Por Juan Pablo Garnham Febrero 13, 2014

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“La productividad es un gran problema hoy en Dinamarca. Ellos se defienden diciendo que cuando trabajan lo hacen intensamente. Eso  es verdad hasta cierto punto, pero su productividad no es la mejor”.

Michael Booth lo reconoce.  Cuando conoció a su mujer, danesa, poco sabía de los países nórdicos. “Era increíblemente ignorante al respecto”, dice el periodista inglés, colaborador de la revista Monocle. Y cuando se mudó a Copenhague, en 2000, comenzó el aprendizaje que hoy lo tiene como referente para hablar del “milagro escandinavo”. “Lo primero que me llamó la atención en ese entonces era que los ingleses asumíamos que todos eran el mismo tipo, personas homogéneas, vikingos de barbas largas y chalecos de lana”, dice Booth desde su casa en la capital danesa, “mientras más viví acá, más entendí sus diferencias. Ése fue el punto de partida para el libro”.

El libro del que Booth habla se llama The Almost Nearly Perfect People (que se podría traducir como “La gente casi casi perfecta”) y ha cosechado excelentes críticas en los países nórdicos. Pero lo que lo transformó en un fenómeno fue una columna que el mismo Booth publicó en The Guardian hace dos semanas y que ha sido leída por más de un millón de personas y comentada casi tres mil veces. “Fue deliberadamente provocativa y algo extrema, pero lo que quería hacer es despertar a la gente de este trance escandinavo en el que están”, explica Booth, “el libro obviamente es algo más complejo y con más grises”.

En su columna, el inglés se refirió a las contradicciones de estas sociedades. “Toma a los daneses, por ejemplo. Es verdad, dicen ser la gente más feliz del mundo, pero ¿por qué no mencionan que son segundos, después de Islandia, en el consumo de antidepresivos?”, escribió Booth.  También se refirió a la xenofobia en Noruega, al alto índice de alcoholismo y homicidios en Finlandia y a la falta de diversidad política en Suecia, entre otros temas. Los daneses son cuartos en huella de carbono en el mundo y la desigualdad está aumentando; la educación finlandesa ha caído en los rankings PISA y la “neutral” Suecia es uno de los mayores exportadores de armas en el mundo. “Como el dealer que nunca toca su propia mercancía, los noruegos se vanaglorian de usar sólo energías renovables, mientras amasan la mayor fortuna soberana vendiéndonos combustibles fósiles”, continuó Booth.

-En The Guardian usted fue especialmente crítico. Pero ¿hay cosas que envidie de estas sociedades?
-Sí, por supuesto, en el libro hablo de lo que podemos aprender de ellos. Por ejemplo, en Dinamarca tienen los más altos niveles de confianza en el mundo y la cohesión social es muy fuerte en estos países. Pertenecen a clubes y agrupaciones y hacen mucho trabajo voluntario, algo que rompe las barreras entre clases sociales. Esto es un gran problema en Inglaterra, desde donde vengo. Los suecos y los fineses tienen niveles extremadamente altos de igualdad de género, algo especialmente impresionante en Finlandia. Además, tienen altos niveles de igualdad económica, y si hay algo fundamental para la felicidad de una sociedad es que la brecha entre ricos y pobres sea baja.

Para su libro, Booth entrevistó a etnógrafos, sociólogos, políticos y economistas de los cinco países nórdicos, lo que sumó a su experiencia viviendo y escribiendo por una década en esa zona. En el camino, se encontró con que muchos de los aspectos positivos tienen sus lados más oscuros, como es el caso de la igualdad, que radica también en los impuestos más altos del mundo. “Una de las cosas que más me gustan es el equilibrio entre vida y trabajo. La gente no vive para trabajar. De hecho, los daneses tienen un pequeño problema al respecto, porque trabajan menos horas que casi todos en el mundo”, dice Booth.

-¿Esto se traduce en bajos niveles de productividad? En Chile se dice que trabajamos muchas horas, pero que somos poco productivos...
-Sí, la productividad es un gran problema hoy en Dinamarca. Ellos se defienden, diciendo que cuando trabajan lo hacen intensamente. Es verdad hasta cierto punto, pero el hecho es que su productividad no es la mejor. Entrevisté a investigadores de un centro de estudios que analizaron el trabajo de los noruegos. Midieron qué hacían cada 15 minutos y descubrieron que no siempre trabajaban. Tenían que ir a la peluquería, al colegio de los niños o se sentían mal. Así que es algo mentiroso.

-Algo que se destaca acá, al hablar de los países escandinavos, es la actitud positiva que tuvieron al recibir a los exiliados chilenos. ¿Aún tienen esa postura?
-Hay diferencias radicales entre países. Por un lado, Suecia ha dicho que aceptará a todos los refugiados sirios que quieran venir al país. Pero, por otro, Noruega el año pasado fue el país récord en rechazo de peticiones de asilo. Hay grandes contrastes. Por otra parte, Noruega es el mayor donador de fondos humanitarios en el mundo. Dan mucho dinero, pero no quieren lidiar con estos temas en su tierra.

MODALES E IMPUESTOS

La crisis económica ha tocado de manera distinta a cada uno de los estados de bienestar escandinavos y Michael Booth lo vivió en carne propia con su hijo. Mientras Suecia se ha visto protegida gracias a las defensas que crearon en los 90, cuando tuvieron una crisis bancaria, y Noruega se ha blindado con el precio del petróleo, en Dinamarca la situación es más compleja. “Están cerrando hospitales y peleando con los profesores para que trabajen más horas”, dice Booth, “cuando llevé a mi hijo a la urgencia recientemente, me dijeron que tenía que pedir una hora”.

-¿Qué aspectos no envidia para nada de estos países?
-Puede ser una perspectiva muy inglesa, pero los modales. Nosotros tenemos formas algo barrocas y extrañas en este sentido, y cuando vienes a Escandinavia ellos son más directos, fríos, casi agresivos. Te pegan un codazo para que te muevas y sin siquiera decir disculpe. Otra cosa es que tienen los niveles más altos de impuestos. Dependiendo de tu posición política, dar más de la mitad de lo que ganas a un gobierno socialdemócrata puede ser difícil.

-Los escandinavos tienen los niveles más altos de lectura y comprensión de inglés en el mundo, obviamente fuera de los países de habla inglesa. ¿Cómo fue la reacción a su libro y a la columna en The Guardian?
-El libro salió en octubre en danés y fue muy bien recibido. Lo divertido fue que cuando comencé a hablar de los daneses en el escenario internacional, como en The Guardian, ahí se molestaron un poco. Lo interesante es que cada país reaccionó siguiendo el estereotipo que tienen de ellos mismos. Los finlandeses fueron muy cool, se lo tomaron con ese humor seco que tienen. Los suecos, que son más rígidos, tuvieron una actitud de “aquí vamos de nuevo”. A los noruegos les molestó mucho. No les gusta que los provoques. Ayer tuve que escribir una columna en un diario de allá. Ha sido muy loco.

-Es común escuchar a políticos y otros líderes hablando de modelos de desarrollo, de educación, de salud y muchas veces los países escandinavos son la referencia. ¿Le ha hecho más crítico, en esta línea, el proceso de escribir este libro?
-Absolutamente. Lo que descubrí es que Suecia está donde está, y Dinamarca está donde está, fruto de su historia. Los cambios y las estructuras sociales no se pueden imponer en otros países como una plantilla. Cuando David Cameron habla de que el Reino Unido debería ser más como Suecia, claro, en un sentido sí, pero en realidad no es tan fácil. No puedes doblar los impuestos de un día para otro y cambiar el sistema de salud. La cultura es radicalmente distinta, pero hay lecciones en cuanto a la cohesión social, la confianza y la igualdad. Eso se aplica en cualquier lado. Las estructuras políticas y del sector público, eso es difícil de exportar.

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