En enero de 2009, Ban Ki-moon preguntó a Muñoz si estaría dispuesto a liderar una investigación sobre el asesinato de Benazir Bhutto. “Llamé a la presidenta Bachelet convencido de que me iba a sugerir que mejor no aceptara, pero me alentó, me dijo que era un honor para Chile”.
“El gobierno de Musharraf sabía que Bhutto estaba en la mira de los terroristas talibanes y de Al Qaeda y no le otorgó la seguridad a la que ella tenía derecho como ex primera ministra y candidata. La seguridad de Bhutto tampoco la protegió eficientemente”, concluye Muñoz.
En su libro, Heraldo Muñoz señala varios probables autores del crimen. No obstante concluye que las personas detrás de la conspiración nunca podrán encontrarse.
A principios de los 90, en pleno gobierno de Patricio Aylwin, el entonces embajador de Chile ante la Organización de los Estados Americanos (OEA), Heraldo Muñoz, fue invitado a exponer a un seminario sobre las transiciones a la democracia, en Washington. En la testera, se sentó a su lado una bella mujer de ojos grandes con un velo blanco sobre su cabeza. Era la primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto, quien en ese momento, con 35 años, lideraba un proceso democrático en su país. Ese mismo año, además, la revista People la había incluido en la lista de las 50 personalidades más bellas del mundo. “Era la gran estrella del evento, la primera mujer que ocupaba el cargo de jefe de gobierno en el mundo musulmán”, recuerda Muñoz.
Luego que el moderador presentara a Muñoz, Bhutto le dijo al oído: “Mi padre (Zulfikar Ali Bhutto) y yo admirábamos mucho a Salvador Allende y sabemos que Estados Unidos complotó con la derecha en Chile para derrocarlo”. El embajador chileno -quien hace un par de semanas estuvo en Santiago- le agradeció el comentario.
La tarde del 27 de diciembre de 2007, después de un acto de campaña en el parque Liaquat National Bagh de Rawalpindi, al sur de Islamabad, Bhutto fue atacada con disparos por un adolescente suicida de 16 años que posteriormente detonó una bomba, causando la muerte de 38 personas. La líder del opositor Partido Popular de Pakistán (centroizquierda), quien estaba en campaña de cara a las elecciones de enero de 2008, murió camino al hospital de Rawalpindi. Tenía 54 años y la elección prácticamente ganada, según las encuestas.
En un país militarizado, donde Osama bin Laden encontró refugio, Bhutto prometía democracia y control total del aparato de seguridad y del Ejército.
EL LLAMADO DE BAN KI-MOON
En enero de 2009, Muñoz, entonces embajador de Chile ante Naciones Unidas, se encontraba de vacaciones junto a su familia en Valdivia, cuando recibió una sorpresiva llamada del jefe de gabinete del secretario general, Ban Ki-moon, quien le consultó si estaría dispuesto a encabezar una comisión investigadora del asesinato de Bhutto, ocurrido dos años antes. En ese momento existían muchas dudas y falta de información sobre su muerte, por ello el asesor de Ban Ki-moon le precisó que su tarea sería emitir un informe sobre los hechos y circunstancias del asesinato y no un juicio de culpabilidad.
“Me sorprendió mucho la petición, ya que es muy inusual que se le solicite eso a un embajador en ejercicio. Generalmente, la ONU recurre a ex primeros ministros, ex cancilleres y ex embajadores”, cuenta Muñoz, quien pidió 24 horas para consultarle a la presidenta Michelle Bachelet.
“Llamé a la presidenta convencido de que ella me iba a sugerir que mejor no aceptara, pero me pasó lo contrario, me alentó, me dijo que era un honor para Chile y un reconocimiento personal… Inmediatamente después avisé que aceptaba”, recuerda hoy Muñoz, quien en ese momento no imaginó los problemas que se iba a encontrar en el camino.
Tiempo después le comentaron que lo habían llamado a él porque había presidido -cuando integró el Consejo de Seguridad de la ONU- el Comité de Sanciones contra Al Qaeda y los talibanes, pero lo más importante, porque Chile no tenía intereses en juego con Pakistán, país al que una vez la ex secretaria de Estado de EE.UU. Madeleine Albright calificó como el más peligroso del planeta.
En reserva, Muñoz comenzó el trabajo en mayo de 2009 -junto a dos comisionados (un ex ministro de Justicia de Indonesia y un ex jefe de la policía de Irlanda) y un equipo de investigadores, abogados, periodistas y agentes de seguridad-, recogiendo antecedentes que años después lo motivaron a resumirlos en un libro titulado Getting Away with Murder, donde revela aspectos desconocidos del asesinato que conmovió al mundo y que fue presentado el miércoles por Lally Weymouth, editora senior de The Washington Post, y Susan Segal, presidenta de Americas Society de Nueva York. “Este libro está dedicado a mi familia y al pueblo pakistaní, que es un pueblo culto, cuya elite conoce muy bien al mundo y que me acogió con afecto y con el cual quedé muy encariñado”, dice Muñoz, quien actualmente se desempeña como director del PNUD para América Latina y el Caribe.
Muñoz explica que la familia de Bhutto es como la familia Kennedy en Estados Unidos: “Hay una foto en el libro donde aparece toda la familia, pero hoy todos están muertos, menos una hermana que nunca se quiso meter en política. Todos han muerto bajo circunstancias sospechosas, incluyendo sus dos hermanos menores”.
Sobre la protagonista del libro, dice que al momento de su muerte “era una de las grandes figuras de la política mundial: una mujer polémica, odiada por los extremistas religiosos por ser mujer, modernista y líder política, pero muy querida por el pueblo, que reaccionó a su asesinato con fuertes desórdenes en todo el país”, agrega.
LAS PRIMERAS DIFICULTADES
Su primera visita a Pakistán fue en julio de 2009. En su libro, Muñoz cuenta que antes de partir de Nueva York, un miembro de su equipo le informó que su correo personal -donde estaba la agenda de trabajo- había sido hackeado, por lo que le recomiendan suspender la visita, lo cual no aceptó.
En su primera escala en Dubái, Emiratos Árabes, el Departamento de Seguridad de Naciones Unidas se le acercó en el aeropuerto para advertirle que al llegar a Islamabad (capital de Pakistán) se mantuviera en la llamada zona roja, que era el espacio de seguridad. “Agradecí la sugerencia, pero les respondí que era imposible, porque lo primero que tenía que hacer, después de reunirme con el presidente Asif Ali Zardari, era ir al lugar del crimen en Rawalpindi, que es algo así como ir a San Bernardo desde Santiago. En ese momento, recién comencé a sopesar lo compleja que era esta misión”, recuerda.
En el libro se consigna un artículo en The Guardian que así resumía la primera visita de la comitiva de Naciones Unidas: “Las tres personas se encontrarán sumergidas en una obra tenebrosa de teorías conspirativas, política del poder y agendas en conflicto”.
Al llegar, Muñoz y su equipo se encontraron con otra sorpresa: “Por motivos de seguridad no podíamos alojar en hoteles, nos llevaron a una residencia de seguridad para altos funcionarios de la provincia de Sindh. Al llegar, de lo primero que me percato es que el cocinero de la casa tenía nuestra agenda detallada hora por hora, lo que me pareció insólito, ya que se suponía era secreta”.
Al día siguiente, la delegación intentó confundir a la prensa y a quienes les pudieran hacer daño y pusieron en el programa que partirían en la tarde en helicóptero a la zona del asesinato. Sin embargo, partieron en una caravana de autos a las 5 de la mañana. “A esa hora había muy poca gente en las calles y avanzamos muy rápido, pero al llegar divisé a lo lejos a un gran grupo de personas. La policía había bloqueado todo acceso a dos cuadras. El comisionado irlandés me dice: ‘Heraldo, son periodistas’. Efectivamente había fotógrafos, camarógrafos, esperándonos en el lugar, es decir, estábamos completamente filtrados (…) Cuando visité secretamente al jefe del Ejército, el general Kayani, pasó lo mismo: al día siguiente apareció en la prensa”.
PIEZA CLAVE
Tras 250 entrevistas y cuatro visitas a Pakistán -en que la seguridad local muchas veces fue insuficiente- y varias a otros países, llegó el momento de redactar el informe y entregarlo al secretario general.
Aunque no es concluyente, entrega detalles que rodearon la muerte de Bhutto y que hoy están siendo utilizados por los tribunales pakistaníes, que tienen bajo arresto domiciliario al entonces presidente y jefe del Ejército de Pakistán Pervez Musharraf. No obstante, Muñoz afirma que “nunca vamos a saber con certeza quién cometió el asesinato, porque hay muchos que querían liberarse de ella y muchos más que hoy quieren dar vuelta la página”.
-¿Por qué nunca se podrá llegar a la verdad?
-La policía local de Rawalpindi, por orden de su comisario, Saud Aziz, manguereó el lugar del asesinato destruyendo cualquier prueba forense. La policía encontró 23 piezas tras el episodio, mientras Scotland Yard nos aseguró que tras un bombazo de ese tamaño tendría que haber miles de piezas de pruebas. Permanentemente la policía obstaculizó la investigación.
Por ello, en su libro compara el crimen con la obra teatral de Lope de Vega Fuenteovejuna. “El gobierno de Musharraf sabía que Bhutto estaba en la mira de los terroristas talibanes liderados por Baitulá Mehsud y de Al Qaeda y no le otorgó la seguridad a la que ella tenía derecho como ex primera ministra y candidata. La seguridad de Bhutto tampoco la protegió eficientemente. Fue Fuenteovejuna quien la mató”, concluye Muñoz.
Las teorías conspirativas también involucraron al esposo de Bhutto, Asif Ali Zardari (quien fue presidente hasta agosto de 2013), a quien apodaban “Mister 10%” porque supuestamente cobraba coima a todas las empresas extranjeras que se instalaban en Pakistán, aunque en su libro Muñoz descarta esa posibilidad. “No hay evidencia al respecto, y Zardari habría tenido mejores oportunidades de cometer el asesinato que en un parque frente a miles de personas y con resultado incierto”, señala.
Muñoz dice que el crimen está lleno de ironías: “Una de ellas, por ejemplo, es que exactamente en el mismo parque de Rawalpindi donde mataron a Benazir, murió asesinado a balazos el primer ministro Liaquat Ali Khan en 1951, cuando pronunciaba un discurso en una concentración política, y hasta hoy hay polémica sobre quién estuvo detrás de ese asesinato”.
El informe de la ONU fue una pieza clave para que los tribunales abrieran una investigación antiterrorista contra Musharraf, a quien le congelaron todos sus bienes, y en estos momentos se encuentra bajo arresto domiciliario y siendo juzgado por el asesinato.
El ex ministro del gobierno de Lagos no tiene en sus planes lanzar su libro en Pakistán, pero no descarta hacerlo en Chile. “Si bien éste es un país lejano a Chile, Pakistán tiene embajada en Santiago, y en algún momento hubo un gran proyecto del grupo Luksic de entrar con una inversión minera”, cuenta, advirtiendo que Pakistán es un país al que Chile le debería prestar más atención.