Por Nicolás Alonso Abril 24, 2014

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Tras la retirada de España, en 1976 los saharauis proclamaron la República Árabe Saharaui Democrática, y el Frente Polisario comenzó una  sangrienta guerra de guerrillas contra Marruecos que duraría 16 años.

En 2010, 30 mil saharauis instalaron un campamento en la zona de El Aaiún, dominada por Marruecos, como señal de protesta. Tras resistir un mes en el lugar, fueron desalojados, generando atención mundial, en lo que muchos analistas consideran el primer antecedente de la Primavera Árabe.

En los segundos que siguieron al estruendo de la tierra, el documentalista chileno Tito González sólo vio polvo, muchísimo polvo, chispas y trozos de metal que volaban. No oyó gritos, sólo un zumbido fuertísimo en los oídos, multiplicado por el pesado vacío del desierto.

En ese estupor, recordó de golpe que todo el camino, desde que habían abandonado la zona dominada por los rebeldes saharauis y se habían internado en un jeep por la frontera entre Marruecos y Mauritania, él había ido sentado sobre un galón de 40 litros de bencina. El vehículo ahora estaba destrozado, enterrado en el pozo que había dejado la explosión de una mina antitanque, y él sólo atinó a salir arrastrándose por la arena. Luego se echó a correr.

Lo pararon los gritos de los cinco soldados saharauis, la escolta que los había acompañado en el tramo final del rodaje, atravesando 1.700 kilómetros por el Este del gran muro que parte el desierto, en el territorio dominado por el pueblo nómade del Sahara Occidental. Se dio la vuelta.

-¡No te muevas! -oyó que le gritaban en un español arabizado.

No se movió. Miró el piso. Entendió que estaba en medio de un campo minado.

LA ÚLTIMA COLONIA
Desde el principio, Tito González, artista visual radicado en Francia, entendió que no sería un viaje fácil. Había conocido a los saharauis -y al Frente Polisario, su movimiento de liberación nacional frente a la ocupación marroquí desde hace 38 años- al ser invitado como curador a una muestra de arte dedicada a Neruda en los campos de refugiados de Tinduf, en el sur de Argelia. En ese lugar, más de 100 mil refugiados saharauis viven de forma precaria, con escasez de alimentos, un 30% de desnutrición infantil, y separados de sus familiares que quedaron en el territorio ocupado. Un gran muro de 2.720 kilómetros, levantado por Marruecos en 1980, y vigilado por cien mil soldados, impone la frontera. Millones de minas antipersonales, legado de 16 años de guerra entre saharauis y marroquíes, completan el paisaje de lo que la ONU formalmente considera un territorio no autónomo, con su descolonización pendiente.

El conflicto comenzó en 1975, cuando el Sahara Occidental -un territorio de 266 mil kilómetros cuadrados, ubicado entre medio de Marruecos y Mauritania- aún era una colonia española, en manos de un debilitado régimen franquista. La ONU, poco antes, había comenzado a presionar a España para que respetase la autodeterminación de los saharauis, y habían acordado un referéndum para iniciar su descolonización. Fue en ese lapso que el rey Hasán II de Marruecos -quien consideraba ese territorio marroquí, por los lazos comerciales que habían tenido con los nómades- inició su famosa “Marcha Verde”, una procesión de 350 mil civiles que entró sin oposición en las ciudades del Sahara Español, y abrió la puerta para la inmediata invasión de 25 mil soldados. El Frente Polisario, que había nacido tres años antes para buscar la independencia frente a España, esperaba que ésta resistiera a la invasión, pero poco después el país europeo ya había firmado un acuerdo de administración tripartita -con retribuciones económicas- con Marruecos y Mauritania, que fue objetado por la ONU, que nunca las reconoció como potencias administradoras.

Omar Mansour, de 59 años, es uno de los hombres fuertes de la lucha saharaui. Es el representante del Frente Polisario en Francia, país aliado de Marruecos, fue ministro de Transporte, y ha sido diplomático en media docena de países. Cuenta que lo sorprendió la “Marcha Verde” en Madrid, en donde estudiaba, como muchos jóvenes saharauis de la época, para ser abogado. Al igual que todos, abandonó los estudios para unirse a la lucha armada. “Al principio, las fuerzas españolas parecían querer enfrentar la marcha, pero después recibieron órdenes de retirarse sigilosamente, sin hacer ruido. Ahí se consumó la venta del pueblo saharaui. Marruecos y España consideraban que no íbamos a poder resistir. Creían que sería un paseíto de semanas, y se convirtió en una pesadilla de 38 años”, dice Mansour. “Y todavía no ha terminado”.

Ese mismo año, el tribunal de La Haya dictaminó que, pese a existir algunos antecedentes de subordinación histórica de las tribus del Sahara Occidental hacia Marruecos y Mauritania, no bastaban para establecer soberanía sobre el territorio, ni para revocar el derecho de autodeterminación. La invasión, sin embargo, estaba consolidada, y se cristalizó con la retirada total de España en 1976. Los saharauis, dejados a su suerte, se proclamaron la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y el Frente Polisario comenzó una sangrienta guerra de guerrillas contra Marruecos que duraría 16 años -Mauritania participó sólo dos-. Entre otras atrocidades, incluiría la denuncia saharaui de bombardeos marroquíes con napalm y fósforo blanco, y entre 10 y 15 mil muertos entre ambos bandos.

El cese al fuego -conseguido en 1991 por la mediación de la ONU-, comprometió a las partes a un nuevo referéndum a realizarse en 1992. Marruecos exigía que se contara en el censo a los habitantes postinvasión; la RASD, que decidieran los saharauis censados en 1974. El referéndum nunca fue llevado a cabo, y los saharauis, que dicen ser reconocidos como nación por más de 80 países, aunque las autoridades marroquíes reducen ese número a menos de 30, quedaron confinados en parte en los campos de refugiados, y en parte en el territorio ocupado. Hoy los dos países se acusan entre sí de violar los derechos humanos.

Entre ambos, un enorme muro parte el desierto.


Éstas son algunas de las imágenes tomadas por Tito González para “El desierto del desierto”

FUEGO JUNTO AL MURO
La idea del documental era atravesar de principio a fin el territorio liberado por los saharauis en el desierto, viajando por el costado del muro marroquí, pasar por la frontera entre Marruecos y Mauritania, y salir al Océano Atlántico. El objetivo del artista visual Tito González era dar a conocer el drama de los postergados habitantes del desierto, y realizar una especie de gesto poético. Pero ante todo era una empresa extremadamente peligrosa.

Chileno, hijo de exiliados en Francia, González había viajado a montar la exposición de Neruda en 2013 a los campos de refugiados, y se había conmovido con la realidad de los saharauis, ese excéntrico pueblo de nómades confinados, musulmanes e hispanoparlantes. Tras recolectar en conjunto con el documentalista brasileño Samir Abujamra 15 mil dólares en donaciones, decidieron volver para llevar a cabo el rodaje. Tenían un par de cámaras, el apoyo del Frente Polisario, y un nombre para la película: “El desierto del desierto”.

“Éramos conscientes del riesgo. Antes de partir habíamos hablado de lo de las minas, y todo el tiempo las autoridades locales nos decían que era peligroso”, dice González. “En el último tramo íbamos vestidos con turbantes para que no vieran que éramos extranjeros”.

Iban en dos Toyota Land Cruiser. En el primero, cinco hombres armados con fusiles AK-47 del Frente Polisario; en el de atrás, los dos sudamericanos, un chofer y un traductor. En el trayecto, a la sombra del muro y sus vigilantes, registraron a los empobrecidos saharauis del desierto, que no hablan español, porque no fueron al colegio. Durmieron casi siempre en puestos militares, y la última noche en pleno desierto, en una zona llamada Sbalet, antes de emprender los últimos 300 km de frontera. Estaban nerviosos. Sabían que los 30 km finales, un pasadizo donde el muro llega a separarse apenas por una decena de cuadras de la frontera de Mauritania, es tierra de nadie.

Cuando lograron pasar el último poblado de contrabandistas del Sahara -donde, cuenta González, puñados de hombres de rostro duro desmontaban BMW franceses en pleno desierto-, estaban seguros de que podrían llegar al mar, que, según sus mapas, sólo estaba 800 metros más adelante.

Ahí acabó el viaje.

Caminaron por las huellas del auto, confundidos y arrastrando al chofer, herido con un trozo de fierro incrustado en la pierna, tratando de concentrarse para no pisar otra mina. Todos habían sobrevivido, probablemente porque la mina antitanque tenía más de tres décadas de antigüedad. Tito alcanzó a ver el capó del Jeep, donde tenía instalada una de sus cámaras, tirado a 20 metros del auto destrozado. Siguieron filmando con un iPhone.

Actualmente los documentalistas están en proceso de posproducción de la película. Una de las últimas imágenes que registraron el día del accidente, antes de emprender un regreso a toda velocidad por pleno desierto, ocho hombres amontonados en un solo Jeep y con un herido a bordo, la protagoniza el jefe militar de la expedición, Filale Mohamed Salem.

Vestido con una túnica café y un turbante verde, el robusto hombre se arrodilla y toca con su frente el suelo. Reza para agradecer estar otro día vivo.

En la mejilla tiene un perfecto agujero de bala, de una guerra que nunca terminó del todo.

LA BATALLA DIPLOMÁTICA
Las autoridades del Frente Polisario creen que el documental de González puede ser un aporte en el intento por terminar de sacar del olvido el conflicto saharaui a nivel mundial. “Tito tendrá la labor de dar a conocer la realidad a la que se enfrenta este pueblo y la crueldad en la que vive a causa de una ocupación ilegal”, dice Jadidja Hamdi, ministra de Cultura saharaui y una de las cabezas de las RASD. “Somos un pueblo ignorado, un pueblo silenciado. A través de iniciativas como ésta se hace llegar la voz del pueblo saharaui a otros rincones del mundo”.

En los últimos años la causa tuvo un fuerte renacer. Luego de dos décadas de tensión creciente, y múltiples acusaciones entre ambos bandos de violaciones a los DD.HH., en 2010 30 mil saharauis instalaron un gran campamento en la zona de El Aaiún, dominada por Marruecos, como señal de protesta. Tras resistir un mes en el lugar, fueron violentamente desalojados, generando atención mundial, en lo que muchos analistas consideran el primer antecedente de la Primavera Árabe. Un grupo de 25 saharauis fueron condenados a penas de cárcel, varios de ellos a cadena perpetua, por su presunta participación en la muerte de 11 miembros de las fuerzas de seguridad marroquí. Las agrupaciones de DD.HH. presentes, Human Rights Watch y Amnesty International, informaron que los procesos se habían realizado con juicios militares, y con posibles apremios ilegítimos.

Ambas agrupaciones han alarmado insistentemente sobre las violaciones a los derechos humanos en el conflicto, en los campamentos de Tinduf -donde recién en 2005 fueron liberados los últimos 404 prisioneros de guerra marroquíes, tras 20 años-, y sobre todo en el territorio ocupado contra los manifestantes saharauis. El año pasado, el Parlamento Europeo solicitó a Marruecos la liberación de todos los presos políticos, que en el Frente Polisario cifran en medio centenar. Además, un relator enviado por la ONU, Juan Méndez, denunció “una tendencia a recurrir a la tortura en los interrogatorios. Es difícil decir si está muy generalizada o si es sistemática, pero sucede con bastante frecuencia como para que el gobierno marroquí no pueda ignorarla”.

Actualmente, en España, uno de los países con más agrupaciones benéficas ayudando a los saharauis, pese a su negación a reconocer al RASD como país, se desarrolla un proceso judicial por crímenes de lesa humanidad en el Sahara Occidental, que el año pasado tomó mayor fuerza luego de que fuera descubierto un foso común de 1976 con ocho saharauis ejecutados (existen 400 casos), tres de ellos con nacionalidad española. Con todos estos antecedentes en la mesa, y fuertes presiones cruzadas, esta semana el Consejo de Seguridad de la ONU discutió la renovación de un año más en su misión en el Sahara Occidental, y la necesidad, señalada por diversos países -entre ellos EE.UU. en 2013-, de otorgar a la misión la facultad de fiscalizar los abusos a DD.HH. en la región. Desde su creación en 1991, la misión de Naciones Unidas no tiene esa potestad, y los trascendidos señalan que eso no sería modificado.

En Chile, por su parte, la Cámara de Diputados aprobó este 4 de abril, por 55 votos a favor, 16 en contra y 7 abstenciones, un proyecto de resolución que solicita a Michelle Bachelet “el más rápido reconocimiento de la República Árabe Saharaui Democrática y el consiguiente establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países”.

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