varias ciudades de EE.UU., da como para un estudio de caso: cuando partieron los primeros, los restaurantes tradicionales batallaron duramente contra ellos, tratando de aumentar las regulaciones. Sin embargo, poco a poco empezaron a darse cuenta de que atraían a foodies de todo el país y más allá, y los comenzaron a aceptar. Incluso algunos dueños de restaurantes han puesto sus carros, mientras que algunos carros han logrado abrir sus restaurantes. Saber cuál es el mejor es una prueba complicada, por lo que muchas veces la gente confía en la fila más larga y también está el sitio Foodcartsportland.com.
De los restaurantes sin ruedas, hay dos que vale la pena mencionar. El primero es Voodoo Doughnut (voodoodoughnut.com), donde llevan a este clásico estadounidense hasta el límite. Algunas de las donas más pedidas son la de tocino y glaseado de miel de arce, otras con galletas Oreos, cereales y una “mexicana”, con polvo de pimienta cayena. El problema es que hay que tener paciencia: hacer la fila puede tardar horas. De hecho, los locales casi ya no van.
Un lugar que los turistas aún no descubren es Salt & Straw, que hace con el helado lo que hizo Voodoo Doughnut con las donas. Allí, sabores tradicionales como el chocolate y la vainilla conviven con otros, como papa dulce y nuez pecana, o pera y queso azul. No suena bien, es verdad, pero saben excelente. Estos locales son el resumen de lo que se ha transformado en uno de los eslóganes de la ciudad: el “Keep Portland Weird” (“Mantén a Portland rara”). Este mantra, que se ve en murallas y stickers en todos lados, para algunos ha pasado a ser un cliché. Por eso, cuando se les comenta a algunos locales sobre la serie de televisión Portlandia, reaccionan con distancia. Otros, mientras tanto, siguen cruzando los puentes de Portland en sus uniciclos, camino a su trabajo en una cervecería o una tienda de ropa usada.